TrasteroNubes blancuzcas, hiladas en finas hebras, entrecruzaban la tarde sobre las agujas del reloj, tejiendo una sombra tibia de melancolía que apaciguaba el calor de mayo. Llegaban con la brisa de paso alegre y entretenían al sol en tanto le tocaba volver a su guarida enterrada. Me fijé con esmero en el paisaje altísimo sobre mi cabeza. Para acabar pensando que, cuando se está en el fondo del abismo, sólo se puede escapar hacia el horizonte curvo de la certeza.Me cegó el resplandor de una oscuridad mortecina, como bienvenida solemne, cuando crucé el umbral de la estancia. Quietas estaban las cajas, ignorantes de mi presencia, aletargando el silencio que las envolvía, allá, sobre los estantes de verde empolvado. Guardianas cansadas de porte arrogante; vigilando inmóviles el tiempo adormilado que amparan, dispuesto siempre a saltar hacia el presente a la primera señal de alarma.”¡No toques nada!”, me decía la voz de un Aladino imaginario que buscaba conmigo entre las cajas, cuando contemplaba el orden de las cosas y no encontraba en ellas otro criterio que el de la desgana. Examiné los letreros garabateados con tinta vieja y temblorosa sobre los laterales visibles de los cartones, sin apreciar ninguna señal comprensible que me diera el norte de mis cábalas. ” Bienvenido al paraíso del ensayo-error” pensé, cabizbajeando los hombros en Sí bemol.Brillaron en un desfile de instantes olvidados, todos los recuerdos liberados de las cajas que, ennegreciéndome las manos y destilándome nostalgia por todos los poros, fui desempolvando en la búsqueda. Infancias propias y ajenas, tesoros antiguos, tal vez juguetes rotos, volvieron a la luz del ahora, tamizados por la distancia emotiva y el desgaste rotundo del ímpetu de mi vida. Un collar de alhajas, engarzado a medias entre añoranzas y abandonos, que se fue perfilando sobre la penumbra vespertina, que entraba ya sin tapujos hasta el fondo de la sala.No me empequeñeció el corazón la negrura del cielo, rota en el centro por el candil redondo de la luna, que vistió de noche el exterior, sino el gruñido de los goznes de la puerta que encerraba la barahúnda de polvo y reminiscencias que se quedaba a mis espaldas. Porque me di cuenta de lo leve que es la diferencia entre olvidar y recordar sin gana. Porque sabemos que es un tránsito inexplicable y muy doloroso, el que convierte en trastos viejos lo que antes nos parecieron tesoros.Todos tenemos un sótano, un desván, en donde apilamos sin orden las filas innumerables de nuestro ejercito mudo de estorbos. Todos llevamos uno a cuestas, siempre lleno. Ahora quisiera saber en el trastero de quién tiembla empolvado mi recuerdo, -quiero decir, mi olvido-, esperando sin fin a que unas manos serenas, una tarde gris de primavera, le levanten el castigo.Con el último cacharro rescatado de la estantería, subiendo las escaleras del patio que terminan bajo el celindo florecido y oloroso, con la noche palpitando en las esquinas, mi último escalón fue el desconsuelo de recordar tus ojos cuando te enredabas en mi pelo y me llamabas, en voz baja, ”mi tesoro” .
(Junio-2007)LITURGIA
Querida amiga:
estamos aquí reunidos
para celebrar un beso.
Estamos aquí reunidos
desvistiéndonos de circunstancias,
ataviados con las ganas hechas encaje,
rezumando presente por los ojos
y con el corazón galopando salvaje
desde el prado de los promontorios.
Vamos a palparnos los filos
hasta encontrar las certezas erizadas,
hasta llegar a un acuerdo
con la sangre atrincherada bajo el tumulto.
No hay que decir más palabras que las justas,
expulsando el aire que tanto nos separa,
dejemos que ardan la piel y la inconsciencia
mientras el tiempo se derrumba
a nuestro alrededor.
Celebremos con el lenguaje de los cuerpos
este beso fresco, húmedo, afilado,
que nos unte de la materia del presente.
Que nos ciegue el resplandor de la fragua
que convierte un beso ágil y fuerte
en la llave que abre la puerta de otra vida.
No obstante, el futuro todo lo oxida.
miércoles, 29 de junio de 2016
El futuro todo lo oxida
domingo, 26 de junio de 2016
Tanto tiempo
¡Empieza a hacer, ya, tanto tiempo!
Todo lo que brilla es siempre pasado,
estrellas en la noche, luz antigua,
lunas reverberando sol pretérito,
recuerdos transformados en ausencias
tal vez maquilladas de un esplendor
que entonces no supimos.
Me resisto al torbellino -aunque
hace tanto tiempo de cada todo-
cerrando los ojos y viajando
a aquel tiempo que ahora parece
dorado lugar de rosas sin espinas.
Parecía entonces tan pardo, tan gris,
con tanto humo como el que ahora discurre
por entre los dedos que teclean vaguedades
a horas que no son su costumbre.
Entonces eran otros los brillos
que titilaban las noches de un insomnio
que, si bien era mejor amigo,
rozaba con más aspereza las sábanas.
Nada hacía presagiar el destello,
la llamarada,
no se deslumbraban inquietas
las manecillas
por el impulso de ese relámpago
que ahora aparece indudable.
Hace ya tanto tiempo de todo
-de las flores, del mar, de la lluvia-,
pero yo me resisto al torbellino
creyendo que, luego, más allá
de un nuevo tanto tiempo de todo,
brillará lo que ahora navega
por el fondo, entre las nieblas,
sin ruido ni gravedad.
¡Hará entonces tanto tiempo de todo!
Y sin embargo, aún no habremos aprendido
a masticar tan despacio la alegría
que duré más que el desencanto,
ni a entender que serán mentira
todas las verdades que ahora,
con el corazón envalentonado,
escribimos en un poema,
en una piel, en la mesa del bar donde
-hace ya tanto tiempo de todo-
me tembló el nudo de la voz
mientras brillaban en mí tus ojos.
Todo lo que brilla es siempre pasado,
estrellas en la noche, luz antigua,
lunas reverberando sol pretérito,
recuerdos transformados en ausencias
tal vez maquilladas de un esplendor
que entonces no supimos.
Me resisto al torbellino -aunque
hace tanto tiempo de cada todo-
cerrando los ojos y viajando
a aquel tiempo que ahora parece
dorado lugar de rosas sin espinas.
Parecía entonces tan pardo, tan gris,
con tanto humo como el que ahora discurre
por entre los dedos que teclean vaguedades
a horas que no son su costumbre.
Entonces eran otros los brillos
que titilaban las noches de un insomnio
que, si bien era mejor amigo,
rozaba con más aspereza las sábanas.
Nada hacía presagiar el destello,
la llamarada,
no se deslumbraban inquietas
las manecillas
por el impulso de ese relámpago
que ahora aparece indudable.
Hace ya tanto tiempo de todo
-de las flores, del mar, de la lluvia-,
pero yo me resisto al torbellino
creyendo que, luego, más allá
de un nuevo tanto tiempo de todo,
brillará lo que ahora navega
por el fondo, entre las nieblas,
sin ruido ni gravedad.
¡Hará entonces tanto tiempo de todo!
Y sin embargo, aún no habremos aprendido
a masticar tan despacio la alegría
que duré más que el desencanto,
ni a entender que serán mentira
todas las verdades que ahora,
con el corazón envalentonado,
escribimos en un poema,
en una piel, en la mesa del bar donde
-hace ya tanto tiempo de todo-
me tembló el nudo de la voz
mientras brillaban en mí tus ojos.
sábado, 25 de junio de 2016
La sombra de otros días
Un recuerdo que me has despertado, locaporlaluna...
A mediasMil veces me he dicho que las verdades a medias son las peores mentiras. Y mil veces me he mentido, queriendo creer a medias lo que los demás me señalaban como verdades. Pero caigo en la cuenta de las mentiras a medias que necesito para sobrevivir al desamparo de mi propia candidez.Para mí no es sencillo explicarlo porque yo sólo lo entiendo a medias. Las únicas mentiras que me asustan y me dejan sin aliento, son las que siempre he sabido y escuchado a media voz en tus labios. Porque necesito creérmelas a medias para encontrar aire que respirar contigo.El día que decidas no estar y deje de oirlas, no sé si las seguiré creyendo. O dejaré también de habérmelas creído, para poder soportar, a medias, la verdad que dejes conmigo. Querer creer mentiras siempre pinta de color triste el camino.Las verdades a medias son las peores mentiras. Las mentiras a medias quizá sean, quién lo supiera, las peores verdades.
(Instanteca, 25-10-2006)AJUSTE DE CUENTAS
Reconozco, alma mía, tu candidez.
Sé que malherida mientes
detrás de una sonrisa
por no devolverle al mundo
su verdad y su miseria.
Pero reconozco también tu pereza,
tu desprecio, tu indiferencia;
sonríen cuando tú sonríes
y dejan creer que crees
que tus amigos son, al fin y al cabo,
tus amigos, que tus amores
te quieren según dicen, vamos,
que te quieren, que esta vida, en fin,
es la vida, más o menos.
(Ángeles Carbajal, La sombra de otros días, 2006)
66666
Me sorprendió a la salida del túnel -todos los túneles tienen salida menos el último- y me llamó con sus relucientes guarismos de cuarzo.
Era un kilómetro cualquiera, recorrido un día cualquiera entre dos puntos cualquiera de mi vida. Me resultó extraño que con un nombre tan bonito, no fuese más que un kilómetro cualquiera, de un coche corriente, con un hombre vulgar en sus palancas.
Y es que me temo que a la vida no le importa sincronizar los brillos que produce; es más, me atrevería a decir que todos los destellos que creemos ver no son más que inventos de unos seres que necesitamos urgentemente ahuyentar la oscuridad, aunque solo sea por un instante.
El caso es que aquel número curioso me hizo pensar en el nombre de los kilómetros que cuenta. Recordé entonces kilómetros nervios, kilómetros ansiedad, kilómetros deseo y kilómetros paz. Y kilómetros aburrimiento, y kilómetros lluvia, y kilómetros muslo, y kilómetros luna, y kilómetros tristeza.
Hice un breve recuento de pasajeros y de destinos, de músicas que sonaban en el corazón o en los altavoces. De equipajes y playas y semáforos ámbar. De temperaturas y vahos, de dolores de cintura y de paisajes atravesados.
No recordé, sin embargo, ningún bache. Y es extraño, porque sé que los hubo; porque los hubo sé que yo iba solo conduciendo un coche cualquiera mientras recorría un kilómetro cualquiera, pero con un nombre precioso.
Me gustaría, o bien de serie, o bien por encargo, llevar encima un contador de caricias que me fuese indicando la extensión de pieles explorada por mis manos y que me llamara, de tanto en tanto, con un número brillante hecho con letras de cuarzo.
Para recordarme, como este 66666, no las cruces de cada mapa por el que he transitado, no los nombres o el calor de las pieles agregadas a su conteo infatigable, sino para recordarme que, aunque me parezca estar parado, a trompicones, sigo recorriendo caminos.
Caminos que, por supuesto, kilómetros más allá o más acá, me conducirán, irremisiblemente, a Roma. Que, como todas las ciudades del mundo, estará en un sin ti cualquiera -con su correspondiente contigo adosado-, recorriendo un kilómetro cualquiera de una carretera cualquiera, a la salida de un túnel cualquiera.
O en el centro del último túnel.
Las cosas han cambiado...
Las cosas han cambiado,
y todo sigue igual que ha estado siempre.
Sabías que una vida no era lugar bastante,
para lo que una vida debía merecer,
y hoy sigue sin bastarnos.
Antes no había
lugar al que negar, no había sombra, puerto,
un más allá del viaje donde decir ya basta,
hemos dado por fin con el final del túnel,
y hoy el túnel, el puerto, la sombra y el final
están igual de lejos. Suma y sigue.
En el amor no había
nada distinto al resto de las cosas,
pero sí era distinto
ese juego violento al que apostar la vida,
y que a veces movía las estrellas,
la luz de la conciencia, y al que hoy sigues jugando,
y en él te va la vida.
Las palabras no ofrecen
la nave que abre el mundo, ni hoy ni entonces,
pero algunas palabras, al trazar una historia,
con su amarga belleza, que no nos abre el mundo,
nos lo hacen habitable.
De unos tiempos sin gloria
a otros sin gloria. Tal como sucedía
ayer, quien se equivoca no ha de volver atrás.
Sólo el orgullo nos mantiene en pie,
y el miedo a empeorar en adelante.
Las cosas han cambiado.
Y ni más sabio,
ni deseos más puros,
ni más fuerte.
Todo es igual. Han cambiado las cosas.
Nada de lo que diga importa demasiado,
y todo sigue en el lugar de entonces.
(Carlos Marzal)
jueves, 23 de junio de 2016
Palabras de otro (Epílogo)
PersistiendoPor el mismo camino estrecho y con el mismo desconocimiento de hacia dónde me lleva. Aquí, persistiendo en los mismos errores cometidos después de haberme entrenado a conciencia para evitarlos.Terminando los mismos ciclos, dando otra primavera por perdida, desesperando un otro verano que posiblemente también acabe siendo el mismo de todos los años.Mantengo guardado en el centro de mi corazón de madera, como un tesoro que contemplar en noches difíciles, una mesa de bar con tus nombres grabados, con fechas atrapadas en arrugas del calendario y teléfonos de la esperanza que alguna vez me supe de memoria.Sigo en la misma batalla conmigo mismo, dilucidando nubes que no están en el cielo, extrapolando sueños pequeñitos antes de que exploten, extrañando aromas que llevo adosados a esa parte de mí que ya no soy yo. Y, al mismo tiempo, mirando hacia la vuelta de la esquina, asomando mi vértigo al abismo conocido de otras caídas, dando pasos trémulos que no pretenden ser rectos ni torcidos, sino míos tan sólo.Persisto en practicar este tipo de sexo raro, relleno de teclas-beso, de carícias-tilde, de amores-párrafo. Un sexo lejano de actos-frase, un sentimiento distante de comas-mordisco, una emoción contenida en historias-texto con finales tristes que intento endulzar apostándolo todo al azar del punto y seguido.Insisto en este cálido desconsuelo de conservar el brillo de todo lo que ya he dado por perdido, para mantenerlo encendido a pesar de las luces. Persisto en adornar con un cierto estatus clandestino todas las cruces de mi mapa del tesoro. Consisto en este no saber decir nada que no haya sido escrito primero y, después, convertido en mentira.Libremente atrapado en el mismo insomnio que he sido, que soy, que terminaré siendo, y que ya no distingo del sueño o del duermevela. Sigo domiciliado en la espera, habitando en la víspera del porvenir que nunca llega.Persisto en el filo del mar, acechando olas que me revuelquen por la arena aunque trague agua por la nariz y la sal me deje un sabor áspero en la garganta. Continuo prefiriendo la lluvia y su humedad a la placidez de la calma que viene después de las tormentas.Continuo en el mismo antro que desgrana la misma música por los altavoces del ruido de fondo. Y, en fin, sigo con los mismos kilos sin perder, con el mismo humo sin vender, con la misma ansiedad de sofá y la misma pereza hecha sótano.He cambiado muy poco: alguna ropa de las rebajas, unos muebles de jardín que estaban de oferta, el color de unas paredes que no combinaba; algunos nombres desconocidos que llevarme a la boca, otros mapas en los que andar a gatas y perdido, nuevas rayas en el agua, cierto descontrol de pelusas por debajo de la cama y las consabidas actulizaciones de windows.En fin, que sigo huyendo hacia delante, descubriendo que los nuevos caminos conducen siempre a los mismos sitios, aprendiendo que no hay otro modo de caminar que no sea en círculo; persisitendo en encontrar respuestas para esa pregunta que nadie ha conseguido nunca formular, en ningún idioma, con las palabras de otro dichas al oído.
Junio-2017Todos ustedes parecen felices...
...Y sonríen, a veces, cuando hablan.
Y se dicen , incluso,
palabras
de amor. Pero
se aman
de dos en dos
para
odiar de mil
en mil. Y guardan
toneladas de asco
por cada
milímetro de dicha.
Y parecen -nada
más que parecen- felices,
y hablan
con el fin de ocultar esa amargura
inevitable, y cuántas
veces no lo consiguen, como
no puedo yo ocultarla
por más tiempo; esta
desesperante, estéril, larga
ciega desolación por cualquier cosa
que -hacia donde no sé-, lenta, me arrastra.
(Ángel González)
miércoles, 22 de junio de 2016
Palabras de otro (y X)
CostumbresEn junio siempre termina la vida y comienza el verano. Que es como un epílogo pegajoso que se enreda en los calendarios, un paréntesis de calor entre proyectos y, a veces, un proyecto de paréntesis entre el calor.Comienza el viaje hacia septiembre llenando el aire de puntos que, las más de las veces son puntos y seguido. De tanto en tanto, los puntos son finales y los textos terminan sin un párrafo redondo de esos que llevarse a la boca en las noches de insomnio.Pero también suceden puntos suspensivos de los que esperan acontecimientos; o de los que desesperan respuestas que, por cuestiones de agenda, hay que dejar para después. Un después que siempre llega tarde, naturalmente, y que, aún más tarde, justifica su correspondiente entonces.Uno dice adiós con minúscula a las costumbres adquiridas, incluso a las desadquiridas durante el devenir de las intrahistorias, para cambiarlas por otras con más chanclas y menos tela y menos despertadores.Pero no por decirles adiós las costumbres se olvidan. Por que tienen las costumbres la dichosa costumbre de acostumbrarnos, que es como querer creer que se cree en ellas, como convencerse de su conveniencia, como habituarse a ese hábito suyo que no hace al monje.Porque las costumbres tienen la sustancia de la vida, eso que distingue unos días de otros: la baranda a la que uno se agarra cuando mira hacia el abismo, el mantra que se recita ante la intemperie, la canción que se tararea para espantar el túnel y concentrarse en la luz del fondo.Pero las costumbres no se olvidan por decirles adiós. Se empeñan viscosamente en aferrarse a las liturgias, se esconden en las horas del día en que la mente se queda libre de conversaciones externas, se filtran en las palabras que se cuentan o que se escuchan. A veces penden de un nombre que vuelve en otros rostros; o se transforman en un ligero temblor de manos cuando se escribe. O se sublevan en las arenas que el mar remoja o se depositan en los acordes de una canción tantas veces tarareada en compañía.Olvidarlas es mucho más que prescindir de ellas y decirles adiós; mucho más que resignarse al picor de las ausencias, mucho más que cambiar de sitio el sofá. Olvidar es difícil, más difícil que no practicar, mucho más difícil que empeñarse en no recordar.Olvidar es elegir una respuesta sobre qué será de mí, qué será de ti, sin nosotros. Decir adiós, en cambio, es una pregunta. Una pregunta que no se termina nunca de contestar. Decir adiós es preguntarse continuamente ¿qué será de nosotros sin ti, sin mí?Pero las costumbres no se olvidan. Ni siquiera aunque venga otras nuevas que rellenen los días con otros modos de correr por el reloj. Y algunas, como la costumbre de esperar o la de los cantautores, como la costumbre de teclear instantes, vuelven de tanto en tanto, en cuanto que uno se descuida, y se nos salen por los dedos y su memoria electroquímica.Decimos adiós a muchas costumbres, y a algunas con imposible tristeza. Pero las costumbres no se olvidan. Especialmente, aquellas preciosas costumbres que nos salvaron la vida.
Junio-2016Inmortalidad de la nada
Todo lo consumado en el amor
no será nunca gesta de gusanos.
Los despojos del mar roen apenas
los ojos que jamás
-porque te vieron-,
jamás
se comerá la tierra al fin del todo.
Yo he devorado tú
me has devorado
en un único incendio.
Abandona cuidados:
lo que ha ardido
ya nada tiene que temer del tiempo.
(Ángel González)
domingo, 19 de junio de 2016
Palabras de otro (IX)
Yo no soy todos los relojesNadie conoce la regla infalible, el milímetro exacto, la cantidad precisa. Nadie sabe cuánta tristeza puede soportar un hombro, nadie puede asomarse a los abismos de la emoción y predecir el fondo de la caída.Aun así, siempre hay alguien que persigue calcular el dolor, establecer una fórmula, demostrar un teorema. Aún así, siempre hay alguien que contabiliza las tristezas y las examina detenidamente.Es un error medir la distancia a la que nos queda una lágrima, es un error comparar la cantidad de los abrazos y su duración media, es un error aplicar el factor insomnio al conjunto de los silencios.Cuando un corazón se para en Toledo, cuando el cerebro se derrama por dentro sin avisar, cuando Santiago es un punto de fuga, los kilómetros no sirven para explicar la angustia, la consanguinidad no resuelve todos los misterios, la falta de poesía no anuncia si tiene un iceberg debajo.Como tampoco sirve de nada comparar los alborozos y las desganas, ni predecir los aburrimientos y separarlos de sus víctimas o encontrar un rostro con historia en el pañuelo del mundo. De nada sirve planificar el movimiento de una hoja mecida por el aire asfixiante de julio si al final no sabemos qué van a darle en el concurso de traslados.Quiero decir que yo no soy todos los relojes, que compartir mecanismo no resuelve la longitud de las manecillas que circulan sobre una pierna, ni el peso anónimo de los granos de arena que van cayendo sobre la tarde, ni la ferocidad de los engranajes discutiendo sobre el asombro.Yo no soy todos los relojes, ni mido el tiempo del mismo modo; y aunque sean las diez y cinco para nosotros, estos dos minutos que has tardado en leerme ya no me pertenecen, no tienen que estar en hora para permanecer o esfumarse.Sólo puedo llamar míos a los que me queden por darte.
(Junio-2015)Amor de tarde
Es una lástima que no estés conmigo
cuando miro el reloj y son las cuatro
y acabo la planilla y pienso diez minutos
y estiro las piernas como todas las tardes
y hago así con los hombros para aflojar la espalda
y me doblo los dedos y les saco mentiras.
Es una lástima que no estés conmigo
cuando miro el reloj y son las cinco
y soy una manija que calcula intereses
o dos manos que saltan sobre cuarenta teclas
o un oído que escucha como ladra el teléfono
o un tipo que hace números y les saca verdades.
Es una lástima que no estés conmigo
cuando miro el reloj y son las seis.
Podrías acercarte de sorpresa
y decirme "¿Qué tal?" y quedaríamos
yo con la mancha roja de tus labios
tú con el tizne azul de mi carbónico.
(Mario Benedetti)
sábado, 18 de junio de 2016
Palabras de otro (VIII)
Todas las mujeresEscribir como terapia. Porque le he robado los novillos a mi suegro y me he liado con la becaria y me he acostado con mi cuñada y le he destrozado la vida a Marga.Escribir como terapia contra las cosas que no pasan. Soñar en renglones derechitos para ir relatando lo torcido de los pasos, lo tortuoso del camino.Porque hay cosas que no se hablan con una madre, hay cosas que no se avisan, hay verdades que sólo son enajenadas y transitorias.Escribir como terapia, Eduard, porque tienes que madurar y dejar de evitar el conflicto que tienes enfrente. Tapar una mentira con otra no funciona, no sirve para nada echar en la hoguera las puertas y las ventanas.Porque no es lo mismo no querer que no poder y mírame ahora estremecerme y fumar con mi vida veterinaria y rota por los sueños.Escribir como terapia para no sufrir la escena del sillón vacío y reírse de las propias mentiras. Escribir como terapia para no dar un grito y pedir auxilio antes del naufragio final.Porque gritar... Espera, sí, eso es, Eduard, eso es, pero deja que antes me eche un poco de agua en la cara. Gritar, abrir los pulmones, soltar el aire de golpe, dejar salir las lágrimas. Nada de escribir como terapia.Es curioso, precísamente tú, a quien no conozco de nada, eres quien más me ha ayudado. Supongo que desde fuera todo se ve más sencillo.Gritar como terapia. Y dejar de escribir.
(Marzo-2014)
CUANDO SUBES A LAS ALTURAS
Cuando subes a las alturas,
Te grito al oído:
Estamos mezclados al gran mal de la tierra.
Siempre me siento extraño.
Apenas
Sobrevivo
Al pánico de las noches.
Loba dentro de mí, desconocida,
Somos huéspedes en la colina del ensueño,
El sitio amado por los pobres;
Ellos
Han descendido con la aparición
Del sol,
Hasta humedecerme con muchas rosas,
Y yo he conquistado el ridículo
Con mi ternura,
Escuchando al corazón.
(Juan Sánchez Pélaez, Animal de costumbre, 1959)NO ESTÁS CONMIGO
No estás conmigo. Ignoro tu imagen. No pueblo tu gran olvido.
Pasarán los años. Un rapto sin control como la dicha
habrá en el sur.
Con la riqueza mágica del encuentro, vuelve hasta mí,
sube tu silencioso fervor,
tu súplica por los viajes,
tu noche y tu mediodía.
Apareces.
Tu órbita desafía toda distancia.
Entonces, para iluminar el presente, tú y yo acariciamos
la llaga de nuestro antiguo amor.
(Juan Sánchez Pélaez, Animal de costumbre, 1959)
viernes, 17 de junio de 2016
Palabras de otro (VII)
Voz en off (o Sexo en Nueva York, según se mire)Sexo, y no sería necesario más título para llamar la atención. Pero, por si faltaba algo, además sucede en Nueva York. Que es una de esas ciudades invisibles en las que todos hemos habitado alguna tarde líquida o somnolienta.Sexo y, sin embargo, no hace más que chorrear la palabra amor por las comisuras de la voz en off de la experimentada protagonista que nos va relatando los sentimientos de algunos personajes. Una voz en off siempre acertada y distante, saltando entre frases de azucarillo y estribillos de canciones.Sexo y su guerra de géneros, en donde todo es terrible o sublime los diez primeros minutos; y luego pasa a ser grave antes de convertirse en normal y corriente. Eso sí, entre zapatos de quinientos dólares y cojines de trescientos, que es donde el amor -¿o era el sexo?- se desliza mejor y más brilla y da más esplendor.Sexo y voz en off, vestidos caros, grandes áticos y mucha dignidad la de todos los intervinientes. Sexo y, posiblemente, no sólo en Nueva York, sino en cualquier gran ciudad repleta de desconocidos y de dinero.Sexo y amor, pero sin voz en off. Prefiero estar presente, sea cual sea la ciudad que nos escoge y la cantidad de luz que dejemos pasar por entre las dudas. Sexo y amor, con sus correspondientes metáforas, y su acidez y su cursilería y su compañía y sus celos y su modo obtuso de agriar las conversaciones y su táctica dulce de remendarlas luego, más tarde, a oscuras.Sexo y amor, si quieren decir vida. Y no seguir teniendo la voz en off.
(Junio-2013)Yo sé
que el tierno amor escoge sus ciudades
y cada pasión toma un domicilio,
un modo diferente de andar por los pasillos
o de apagar las luces.
Y sé
que hay un portal dormido en cada labio,
un ascensor sin números,
una escalera llena de pequeños paréntesis.
Sé que cada ilusión
tiene formas distintas
de inventar corazones o pronunciar los nombres
al coger el teléfono.
Sé que cada esperanza
busca siempre un camino
para tapar su sombra desnuda con las sábanas
cuando va a despertarse.
Y sé
que hay una fecha, un día, detrás de cada calle,
un rencor deseable,
un arrepentimiento, a medias, en el cuerpo.
Yo sé
que el amor tiene letras diferentes
para escribir: me voy, para decir:
regreso de improviso. Cada tiempo de dudas
necesita un paisaje.
(Luís García Montero)
jueves, 16 de junio de 2016
Palabras de otro (VI)
Playa
Al borde de estar mojado,
en el límite de la tierra adentro,
donde el horizonte raya el agua
como un sueño lejano que se interpone
entre el mar y el cielo,
pisábamos el contorno de la sombra
que distingue la luz con otro brillo.
En la linde que separa la vigilia del sueño,
jugando sobre el borde que delimita
un cuerpo tendido y abierto a la blandura del espacio,
una piel divisoria que se dilata hasta el margen
de otro cuerpo vertical y rígido de normas,
hablábamos sobre la orilla de una memoria
que distingue el presente con otra luz.
Estábamos en ese confín en donde se encuentran
el principio de una desnudez agradecida
con el final de las vestiduras rotas,
en esa misma duda que separa tu mano diurna
de la nocturna constelación de mis lunares,
donde la sal se acumula en contra
de todo sol que nos vuelve desierta
la sed de la vista y el hambre del deseo.
Estuvimos allí, sin sospecharlo,
donde un puñado de arena que se escapa de las manos
se enfrenta con la metáfora
de un reloj negro que se detiene,
en donde un aceite hierve de frontera
y, poco a poco,
desaparece en las mismas pieles que separa,
entre la toalla y el suelo,
entre una multitud de barbarie libérrima
y la solitaria extensión esclava de uno mismo.
Allí estuvimos, sin saberlo,
en ese punto en el que confluyen
todos los límites, al borde de todo y nada,
en el contorno de una vida
que nos rehuye y se nos escapa,
en el punto difuso donde el mundo
concurre al mismo tiempo que escurrimos,
cuando se pueden tomar todas las direcciones
que no van a conducirnos a ninguna parte.
Y aunque no regresamos intactos
porque es un tiempo que se nos tatúa,
te miro el cuerpo, me miro los sueños
y no nos descubro quemaduras.
Tal vez sobrevivamos a todas las playas
que aún nos quedan que pisar.
(Junio-2012)ESTA IMAGEN DE TI
Estabas a mi lado
y más próxima a mí que mis sentidos.
Hablabas desde dentro del amor,
armada de su luz.
Nunca palabras
de amor más puras respirara.
Estaba tu cabeza suavemente
inclinada hacia mí.
Tu largo pelo
y tu alegre cintura.
Hablabas desde el centro del amor,
armada de su luz,
en una tarde gris de cualquier día.
Memoria de tu voz y de tu cuerpo
mi juventud y mis palabras sean
y esta imagen de ti me sobreviva.
(José Ángel Valente)
miércoles, 15 de junio de 2016
Palabras de otro (V)
Desde el filoCuando era niño, fue a la piscina del pueblo para aprender a nadar. Cientos de otros niños reían a su alrededor, se ponían en círculo dentro del agua, se cogían de las manos y levantaban los pies del fondo para patalear y salpicarse burbujas rítmicamente.El sabor del cloro del agua le inundaba la nariz y se le colaba por la garganta. ¡Qué tortura era odiar lo que a los demás les encantaba! Pero mal que bien, sacando mucho la cabeza del agua al bracear, aprendió el mecanismo de supervivencia y se defiende, con más voluntad que técnica, en las piscinas, en el mar o en aquellas albercas verdes de rana en las que, de niño, se refrescaba.En aquellas clases multitudinarias, también tocaba tirarse del trampolín. Un trampolín ridículo, una tabla puesta a un palmo del agua, en el que bastaba, según el monitor, ir dejando caer el cuerpo hacia adelante hasta llegar al desequilibrio. Y entonces, saltar para levantar los pies y entrar en el agua con las manos por delante de la cabeza.Lo intentó tantas veces que aún se acuerda del vértigo, del pestilente olor del agua, de las burlas y de los empujones de un monitor exasperado por su recelo ante lo que para todos era tan divertido. Aún se acuerda del ahogo de entrar en el agua, de la angustia de buscar el aire a brazadas, de los mocos que le chorreaban al sacar por fin la cabeza del agua.Aún se acuerda del filo, de ese vacío en el vientre, de esa falta de aire anterior al salto, del miedo a no encontrar la salida.Tanto se acuerda, dichosa y caprichosa memoria, que, desde entonces, no ha vuelto a tirarse nunca a una piscina. Se sienta, se deja resbalar por el borde con las manos apoyadas, se gira sujetándose con los brazos y va entrando en el agua lentamente, hasta que la gravedad ejerce su ley y hace el resto. Y justo en ese último momento, se tapa la nariz.Ahora, casi cuarenta años después, escribe desde el filo para no oler el agua. Aunque el agua está ahí, esperando, y la gravedad ha puesto ya las leyes en marcha. Y nota el mismo vacío en el vientre y la misma falta de aire. Pero le ha perdido el miedo al agua.Apártense, si no quieren que les salpique, o mírenlo caer desde el filo.
(Junio-2011)SPLEEN
A menudo equivoco el autobús,
cruzo a destiempo, bajo la escalera
que debiera subir, vacilo, voy
hilando incoherencia con la ciega
obcecación del triste que desliza
su ronco despertar a medianoche,
su tímida esperanza sin consuelo,
su billete borroso hacia otra parte;
y no es que los espejos se me rompan
al mirarlos de frente, ni que el tráfico
taladre este tesón con que persisto,
los afanes que finjo en un alarde
de acróbata que traza en el vacío
su torpe pirueta, yo no sé
si me explico, lo cierto es que tampoco
reconozco si voy o si regreso,
si parto el pan o tomo mi jarabe,
la tos que desayuno cada día,
es todo tan confuso, es tan difícil
decir que sí, que no, que todo lo contrario,
ganarle por la mano al día su confianza,
por eso mi bufanda me parece
la soga de un ahorcado y es así
como anudo mi lastre inconsolable,
derrocando la risa de los niños
con astucia de ingenuo derrotado,
aspirando a la tierra y al reposo,
prisionero de mí, ya sin ficciones.
(Eduardo García, Horizonte o frontera, 2003)
martes, 14 de junio de 2016
Palabras de otro (IV)
Sábanas
Bien es cierto que las sábanas
nunca nos guardaron sitio.
Hubo que arrebatárselo a fuerza de mapas,
contra el horario de los turnos,
saltando por encima de la fiebre
y atropellando los fines de semana.
En ellas no queda rastro escrito
de encuentros mecánicos de pijama.
Roces comedidos y mudos
entre seres habitantes de un mundo sin deseo
en el que ofrecen sus cuerpos como dádivas.
Y todo cansa. El frío, el silencio,
los cuerpos que se giran en las sábanas
con las vueltas del insomnio
sin emitir los sonidos del deseo
ni levantar la piel en ascuas.
Sé que ha llegado el fin por el perfume
del lado derecho de la cama,
en el que tantas veces durmió tu cabeza,
cuando me restriego contra la almohada
y sólo encuentro un aroma lúgubre
a suavizante con jabón de Marsella.
(JUNIO-2010)Las pasarelas del deseo
Llamamos vida
a un desfile de dígitos cansados
zumban coléricas las moscas atrapadas en cárcel de cristal
el viento de la sangre remueve las cortinas
la luz por un instante parece herir la tapia filtrarse en el cemento
la oquedad se adivina y más allá
palpitan en la noche los astros encendidos
combaten los caballos por la flor las aguas por la piedra
la orquídea cobra vida en el torrente
a la luz de la Luna el musgo brilla con fulgor de diamantes en la hierba
no hay rutas convenidas ni semáforos ni siniestros carteles de prohibido pasar
pero abundan los cruces de caminos cuando menos lo esperas amanece
los hombres vagan a su antojo las sendas se disuelven a su paso
quiero decir que a la sombra de los robles te esperan los amigos que perdiste
y hay sábanas tendidas que guardan el olor de encuentros que no fueron
mujeres
que solitario amaste a la distancia
pero aquí el eco salva todos los precipicios
irrumpen de la nada las pasarelas del deseo
trenzan sus trayectorias en todas direcciones
el viajero termina por arrojar al fuego la brújula y los mapas
confiando sus pasos al instinto se interna en la espesura
aunque un día de pronto se detenga a contemplar las huellas de su viaje
despierte abra los ojos comience a comprender
nada importa cuán vasta la travesía se despliegue
la apariencia radiante de confines la ilusión derrochada en la aventura
todas las pasarelas conducen a la tapia
si se es fiel a un deseo si se sigue
su rastro hasta el final
nos aguarda el ladrillo hincado en tierra
la mansedumbre hostil de la costumbre
un olor a madera que envejece
un desfile de escenas repetidas
la cárcel de cristal
sin cerradura
(Eduardo García, La vida nueva, 2008)
lunes, 13 de junio de 2016
Palabras de otro (III)
HotelEl cuarto de un hotel está siempre desangelado. En él suele haber cortinas grises que ocultan del sol y mesitas de noche que tiritan de ausencia.Uno se encuentra por todas partes con cajones vacíos y armarios inhóspitos, con pastillas de jabón envueltas en celofán. Las sillas se vuelven incómodas, te expulsan de sus vidas y el borde de la cama en la que te sientas después, apesadumbrado, chirría soledad.En todos hay un espejo en el que es imposible no ver a un tipo solitario que te mira asombrado. En cada cuarto de hotel, de cualquier hotel, siempre habita un extraño.Y cuando te sientes extraño, cuando te miras asombrado sin saber lo que quieres, cuando ves a un tipo solitario en el espejo y la soledad chirría en la cama y las sillas se vuelven incómodas y los cajones llenos parecen vacíos y la luz de la mesita tirita una ausencia desangelada, entonces, te das cuenta de que la vida es el cuarto de un hotel.Y ya no sabes en dónde estas, ni a qué viniste, ni desde dónde, ni con quién.
(Mayo-2009)
domingo, 12 de junio de 2016
Palabras de otro (II)
Pasas deprisaPasas deprisa, radiante, tan bonita, por delante de la verja del patio. Yo estoy sentado en una silla, a la sombra, como si te estuviese esperando.Las hojas trazan en el aire el mismo vaivén que tus pasos. Te miro a hurtadillas desde todas las sombras, con el corazón de puntillas y el espíritu sobresaltado. Casi, casi... como si fuese una cita.Aprietas el paso cuando miras al suelo, mientras se alargan los diez segundos de tu visita hasta que parecen horas cosidas a la esfera del reloj.Pasas escondida del sol, de un edificio a otro, perdida en tus propias sombras. Pasas en silencio, como pasa el amor, como pasa la vida, como pasan todas las cosas perdidas que no vuelven nunca más.Pero al llegar al porche, justo en el umbral, cuando todo parece indicar que me ignoras, levantas el rostro y, como en un extraño hola, te despliegas de pronto en una mirada furtiva.Pasas deprisa, sin parar, mientras te vuelvo a esperar a la sombra, en una silla. Casi, casi... como una cita que no acaba nunca de empezar.
(JUNIO-2008)
sábado, 11 de junio de 2016
Palabras de otro (I)
Todos eran otro y, aunque sus palabras se parezcan entre sí, eran y son palabras de otros. Y a ellos me remito.
Volver la vista atrás es bueno a veces -¡uh uuuuuuh!-, tanto como no perder de vista el horizonte -y a sus presuntos implicados-. Recorrer en la memoria con imágenes dispersas aquellos otros -por cómo éramos-, deshacer en fotogramas la película de los sueños que se han tenido -con su super trampa correspondiente- y recalificar como breve el espacio transcurrido entre cada hola y su consecutivo adiós.
Por la boca muere ese pez que nada en mares de barcos hundidos, por la boca de los mapas recorremos caminos raros y dejamos que los otros tropiecen con nuestra piedra. Porque todo se transforma, porque no sé distinguir entre causa y efecto, aquí dejo los datos. Que cada quien combine aciertos y errores imperdonables a su manera, sobre estas palabras que no valen nada.
Fue en otro cine -¿te acuerdas?-, cuando lo caprichoso del azar puso a todos mis otros yo a caminar en círculos.
Y aquí guardo, entre silbiditos y canciones, mi carnet de majara.
FavorMe gustaría olvidar cada noche un recuerdo, diferir un instante, diluir un deseo. Entramar fantasías extrañas en algún lenguaje sutil para deshacer los destellos de tu mirada y articular, con ellos, una palabra que pueda mantenerte lejos y a salvo del agua.Aún fluye la noche sobre tu piel y se te derrama por los ojos entreabiertos. Aún me requeman, en la memoria de lo increíble, los acordes del arpa que arañé entre tu pelo. Aún me mueve los pies aquel baile de sonrojos que anunció con murmullos el comienzo de este sueño que más tarde acabará en insomnio.Es difícil olvidar el cielo cuando se vive entre las nubes. Cuando todo se reviste con ausencias de cristal intermitente. Cuando el breve momento en que no estás se interrumpe siempre con las piruetas de tu nombre en una ventana; que nunca se cierra ni se abre sin que andes tú detrás, encerrada, quién sabe si para no verme.Necesito que me hagas un favor, otro más, tal vez el último. Que, un día de estos en que apriete el calor, seas tan amable de dejar de serlo por un instante y me dediques, con tu mejor intención, un frío gesto de desaire.Porque las manchas de ternura no se borran con azúcar. Sólo se quitan con vinagre.
(Junio-2007)
viernes, 10 de junio de 2016
Seis meses
Este blog ya puede girar la cabeza, meterse el pie en la boca, balbucear gorgoritos. Tender las manos al aire esperando un abrazo tierno, o incorporarse en la cuna cuando está boca abajo.
Le duele la boca porque empiezan, por debajo de las encias, a inquietarse los dientes que luego serán un arma y más tarde un punto débil, y luego un bolsillo roto. Babea un poco, todavía, y le gusta morder, pero sin sangre ni excesivo celo en la operación.
Creo que podría ir tomando alguna papilla, sin gluten primero, por si acaso; e irle introduciendo después fruta blanda.
Voy a ponerlo a jugar delante del espejo para que vaya aprendiendo a reconocer su propia imagen y la distinga de otros rostros que aún tiene guardados en la memoria.
Que tal vez son los que le interrumpen el sueño, aunque debería dormir de un tirón toda la noche, pero aún no lo ha conseguido. Y quizás, con el calor que está por venir, siga sin conseguirlo. Pero, ciertamente, ya no necesita la presencia de nadie para conciliar el insomnio.
Debo irlo vacunando, si bien pincharle es un asunto que me da un poco de pena porque, tan pequeño como es, no entiende las agujas y su mecanismo contradictorio. De hecho, nadie entiende bien que para curarse haya que sentir dolor, aunque, con el tiempo, uno lo acaba aceptando.
Aguanta ya un ratito sentado, y le fascina estirarse en el suelo en busca de sus juguetes favoritos. Comienza a ser consciente del entorno y, cuando le tapo la cara con un pañuelo, mientras jugamos a las letras, se lo quita y sonríe como si fuese inocente.
Somos lo que aprendemos y en seis meses ha aprendido mucho. No obstante, ya traía aprendido, desde el escondite en el que fue gestado, tres o cuatro cosas importantes: que aunque nunca se escribe lo que se desea escribir, siempre se lee lo que se quiere leer...
Que cualquier palabra pasada fue mejor y, sin embargo, siempre aparecen nuevos modos de pronunciarla. Que cada luego tiene su entonces y que cada entonces tiene su después. Que adiós y olvido son dos lugares distintos y muy alejados el uno del otro.
Estoy deseando que se le afine la vista y sea capaz de distinguir el cielo del mar, que aprenda a localizar el horizonte y comience a aprender lo lejos que está, ahora, todo lo que tiene que llegar tarde o temprano.
Pero con seis meses tan solo, no hay que precipitarse. Todo lo grande de este mundo empezó siendo pequeño, hay que tener paciencia.
Y pronto, espero que muy pronto, consiga pronunciar mi nombre.
PoéticaA Aurora de AlbornozMas se fue desnudando. y yo le sonreíaJuan Ramón Jiménez
Vino primero frívola -yo niño con ojeras-
y nos puso en los dedos un sueño de esperanza
o alguna perversión: sus velos y su danza
le ceñían las sílabas, los ritmos, las caderas.
Mas quisimos su cuerpo sobre las escombreras
porque también manchase su ropa en la tardanza
de luz y libertad: esa tierna venganza
de llevarla por calles y lunas prisioneras.
Luego nos visitaba con extraños abrigos,
mas se fue desnudando, y yo le sonreía
con la sonrisa nueva de la complicidad.
Porque a pesar de todo nos hicimos amigos
y me mantengo firme gracias a ti, poesía,
pequeño pueblo en armas contra la soledad.
(Javier Egea)
viernes, 3 de junio de 2016
El color de la vida
¿De qué color estás sintiendo lo que sientes? Porque sí, sí, todo es de color, como ya decían Lole y Triana, también los sentimientos, las sensaciones, los impulsos.
Azules son los colores de la simpatía, de la armonía, de la espiritualidad. Parecen fríos y distantes, pero es que quizás las felicidades nos alejen un poco del mundo y sus sinsabores. Azul es el cielo, azul es el mar, azul es el día que nos promete primavera.
En rojo podríamos pintar las pasiones, el amor y el odio, que no son contrarios sino diferentes. En rojo sentimos la alegría y el peligro, los labios y la sangre, en rojo sentimos la atracción. Los días rojos del calendario siempre son fiesta, aun cuando sea la víspera lo que verdaderamente nos importa.
En el amarillo podemos encontrar lo contradictorio, lo indeciso, esa innegable parte de nosotros mismos que duda si detenernos o seguir, si mirar atrás o adelante, si pisar a fondo o levantar el pie. Amarillos son el optimismo, los celos y hasta la traición. Son los días amarillos esos que comienzan con un nombre y acaban con otro.
Verde es la esperanza, lo natural cuando está sano. Verde es el veneno de las adicciones y verde es el camino que señala algún destino hacia el horizonte. Verde es el color de todo el que espera sin desesperarse y, en los días verdes, cabe toda posibilidad.
Todos los noes del mundo son negros, y el espacio infinito con su falta de luz. Negros son la muerte, el desprecio, el olvido y la avaricia. Pero también el poder es negro, por su inmenso lado oscuro. Para los días negros, que son días que nadie merece, necesitamos tener alguien a mano que nos preste luz.
El blanco limita al norte con la nieve, con la pureza de lo inmaculado, con la inocencia de lo que aún está sin usar. El blanco es un color del que hay que huir para estar vivo, y de los días blancos hay que escapar a toda prisa hacia la tentación para caer en ella.
El naranja es la calma, ese equilibrio dinámico entre las pasiones y sus inconvenientes, el color ácido y llamativo de las simples cosas cuando aún no se han decidido a enrojecer. Los días naranjas son los que mejor huelen y los que mejor se ven en la oscuridad con que la memoria entierra esas pequeñas mentiras sin importancia a las que les debemos no haber caído aún en la locura.
El púrpura y el rosa, son patrimonio de lo delicado, de quienes se aceptan completamente distintos de como son. Ambos colores aparecen cuando está a punto de haber un cambio; pero no un cambio radical y traumático, sino esa clase de transformación que apenas se nota hasta que no pasan sus efectos. De los días rosas y los púrpuras, uno no sabe nada hasta que no repasade nuevo las palabras que aún resuenan en el oído.
A quien quiera creer en este horóscopo que resume los días en un arcoiris extraño, debo decirles que todos los colores vienen siempre combinados, con un toque de gris inútil añadido, con la luminosidad acrecentada o rota por el azar. Saturados o tenues, la paleta de los días contiene más colores que nombres, más pinceles que lienzos, más manos que cuadros.
Por eso, el color de mi vida no es verdad ni mentira, sino el color de los ojos de quienes me miran. Diversas, consecutivas e intensas -que guardo como un tesoro en mi retina- variaciones del marrón.
Digan lo que digan, a mí siempre me pareció -y me seguirá pareciendo aunque se acabe- un precioso color para todo chocolate al alcance de mis labios, para toda mirada que se fija en mí, para toda vida que me atraviesa. Para toda combinación de colores que se mezclan en mis días.
miércoles, 1 de junio de 2016
El dilema de las patatas fritas
Tal vez oído en la mesa de al lado de un bar, o discutido contra una madre dietista de las que todos tenemos; quizá escuchado como angustia en confesiones diminutas, o en discusiones superficiales mientras el camino del colesterol hace de escenario, tengo que reconocer que me tiene obsesionado el dilema de las patatas fritas.
No hago más que darle vueltas al tubérculo en el coco -que, por cierto, tiene que ser una combinación culinaria interesante- y no consigo encontrar el punto intermedio, ese en el que hay quienes dicen que está la virtud o la solución.
Porque me gustan a rabiar las patatas fritas: a lo pobre -el anacrónico título con el que mis padres me las presentaron hace ya medio siglo-, con su punto crujiente y sus pimientos y sus huevos fritos, pomposamente llamados ahora "rotos". Y, armado con un cantico de pan, entrar a la suave batalla de mover el bigote y evitar manchas.
Pero claro, como nada es gratis en este mundo, resulta que engordan, que engordan muchísimo, tanto que, los delgados que saben de esto, ponen el grito en el cielo y nos aconsejan vehementemente un "vade retro" a todo satanás que venga disfrazado de fritanga.
Entonces debería ser fácil. Todos están de acuerdo en lo que nos conviene... adiós a las patatas fritas. Porque si no, habrá que despedirse de la cintura, que parece ser lo opuesto, y volver a preocuparse por analíticas diversas, deterioros imparables y pastillas contra la baja autoestima.
Abstenerse de lo que nos gusta y sufrir por el deseo, o disfrutar primero y sufrir los daños colaterales más adelante, en el consultorio, a la hora del sexo, delante del espejo. Sufrir por haber disfrutado o disfrutar ignorando lo que sabemos que se sufrirá.
De la decepción del espejo, desde el terror al momento playa, a la tristeza de la piña y su alegría de dos tallas menos; del orgasmo que después pasa factura, a la abstinencia que dispara la ansiedad; del aroma aquel con el que la felicidad nos abrazaba durante un ratito, al silencio largo de los meses sin que la piel se nos erice.
De consumir como sentido de la vida, a consumirse buscándolo con ceniza en los labios. De la mentira cotidiana del plato bien presentado, a la gran verdad universal de la báscula: en ese trayecto, recorriéndolo alocadamente desde una punta a la otra y viceversa, van transcurriendo mis meses, mis años, mis décadas.
De consumir como sentido de la vida, a consumirse buscándolo con ceniza en los labios. De la mentira cotidiana del plato bien presentado, a la gran verdad universal de la báscula: en ese trayecto, recorriéndolo alocadamente desde una punta a la otra y viceversa, van transcurriendo mis meses, mis años, mis décadas.
Yo no creo en los puntos medios, porque el control es la más perversa de las medicinas y el más cruel de los venenos. Porque el control me ha hecho tan impropio como soy, porque ya salí del invernadero y de su temperatura suave, porque dos por dos dejan de ser cuatro si transcurre el tiempo suficiente... nunca consigo resolver correctamente mi dilema de las patatas fritas.
Pero se acerca la hora de la cena, como todas las noches. Y como todas las noches, sé lo que quiero exactamente, como exactamente sé lo que me conviene. Como sé, exactamente, que sólo coinciden muy, pero que muy inexactamente... O nunca.
Y como todas las noches, con coherencia o sin ella, sólo o con leche, triste o alegre, toca elegir quién, cómo, dónde, cuándo... e incluso por qué.
Y como todas las noches, con coherencia o sin ella, sólo o con leche, triste o alegre, toca elegir quién, cómo, dónde, cuándo... e incluso por qué.
La soledad III
¿Vendrá?
Puede que venga.
Lo dice en esta carta que aquí llevo.
Se está yendo el verano… Y llueve. Las patatas…
¡cuántas ya se han podrido!
Los tomates se hincharon de tal modo
que rodaron por tierra, derramándose.
La fruta se acabó. Nunca los pájaros
comieron más duraznos y ciruelas.
Las acelgas… ¡Qué viejas y amarillas
están ya! ¡Qué buen tonto
sería si plantara de nuevo más lechugas!
Las gallinas cloquean por los muertos sembrados.
La lluvia ha enverdecido el banco de la casa.
La cocina está negra de hollín… Miro las sillas…
Una está sin usar… la otra ya tiene
partido un palo… El suelo
cruje sucio de tierra.
En un rincón, la escoba se aburre. Hace ya un mes
que no lavo las sábanas… Tan sólo,
enganchada de un clavo del muro de la alcoba,
sigue la nueva colcha de los pájaros.
Llega el otoño ya.
Mi mujer no ha venido. Yo no la conocía…
No la conocí nunca.
Era joven. Lo sé.
Unos veintidós años…
Aquí tengo su carta…
Yo he cumplido sesenta…
El polvo… El calor… Tal vez tantos kilómetros…
¡Vaya usted a saber!
(Rafael Alberti)
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