jueves, 31 de diciembre de 2015

Dos mil quince


(Juanes y Nelly Furtado - Fotografía)


Dos mil quince

Te lo dije. O eso creo recordar. ¿Sabes? La memoria tiene fallos imperdonables. Uno olvida cosas que no quisiera haber olvidado y, sin embargo, recuerda obsesivamente todo aquello que es necesario olvidar para seguir adelante. ¿Qué haría yo si no tuviera tu certidumbre?

Y yo te dije que se podía parar el mundo, una hora, un minuto, un segundo, pero detenerlo, hacer que dejen de sonar los engranajes que lo mueven, conseguir no pensar en nada salvo en el momento que se vive.

Todo era imposible, ¿recuerdas? Todo lo que ya parece cotidiano, lo que ahora se supone que no consigue levantar polvo ni dejar huella en los calendarios, entonces fue imposible. Quiero creer, después de tanto nuevo y tan torpemente aprendido, que imposible sólo es una edad para los sucesos, como una infancia lejana y perdida, que a veces se añora con un regusto dulce en los labios.

Prometo no sacudir el polvo de las alas de la mariposa que me hicieron volar, no arruinar con calor desmedido los copos de nieve, no alimentar la podredumbre con todo lo que durante tanto tiempo decoró nuestros sueños.

Benditos sean para siempre los restos de los naufragios, las sábanas revueltas, los platos sucios. Bendita sea la ceniza porque por ella sabemos que hubo fuego. Bendito sea este aroma tenue y escurridizo con el que la felicidad se despide hasta su siguiente capítulo.

Te lo dije. Por muchos sueños que haya que ir abandonando, siempre quedan otros nuevos, sin estrenar, tan imposibles, ahí, al lado, como pompas de jabón que se estremecen con el viento, deseando romperse en la punta de nuestros dedos.

Y por eso no puedo aguantarme las ganas de volvértelo a decir: Todo va a salir bien, todo va a salirnos bien. No sirve para nada pensar lo contrario.

Déjame agradecerte la parte de mi felicidad que te pertenece. Anímame a esperar nuevos imposibles.

Te deseo feliz año nuevo. O, en su defecto, que puedas, que quieras, contar conmigo.

miércoles, 30 de diciembre de 2015

La envidia en los dedos


(L'Orologio Degli Dei - Giovanni Allevi)



REGRESO

Íbamos en el coche con un silencio relativo, de esos silencios que aguardan expectantes a que asome un secreto por algún sitio. Fueron pasando la lluvia y los kilómetros por la noche desapacible, salpicando el retorno con semáforos desconectados y baches imprevistos.

Pero no hubo ruido, sólo una luz azulada que destellaba en un bolsillo. Por el movimiento que percibí y la luz fantasmagórica que vino después, supe que había abierto el móvil. Leyó, escribió algo con el dedo gordo, lo cerró guardándolo en el bolsillo con un sólo movimiento y ladeó brevemente su rostro hacia mí. Estaba sonriendo.

-¿Todo bien?-, le pregunté, pero, para esconder mejor su secreto, sonrió más fuerte y giró la cabeza hacia la ventanilla. Una sonrisa refulgente, de esas que se transmiten en el vacío a la misma velocidad que la luz.

No pude evitar sonreír yo también. Después seguimos el trayecto en un silencio lleno de pensamientos, de esos silencios que acaban de desenrollar el mapa de un tesoro y no quieren que se extinga el eco. Y nos perdimos uno del otro, cada uno rumiando su propio secreto.

Al llegar al destino, él subió deprisa, como siempre, y yo, como siempre también, me entretuve con el humo y sus pensamientos. Entonces empezó a sonar una música que borboteaba con más fuerza que la lluvia sobre el patio.

Apagando el cigarro y mientras subía las escaleras, iba pensando en lo bien que suena el amor al piano. Todavía me dura la envidia en los dedos.

lunes, 28 de diciembre de 2015

Silencio



(Acordes de "Un poco de suerte no vendría mal" -- Rebeca Jiménez)



Silencio

Este silencio es el de la sorpresa,
ese que nadie invita. El silencio
de una señorita que te hace una encuesta por teléfono,
el silencio de quien se asombra
de que no conozcas una página web que él visita.

Este silencio inopinado
es el regalo que no te entregan,
el correo que no se responde por pereza,
el del buzón en el se guarecen
las facturas enjauladas. Este silencio
es el de las canciones que susurran
un idioma que no comprendes, el silencio
del viento en la cara mientras miras la noche
y el del humo que sella los labios.

Este silencio
es el de la tarde que se endulza,
poco a poco, sobre un cielo raso.
El silencio de un sótano
abarrotado de nadas voluminosas y adornado
con aquellos algos que permanecen
marchitos de tiempo y de polvo.

Este silencio difuso es
también
un silencio concreto, donde
los otros silencios se diluyen y se mezclan
hasta formar
el estupor inhóspito con que uno
se unta las esquinas del corazón
para sobrevivir al insomnio.

Este silencio es un silencio
que no se cuenta, ese que recoge
y deglute a bocanadas aquellos verbos
que quisimos decir y no pudimos;
o, lo que es peor, verbos
que no supimos conjugar a tiempo y escondimos,
como si todo estuviera ya dicho
y ni siquiera nos quedara la palabra.

sábado, 26 de diciembre de 2015

Strangers in the night


(Strangers in the night -- Frank Sinatra)


Strangers in the night

Qué extraña costumbre ésta,
la de tener los labios cuadrados
y las palabras sordas.

Como extraño es el hábito
de mirar a las pantallas planas
buscando en ellas un olor,
una pisada, una mancha de carmín.

Mi vida es extraña
desde que me deshice en palabras,
desde que me confundí
entre las líneas de un mapa
que no lleva a ninguna parte,
desde que mi injerto en los renglones
floreció hacia el lado oscuro
de la existencia.

Los libros
me miran extrañados, me juzgan
murmurando entre esas hojas afiladas suyas
que nunca habitaré.

Mi vida es extraña
desde que me puse a los pies de los milagros,
desde que cambié el centro de mi gravedad
por la levedad de un equilibrio,
desde que dejé de leer en el casco antiguo
y me puse a escribir en la periferia.

Soporto bien, ya no es problema,
porque la mansa costumbre
ha domesticado al monstruo,
la esclavitud de mirar siempre a lo lejos,
la ingrata manía de estar continuamente
en otro lado.

Qué extraña costumbre
la de buscar entre los surcos del teclado
la semillas invisibles de algún poema.

Nunca la miro a los ojos,
pero sé que la televisión me lanza
su odio catódico,
su ira digital y su desprecio terrestre
mientras ceno a la luz de los telediarios.

Es extraña mi vida.
Y no encuentro a quién contarla
-ni sabría por dónde empezar.

Qué extraña costumbre ésta,
la de dejarla por las noches para vosotros,
strangers in the night,
aquí escrita.


viernes, 25 de diciembre de 2015

La noche entre paréntesis (y otros prodigios)


(La noche entre paréntesis - Juan Trova)

Prodigios

Algunas veces, el universo cabe
en la palma de la mano
y al cerrarla, para que no escape,
la encontramos llena de otras manos.

A ratos, sin previo aviso,
el mundo hace un alto en el ángulo preciso
para anunciar el tiempo de los abrazos
y raramente, pero sucede,
consiguen escapar vivos
los sueños después de alcanzados.

Algunas tardes creo
que son posibles todos los milagros;
incluso, que de vez en cuando la vida,
esta misma vida que nos separa,
me bese en la boca
con tus labios.


jueves, 24 de diciembre de 2015

Abominario navideño

Abomino los fastos que se expenden como si fuesen una cura contra la pobreza, abomino esa felicidad de mercadería que se lanza envuelta en frases conmovedoras de temporada.

Detesto el derroche de luces que no consigue ocultar las miserias. Odio la palabra “libre” cuando se deja pisar por un anuncio publicitario. Abomino la alegría y el dolor convertidos en espectáculo televisivo. Me revientan los telediarios que se dedican con voz afectada a las matanzas ajenas mientras pasan de puntillas por las escabechinas propias.

Abomino también a quienes esconden la cabeza en alguna tristeza para no ver las luces, como abomino a quienes esconden la cabeza en las luces para no ver la tristeza.

Abomino a quienes ya lo sabían y pudieron dormir a pierna suelta. No soporto a los que resumen el amor y la familia en una comida o en una noche, por buena que sea.

Me dan dentera los finales felices de las películas, especialmente esas en las que los malos acaban haciendo algo bueno y parece que no hay más cojones que perdonarles las putadas anteriores. 

Desprecio profundamente a aquellos que cuando piensan en un regalo, sólo consiguen imaginarse un algo que se compra.

Detesto, en fin, a todas esas personas de buena voluntad a las que siempre hay que suponérsela. Quizás esta noche, precisamente por eso, me deteste también a mí mismo.



QUÉ EXTRAÑA TODA ESA GENTE

Qué extraña toda esa gente.
Llenan los comercios, las calles, las oficinas,
amables, bien vestidos, sonrientes.

Qué extraña toda esa gente
a la que el corazón sólo obliga
a dejar de fumar y
hacer ejercicio moderado.

(Ángeles Carbajal, La sombra de otros días)

Noel



Noel

El tipo gordo no, ese no. Ni aunque me lo quieran pintar con barbas de quita y pon, ni por mucho que entienda de chimeneas, no.

Que si los renos, que si los duendes, que si el trineo. No, a mí no me la van a dar con queso, no. A pesar de que me amenacen con que no haya regalos, ni que intenten asustarme con que todo lo ve, no. Yo no creo en Santa Klaus, por mucho que cante Luis Miguel con sus dientes blancos que llegó a la ciudad.

En los reyes magos, bueno, tal vez crea un poco. Más que nada, por complacer al niño que llevo dentro, porque prefiero los camellos a los renos, porque tiran a dar con los caramelos en las cabalgatas.

Pero tampoco es que crea del todo, que no me fío de los carteros que no llaman dos veces, que eso de que son "reyes" habría que verlo, que mira que ir detrás de una estrella... Bueno, eso sí, eso sí que me lo creo, porque alguna vez, yo mismo, he ido en pos de alguna, incluso de día, que es aún peor.

Pero lo de los pajes, los sacos de juguetes y que haya que dejarles algo de beber a los camellos, eso son bobadas. ¿Cómo van a estar en todas partes a la vez, en todas las cabalgatas, en todas las tiendas, en todas las casas? ¡Pamplinas!

Aunque la historia es muy bonita, un niño que nace, un río, ovejitas, pastorcillos que decoran muy bien el paisaje... No, si la historia es bonita, y eso de perseguir estrellas, ahora que recuerdo, fue precioso... Pero vamos, vamos, hay que dejarse de rollos. ¡Qué no!

Ni Santa Klaus, ni Reyes Magos, ni las tiendas de Hipercor, no se puede ser tan crédulo. Aunque, y eso es cierto, quien no cree en algo, no escapa de tener una creencia, que, al fin y al cabo, es tan increíble como cualquier otra. No creer, también es creer.

Y por eso, yo, ya sólo creo en Mamá Noel, porque es de carne y hueso. ¡Qué bien le sienta el rojo sobre el blanco! ¡Qué sensación la de ir escuchando las pisadas de sus botas de tacón! ¡Qué bien puesto el cinturón y, sin embargo, con qué facilidad se desata!

Ni reyes, ni santa, yo sólo creo en Mamá Noel. Y el único deseo que le pido, el único que se le puede pedir y espera que te lo conceda, es que venga, y que al venir convierta cualquier noche en Nochebuena y que cuando uno se despierte, en mitad del calendario, encuentre ese suave perfume a Navidad que dejan los caramelos de la piel sobre las sábanas.

Y que cuando venga, se deje de ventanas ni de chimeneas. Prefiero que toque al timbre.

lunes, 21 de diciembre de 2015

Viaje interior




Viaje interior

Estar más solo en el trayecto, llegar con prisa,
hacer acopio de colores y de piedras,
vivir en las líneas de un mapa,
seguir los pasos de los otros.
Habitarse uno mismo en paredes extrañas.

Viajar en ruinas hacia otras ruinas
encontrando sinsabores en la intemperie,
comprobar que todo se corrompe
y que nada perdura sino las palabras.

Porque son los mismos ojos los que miran el mundo,
los mismos pies cansados, las mismas pisadas,
por debajo de la piel de la geografía
el mundo que visito nunca cambia.

Tengo problemas para salir de mí mismo.
Allá donde esté
siempre hay un aquí y una nostalgia.
Cuando viajo en sueños nunca te pido
despertar en habitaciones separadas.

domingo, 20 de diciembre de 2015

Encrucijada



(Música ---¿Dónde pongo lo hallado? de Silvio Rodríguez)
(Cuadros de Miguel R. García Valenzuela)



Encrucijada

Qué hacer de nuevo con las manos,
cómo deshacerse del temblor.
A dónde dirigir los ojos
para no ver rotos los sueños.
Como sobrevivir a la hora de los teléfonos,
al impacto de los timbres,
a la hecatombe de las teclas.

¿Hay alguien ahí fuera
que me explique el modo de pensar sin memoria?

Cómo escribir sin mencionar el hueco,
sin asomarse al vértigo,
dónde habitar sin que acechen las sombras.
Qué camino empezar que no se tuerza,
que no acabe en círculos,
que no conduzca a Roma.

¿Cómo encontrar la piedra
con la que tropezar de nuevo?

A dónde huir del deseo,
en dónde refugiarse de los aromas.
Para qué cambiar una soledad por otra.
Cómo quitarse las manchas de otoño
de los labios.

Dónde comprar otra vida,
dónde alquilar otro invierno.
Para qué salir del laberinto,
cómo bajar la cuesta del olvido,
qué decirle al espejo.

¿Qué hago ahora conmigo?

No sobran las palabras




Ella ya lo sabía. Ya conocía todas las manías que después mataron el afecto. Luego aparecen por sorpresa y parece que nunca estuvieron ahí. Pero sí, saltaban a la vista y nos las sabíamos de memoria.

Pero no sabemos calcular el desgaste, no conseguimos entender lo que nos ocurre cuando se domestica el estupor. No ajustamos bien las cuentas que se establecen entre las felicidades pasajeras y el martillo pilón de la rutina.

En el fondo, es que sólo creemos merecer lo bueno. Lo malo siempre es culpa de otros. Y que todo cansa. Y cansa del todo.

Eso que hace que nos amemos, se irá diluyendo entre los capítulos de la novela en la que estamos de prestado. Y aquello por lo que nos odiaremos, ya lo hemos conocido. No hay sorpresas que esperar, excepto la de cuando pesará más el otro lado de la balanza.

Si miramos el final, no vale la pena empezar nada. Aunque, si no se tiene nada empezado, la vida nos pasa por encima.

Queda la palabra. Nunca sobran, pero no, no bastan.

sábado, 19 de diciembre de 2015

Verte riendo bajo la lluvia púrpura

La ciencia lo explica todo. Desde la adquisición del lenguaje hasta la lenta destrucción de la identidad que nos regala el Alzheimer. La gravedad y el magnetismo, el paso de las estaciones y las fases de la luna. La percepción sentimental de la brisa, el frío sordo de los campos de nieve y las longitudes de onda de la música.

Explica la geometría púrpura de tu sexo, la arquitectura perfecta y púrpura de una noche de abril a la hora del deseo y el color púrpura de la lluvia.

Su bisturí disecciona la vida, la enfermedad y la muerte, con tanta parsimonia y exactitud que produce escalofríos. Nos ilustra sobre esquizofrenias, alucinaciones y visiones ascéticas. Y esclarece la composición neuroquímica que desencadena el amor y el deseo.

Soy consciente de que mi ejército de queratocitos, distribuidos por todo el cuerpo, aún aguarda expectante tus manos. Que hierven miles de terminaciones nerviosas aferentes como cuando, con un dedo, recorrías mi cuello hacia los labios.

Ya puedo notar que mis células de Merckel están echando humo por entre los microblastos y que el colágeno que aún me queda, un milímetro más abajo del paso de tus dedos por mi nuca, se estira hacia el rastro que me dejaste en los rizomas de Paccini.

Todos mis corpúsculos de Meissner se han erizado a la vez, orientándose hacia otra piel que cada vez deseo más cerca. El hipocampo me empuja a recordar que esas son tus feromonas y que están clasificadas en la cúspide del placer.

Por eso sonríe el hipotálamo cuando envía la orden precisa por la corriente sanguínea. Mi cuerpo entonces lucha entre relajación y forzamiento, entre sueño y memoria, entre misticismo y carnalidad. Las endorfinas fluyen en oleadas que derriban las murallas que levanta el inconsciente.

La ciencia dice explicarlo todo. Todo sobre todo. Todo sobre el amor y sobre el deseo. Sin embargo, no consigo que me explique cual de ellas es la causa y cual el efecto.

Necesito que la ciencia me aclare por qué escribo a máquina en la electrónica de este papel las cosas que desearía grabar para siempre, y a mano, en la memoria infinita de tu piel.

Y que me revele la diferencia, si es que hay alguna al respecto, entre sufrir por quedarse e irse sufriendo, si yo nunca quise causarte ninguna tristeza. Sino verte riendo bajo la lluvia púrpura.



jueves, 17 de diciembre de 2015

Abrazos


(Video: Abrazos Gratis  ----  Canción: Sad Song (feat. Elena Coats), de We The Kings)


ABRAZOS

Hay abrazos que tienen el sonido estridente del hielo al fundirse. O el rumor sordo de corazones en diástole sostenida. Un vuelo corto rasante, de pájaros que abren las alas buscando el abrigo de una certidumbre cercana.

Hay abrazos fugaces que duran para siempre en la memoria imborrable de la piel. Y dejan marcadas huellas transparentes en todos los poros que el destino nos lanza y una armadura resistente a las tristezas nos envuelve, dejando sólo el resquicio imprescindible para echar de menos los brazos que nos rodearon.

Se hace imposible olvidar el pecho que nos albergó, el aire exhalado que nos rozó el rostro como caricia súbita y deliciosa. Sentirse traspasado por otros brazos, es la llave que abre la puerta del universo y nos permite desenredar la soledad que transportamos a cuestas.

Un abrazo es una trampa dulce que deja secuelas imperecederas. Un vacío extenso, un tatuaje transparente. Una sensación absurda de corpiño, chaleco y bufanda. Clausurar los ojos a la luz para intentar, en vano, detener el tiempo en el momento en que el mundo se hace de nuestra medida.

Viento fue tu cintura sobre el pájaro de mis manos. Olas de tu pecho enredando la marea y ruido de caracolas atronando en el silencio. El hilo que nos unía se llenó de nudos marineros y tensó las lágrimas impacientes de un adiós que señalaba, perpendicular y sofocante, los hombros sutiles del espejo.

Hay abrazos, tú lo sabes, que no deberían acabarse nunca.

Por septiembre

Por septiembre...

Por septiembre
se te llenan de sótanos los labios
y es relativo el cielo
después de haberte visto preguntarle a la vida.
Pero también el cielo,
arrugado y preciso
como tu cazadora adolescente,
quiere estar entreabierto,
brillar recién amado,
descansando en la hierba
el peso de su larga cabellera de nubes.

Por septiembre
se te llenan de humo los síes en la boca.

(Luís García Montero)




(Wake me up when september ends --- Green Day)

domingo, 13 de diciembre de 2015

Despertar a la nieve




DESPERTAR

Esta mañana me levanté echándote de menos. Hacía tiempo que no me ocurría así que saqué la cabeza por la ventana para ver si zambulléndola en la ciudad se me pasaba.

Duró, como otras veces, lo que duran los ecos del recuerdo en mi cabeza y después volviste a desaparecer, a esconderte en ese agujero oscuro que llevo dentro en el que habitan los seres a los que no puedo decirles: te echo de menos.

Hasta que ocurrió eso, la taza de café, las noticias de la mañana y la lista de asuntos para el nuevo hoy te fueron arrancando de mi presente, cerrando una puerta que, tú, intentaste abrir aún un par de veces más, con cualquier excusa que yo no llegué a vislumbrar antes de que te fueras sin previo aviso; así que de nuevo no tuve tiempo de decirte adiós.

No obstante ha sido un placer volver a compartir un sueño contigo, no dejes de venir a verme siempre que me apetezca.

(Manmen Muñoz Dávila)


sábado, 12 de diciembre de 2015

Debilidad de corazón

¿Quién habla del amor? Yo tengo frío
y quiero ser diciembre.
Me lo pregunto porque está desnuda
la historia de mi vida frente a mí,
porque el hombre es un lobo también consigo mismo
con una simetría parecida a los árboles.

Uno escribe su vida en un poema,
acepta que la vida se refugie
de la flor que no quiso convertirse en almohada,
al despertar de tantas noches largas
con los ojos de sueño y la ropa sin brillo,
en una habitación que no es la suya.

Lo sé. Hemos sido extranjeros
hablándonos por señas demasiado cercanas,
fantasmas de una noche sin verano,
andábamos despacio, de forma irregular,
con una soledad definitiva
al otro lado de las barcas.

Quizá sólo nos falte
ser algo menos jóvenes, sentir en otro tono
más distante la vida,
para pasar de largo sin que nos demos cuenta.
Quizás sólo se trata de que no estás aquí,
de que perder es duro para todos
mientras la noche avanza solitaria y perfecta.

Porque los sueños dejan
igual que los naufragios algún resto,
cuando ella cruza por mi lado siento
esa inquietud que guardan los que acaban de amarse,
esa debilidad del corazón
que confía en nosotros.


(Todos los versos son de Luís García Montero, pero no sé si el poema es mío, aunque algo muy mío tiene. Si alguien supiera aclararme esta duda, se lo agradecería mucho, muchísimo...)

viernes, 11 de diciembre de 2015

De alguna manera tendré que empezar de nuevo

Me muero de ganas de decirte "Te quiero". Y sé que es imposible. No puedo, no debo... Es momento de ir yéndose poco a poco. El tiempo de las cerezas nunca llega en noviembre.

Pero sí te diré algo así como, de acuerdo, estoy aquí a tu lado para que no tengas miedo. Que yo también comparto los mismos miedos, también busco una cinta para atar el tiempo.

No me apetece escribir, hay otras formas de huir y sentir cómo soplan los vientos de desguace. Pero qué raro placer el que invade estos instantes de sentencias importantes.
¿Me escucharás, me buscarás, cuando me pierda y no señale el norte la estrella polar?

A veces me canso de mí y de no tener valor para buscarte y cometer todo delito que este amor exija.  A día de hoy podría decir que perdí los tesoros de los mapas. ¡Qué no daría yo por tener tu mirada, por ser, como siempre, los dos, mientras todo cambia!



REGRESAR

Regresar es una ley para los viajeros. Extender las alas por el mundo, ver con los propios ojos lo que sólo pudo imaginarse, pisar de prisa el mismo suelo que atravesaron los siglos tan despacio. Y regresar.

Llenar el espíritu con una gota de aventura y avanzar hacia el asombro y la lejanía de mundos diferentes, que también están en este. Conocer otros paisajes es necesario para aprender a reconocer los cotidianos y darles su valor preciso cuando se regrese.

Poner en duda lo indudable de las rutinas y convencerse de que la vida es una, y que no depende del escenario. Sentirse extraño siendo uno mismo cuando no se ven más rostros familiares que los que devuelve el espejo del inhóspito cuarto de un hotel al que, quién podía imaginarlo siquiera, uno vuelve por las noches confundiéndolo con un hogar.

Y después regresar. Regresar para no contar a los amigos más que lo imprescindible y descubrir, de nuevo, que no hacía falta irse para saber que son lo único que echaríamos de menos. Para caer en la cuenta, una vez más, que nos ha sobrado todo lo que no cupo en la maleta; para ser conscientes de que todo lo importante, corazón y pensamiento, siempre, siempre, hay que llevarlo puesto.

Querer regresar es la primera ley de los viajeros. Y si yo la incumpliera me tendría que responder, en el juicio inapelable del espejo, de qué demonios estoy huyendo… o de quién.

El caso es que he vuelto, con mis ojos de arena perdidos en un sueño mágico. Pero en él encuentro que, del mar, ya sólo me queda, tal vez, un silencioso estado de ánimo.