viernes, 26 de agosto de 2016

Lo que nos conmueve

Lo que nos conmueve es insospechado. Uno mira sin ver, a través de los cristales de sus gafas, en todas direcciones, como si la vida transcurriese en una playa y perder la vista hacia quienes no están a tu lado fuese el acto ritual de la existencia.

Uno mira sin ver, acepta sin creer, siente sin temblar, hasta que, de repente, siempre de repente, algo nos llama la atención. Pueden ser unos ojos concentrados en un móvil por una cuestión de bicicletas, que dejan de ser huidizos y nos pemiten, entre luces azuladas, descubrir un rostro sereno al que mirar serenamente y encontrar en él un paisaje en el que apetece perderse.

O una mano que recoje a otra sobre un fondo negro de estrellas que, minutos atrás se convertían en nieve sobre la decepción de otro paisaje, esta vez dibujado y sin palabras.

Aquello que nos conmueve verdaderamente, siempre es mínimo. Leer "suicidio" en los últimos párrafos de la biografía de Stefan Zweig, o entender, por entre los diálogos destacados en un artículo sobre una película de amor y casualidad, que el espacio para la trascendencia sólo existe compartido.

Tal vez dos hombres, dándose la mano sobre un universo negro lleno de estrellas, no tengan el halo místico, o romántico, según gustos, que permita que se erice la piel del pensamiento y se nos quede otra cruz marcada en el viejo plano del tesoro que escondemos.  

Sin embargo, enciende una chispa que arranca no sé qué endiablado engranaje que empuja al sofá sobre las teclas y precipita la imagen de una noche cayendo suavemente sobre el horizonte de un chiringuito al borde del mar; mientras pides que te lean en voz alta , mientras te piden que les leas en voz baja, mientras llega el dilema de la película a su estreno inminente.

Siempre es insospechado. Así que, cuando uno pensaba que la luna llena sólo era un adorno vacío de la noche y que la importancia estribaba en las palabras... Espera... Tal vez no sea tan insospechado lo que nos conmueve.

Tal vez, piensas, si es que tener la tele enmudecida como paisaje lejano permite pensar, que no, que no es tan imprevisto ni tan repentino, que aquello que nos conmueve ya se veía venir desde lejos y que no hay camino que no conduzca a Roma por mucho que se enrevese.

Es posible que aquello que nos conmueve no sea tan mínimo, que no suceda de repente y que se deje sospechar tranquilamente. Es posible que aquello que nos conmueve esté escrito en una lista, en un calendario lunar o en una búsqueda de google.

Es perfectamente posible que, aquello que nos conmueve, aquello que verdaderamente nos conmueve hasta el fondo, nos retumbe por dentro y se nos salga por los sueños y estemos previamente avisados de su importancia y de su intensidad. Y es posible que no permitamos que nos lo parezca por si el ridículo acecha, y es posible que no seamos capaces de contarlo ni de dar pistas.

Porque es completamente imposible escribir mientras te estremeces, hablar mientras tiemblas, llorar mientras te deslumbras...
 
 

jueves, 18 de agosto de 2016

Ausencias

Me preguntas que quién me falta
como si procedieras
de un mundo macizo,
de una tierra inhoradable
en dónde nadie sabe de huecos.

Si la memoria existe,
y no es sólo novela de ficción
transformada en guión de película,
si la memoria existe
es para poder hacer inventario
y facilitar el minucioso recuento
de todo lo que vamos perdiendo
poco a poco.

Los huesos de la vida están llenos
de cavidades aisladas, de agujeros,
que la hacen más liviana, le quitan carga
y, al mismo tiempo,
la mantienen más difícil de quebrar.

A veces se comportan como heridas,
es cierto -y, si la memoria existe,
es para taparlas con cicatrices
y proteger la médula de la intemperie-
pero sólo son oquedades tácitas,
puntos por dónde el mundo deja de ser opaco
y permite que pase la luz.

Son huecos como los que viven entre letra y letra,
como los espacios que hay entre palabras,
sirven para respirar en mitad del párrafo,
para darle orden y claridad al mensaje,
para que podamos cerrar un momento los ojos del libro
entre página y página.

Y aunque, de tanto en tanto
reclamen nuestra atención sobre una playa,
bajo un aroma cercano o entre los versos
de un poema que nos cae encima
y nos aplasta durante un momento,
sólo molestan para anunciarnos
con su silencio tibio, con su dolor endeble,
que hay que seguir con la vida.

Y que va a cambiar el tiempo.



MONÓLOGO

Cada palabra es una clave
y una explica la otra
y todas juntas
no alcanzan a decir
lo que yo quiero.

Soledad, por ejemplo,
es como un hueco enorme
o una piedra cayendo en el vacío
o el dolor en el pecho
cuando niño te quedas en la calle
sin conocer a nadie
o viene el padre y parte
y entonces la ternura
se convierte en lágrimas,
en odio, en largo desconsuelo
y hasta te hiere el aire
y caminar no basta
y dormir es morir pero te duermes.


Soledad no es el acto de estar solo,
es buscar en los otros tu estatura,
tu dimensión exacta,
o más bien repartirte,
formar un ancho coro de ti mismo
y luego no encontrarte en los que pasan.
Qué soledad la del que pide a gritos,
a golpe de ternura en medio de la gente,
que la risa sea risa
y que el odio sea odio,
que la mano apriete fraternal
o clave su cuchillo,
y que el hombre sea hombre
por encima de todas las miserias.

Cada palabra es una clave
y una explica la otra
y todas juntas
no alcanzan a decir
lo que yo quiero.

(Waldo Leyva)

miércoles, 3 de agosto de 2016

Por lo que ocurre


Ocurre que todo llega, que la vejez pide su turno, que el deterioro es un agua que se abre paso a través de cualquier resquicio, por más que se aprieten los dedos al cerrar los puños.

Ocurre que se pierde el color y la tersura, que ya no se luce delante del espejo, que el marrón es el color que más resiste los empujones del tiempo.

Ocurre que nada es para siempre, que todo lo que está vivo se estremece cuando el sol abrasa y el aire quema las puntas de todo lo que sobresale.

Ocurre que parece seca, que la rama ha perdido el donaire y que se tuerce en su viaje con Fibonacci hacia el pozo azul que anda arriba siempre, inmóvil, liso, inabarcable.

Ocurre que asalta la tentación más simple, que las tijeras se abren con el debate de si hay que cortar las ramas inolvidables, ocurre que no gusta verse en el paisaje seco de ninguna verja.

Ocurre también, que nunca se sabe, que la química está enterrada, pero no muerta, que el agua ejerce su magia con cuentagotas, que los pies sostienen una fe más profunda que el orgullo aquel y más ancha que el olvido este.

Ocurre que no se sabe nunca por dónde asomará un brote, una potencia resuelta en verde, una flor pretérita escondida en lo que hace tiempo que parece madera vieja.

Ocurre que todo se mezcla, que todo lo que consigue ser grande empezó siendo pequeño, que el mismo sol que quema lo de afuera, mantiene cálido lo de dentro, que el mismo viento que arranca hojas secas, mece suavemente las que empiezan a nacer.

Ocurre que no hay que darse por vencido en las cosas que uno nunca consigue explicarse, que no hay que dar por perdido lo que no se entiende, que no hay que desprenderse nunca de la esperanza exacta en tanto siga siendo del mismo verde que el azar.

Ocurre que cansa el roble de ser inteligente, que todo es nogal cuando no se esperan milagros, que a fuerza de pino no distinguimos el prodigio que a cada instante sucede a nuestro alrededor.

Ocurre que nacen entre lo seco, que reviven lo que parecía carne de incendio, que traen otros colores al mundo que ya empezaba a verse castaño, sobre todo mientras oscurece. Ocurre que contradicen todo lo que una vez se aceptó como verdad.

Ocurre que, por feas que se pongan las ramas y las cosas, por ásperas que se vuelvan las hojas que antes fueron rosadas, por tristes que se queden los paisajes cuando el horizonte nace muerto por la calima, nunca, no hay que dejar de regar las plantas nunca.

Ni tampoco el corazón. Por lo que ocurre... por lo que venga...