lunes, 29 de febrero de 2016

Imaginar los sitios posibles



Imaginar los sitios posibles donde estabas...

...en un rincón del año...
V. Huidobro

    Imaginar los sitios posibles donde estabas,
    verte llegar sin noche a La Tertulia,
    reconocer tu voz apresurada
    al contar una anécdota
    o preguntar por mí,
    saber que nos mirábamos antes de conocernos,
    son capítulos largos de mi vida.

    Supongo que también te dejarán a ti
    este mismo vacío,
    esta impaciencia por estar sin nadie
    mientras se nos olvida
    todo el calor que duele de olvidado.

    El naufragio es un don afín al hombre.
    Después de que sucede
    suelen tener las huellas
    esa incomodidad que tienen las mentiras,
    el recuerdo es un dogma,
    la soledad el pecho que tú me acariciaste.

    Pero cambiando de conversación
    el tiempo -buen amigo
    que deforma el pasado como el amor a un cuerpo-
    hará que cada día no parezca un disparo,
    que volvamos a vernos una tarde cualquiera,
    en un rincón del año y sin sentir
    demasiada impotencia.

    Será seguramente
    como volver a estar,
    como vivir de nuevo en una edad difícil
    o emborracharnos juntos
    para pasar a solas la resaca.

    Igual que quemaduras debajo de los dedos,
    en un segundo plano
    seguiremos presentes y esperando
    ese momento exacto del náufrago en la orilla,
    cuando al salir del mar
    me escribas en la arena:
    «Sé que el amor existe,
    pero no sé dónde lo aprendí».

    (Luís García Montero)

domingo, 21 de febrero de 2016

Corazón de madera



El cerezo está seco, lleno aún de hojas tristes y arrugadas que no terminan de caerse, como amigos que acompañan en un velatorio.

Yo estaba, sin embargo, sorprendido de cómo enciende el sol de la mañana al limonero, verde, grande, lleno de vida ácida. Su luz me pareció siempre deslumbrante, su color el de la primavera continua.

Y por entre el humo, esta mañana, ha pasado un revoloteo que se ha posado en una ramita limpia del cerezo moribundo. Con su pico rojo, su pecho amarillo y una franja verde en el cuerpecillo, un periquito estrenando libertad se ha quedado mirando el mundo desde la ruina.

¡Qué extrañezas consecutivas! La del cerezo por tener ramas habitadas, la del pájaro por no encontrar los barrotes de alguna jaula en su horizonte. Un guiño del azar o un tributo último a la belleza de la vida.

Se notaba enseguida que no estaban hechos el uno para el otro. Pero el cerezo se ha dejado querer por el pájaro, como sabiendo que los milagros sólo duran lo que uno tarda en darse cuenta de que lo son.

Yo sé que todos los días son importantes, que el calendario está lleno de trampas para la memoria, que quien sabe si otro día como hoy de alguna historia, no hubo otro pájaro hermoso posado en un árbol cansado y nervioso de tener, por una vez, tanto color sobre sus ramas.

Pero el periquito ha dicho adiós, como todos los pájaros hermosos que en el mundo han sido, ha saltado a otro árbol más joven, más decidido y más fuerte. Los pájaros, al fin y al cabo, están hechos para volar por el cielo y elegir su sitio en tierra.

Estoy seguro que el cerezo sonríe esta mañana y que guardará esta hoja del calendario en un corazón de madera como ese en el que yo guardo mis pájaros, mis fechas y todas las hojas secas que me recuerdan el brillo de aquellos ojos que una vez, un instante, las miraron muy de cerca.

No. El cerezo ahora ya no está seco.

miércoles, 17 de febrero de 2016

Verticalidad



LA VERTICALIDAD DEL BESO

Los estudiosos dicen
que nuestra mano abandonó la tierra
para avistar mejor al enemigo,
que mi sombra se irguió como defensa
frente al diente o la garra salvaje.

Están equivocados.

La verticalidad propone el beso,
invita al ensamblaje de la carne
y entrega nuestras manos al abrazo.

(Jesús Montiel, Placer adámico, 2012)

domingo, 14 de febrero de 2016

Variación



VARIACIÓN SOBRE UNA METÁFORA BARROCA

A Carlos Aleixandre

Alguien trajo una rosa
hace ya algunos días, y con ella
trajo también algo de luz;
yo la puse en un vaso y poco a poco
se ha apagado la luz y se apagó la rosa.
Y ahora miro esa flor
igual que la miraron los poetas barrocos,
cifrando una metáfora en su destino breve:
tomé la vida por un vaso
que había que beber
y había que llenar al mismo tiempo,
guardando provisión para días oscuros;
y si ese vaso fue la vida,
fue la rosa mi empeño para el vaso.

Y he buscado en la sombra de esta tarde
esa luz de aquel día, y en el polvo
que es ahora la flor, su antiguo aroma,
y en la sombra y el polvo ya no estaba
la sombra de la mano que la trajo.
Y hoy veo que la dicha, y que la luz,
y todas esas cosas que quisiéramos
conservar en el vaso,
son igual que las rosas: han sabido los días
traerme algunas, pero
¿qué quedó de esas rosas en mi vida
o en el fondo del vaso?




(Vicente Gallego, La plata de los días, 1996)



sábado, 13 de febrero de 2016

Lluvia, otra vez



Ha cambiado el insomnio viejo por otro nuevo. Se le desgranaba la noche como una margarita de deseos, se enredaba en rostros difusos o en versos por escribir. Se levantaba y se escurría entre las pantallas buscando hueco.

Pero el insomnio es otro ahora, uno de margaritas con un sólo pétalo, con un solo rostro nítido, con versos escritos por otros. Se queda enredado en la almohada y desiste de las pantallas, porque sabe que el hueco no está.

Una hora más y la extrañeza de levantarse idéntico, es lo que le ha traído esta noche. Aunque la luna, tapada con nubes, ni siquiera se ha enterado del vaivén de los párpados.

El pensamiento se ha levantado libre de pastillas, mucho más despejado que el cielo. Ha vuelto, por fin, la lluvia y se acaba el desierto. Se ve que él necesitaba nubes en el cielo que ahuyentaran las de su cabeza.


PROLONGADAS AUSENCIAS

Prolongadas ausencias
se adivinan en los brazos mojados
de las sillas, cansadas
de esperar bajo el agua
la mañana de la resurrección,
el brillo de la vida
que viene con el sol.

Quién sabe qué recuerdos
de café compartido,
de citas clandestinas,
de esperas impacientes,
cuánta vida atrapada
bajo cada pedazo de aluminio,
cuánto tiempo perdido
mientras resuelve el clima,
también, nuestro futuro.

(Javier Bozalongo, Viaje improbable, 2007)

jueves, 11 de febrero de 2016

Grúas


(Música: For The World, de Tan Dun, de la BSO de la película Hero)


GRÚAS

Me conmueven las grúas en invierno.
Parecen estar vivas y cumplir
su vértigo llenándose de grajos
que bordan en su acero un pentagrama.

La esencia de las grúas son las aves
de paso. Las cruces de este siglo,
donde todo se mueve, son las grúas:
inmóviles, calladas, imposibles.

Yo he querido ser grúa muchas veces,
recibir la nevada antes que el mundo,
los pájaros, los rayos matutinos…
y ser desmantelado cuando acabe
la obra en la que elevo humilde carga.

Las grúas son amigas de los pájaros.
Que vengan y se posen en mis hombros
mientras huyen del frío es mi deseo.
Que canten para mí, ser para ellos
el árbol más sencillo, pues apenas
un eje vertical y un brazo abierto
conforman mi estructura permanente.
(Vendrá la muerte a dar vida a este sueño
haciéndome también ave de paso).

Y, mientras, ser tan sólo un trasto útil
entre el cielo y la tierra. Algo invisible
a los ojos de todos pero nunca
al ojo diferente de los grajos.

(Antonio Praena, Yo he querido ser grúa muchas veces)

domingo, 7 de febrero de 2016

Luz sin sombra



LUZ SIN SOMBRA

Las citas clandestinas
tienen los ingredientes
que hacen de la locura
un hecho cotidiano:
sales de la oficina saludando
al tiempo que consultas el reloj;
te subes en el coche
dejando que el deseo tome el mando.

No eres tú quien decide:
tu vida la conduce quien te espera.

Queda luz a la vuelta. Luz sin sombra.

(Javier Bozalongo, Viaje improbable, 2008)

sábado, 6 de febrero de 2016

Mis manos


Tengo las manos pequeñas, con falanges cortas y una breve capa de vello que apenas se divisa ya entre los nudillos.

Cuando las cierro, mi puño es minúsculo. Posiblemente, como decían cansinamente los libros de texto de cuando era niño en tardes que recuerdo somnolientas, minúsculo sea por eso el tamaño de mi corazón.

Me cuesta abrir los botes de cristal, apretar las tuercas y atornillar los clavitos esos que van peinados con la raya en medio. No consigo sujetar una moneda entre los dedos sin que se note que la llevo y cualquier llave me doblega enseguida si se me cruza en el camino algún problema de goznes o de cerraduras.

Mis manos se me rebelaron ya desde muy niño. Dedos cortos para tocar la guitarra, demasiado gruesos para los trucos de naipes. Muy sudorosas para pasear agarrado, excesivamente ásperas para materiales sensibles, inseguras contra el frío y débiles para proteger contra el mundo.

Hubo un tiempo en que decidieron perder el tacto. Las cosas más importantes se me caían de las manos porque siempre tuve miedo de apretar más de la cuenta. No podía mostrarlas en público y desde entonces arrastro esta manía de ponerlas a jugar al escondite con los bolsillos.

Y sin embargo, antiguas enemigas, se vuelcan ahora en las teclas como si pudieran cambiar mi destino, como si rebuscaran contraseñas que me abran las puertas de otra vida. Acarician estas palabras sin tinta como si alguien, al otro lado, estuviera colgando en ellas una vida.

Él las tiene hermosas, elegantes, jóvenes. Las vio, años después, en una fotocopia de esas que se hacen por curiosidad y las reconoció enseguida. Manos de dedos largos y rasgos suaves, de palmas abiertas al futuro y sin miedo escrito en la línea del corazón.

Yo no reconocería mis manos antiguas, ya no. Ni ayuda la vista cansada, ni el paso del tiempo respeta nada. Pero aun así, todavía espero que mis manos, antes de que el fragor de los teclados les borre las huellas para siempre, encuentren una memoria amiga en donde guarecerse.

Que mi mano encuentre una caligrafía en la que posarse suavemente, que halle un tiempo en el que desplegarse al calor de los días y que, cuando la vida nos arrincone contra las tablas y nos apriete los puños manchados de soledad, la salve otra mano que la recuerde entera, abierta, desnuda.

Aciertos, errores...



Cuando ella las pronunció, en ese tipo de secuencia de plano contra plano que a veces parece simular que el espectador es un privilegiado contertulio de los protagonistas, sus palabras se me quedaron dentro de los oídos.

Sabía que, tarde o temprano, escribiría sobre ellas, que me iluminarían un trocito de pensamiento en los días siguientes y, aunque resultaran difíciles de asimilar sin poner algunas importantes objecciones, algo de ellas me llamaba.

"Algunos de los mejores momentos de la vida, fueron errores", decía Uma, clavándome su mirada azul sobre el sofá. Una contradicción, una paradoja, una frase comercial, un pensamiento inútil... quizás, sencillamente, una mentira.

Más tarde, cuando te hacen saber del ridículo que vino dos días después de haber sentido un alivio que tú hubieras vuelto a balbucear con alegría, piensas en los errores, en cuál es el motivo, la causa, que convierte el efecto positivo en negativo. En dónde está la línea que divide los errores de los aciertos y, sobre todo, en cuándo unos se transforman en otros.

Se me ocurre que los mejores momentos, esos que guardo dentro de una cajita del pecho, no son errores ni aciertos, y que nadie debería tener poder suficiente, ni siquiera uno mismo, para convertirlos en naufragios.

Porque no sabemos lo que sentiremos en el futuro, porque no sé lo que escribiré mañana, quiero mantener en la tinta de hoy y en el papel que atraviesa el tiempo las palabras que digo, para que me recuerden lo sentido antes de que la memoria y la luz de otros tiempos las conviertan en mentira.

Y, al respecto de la película, se me ha ocurrido modificar la frase para hacerla verdadera y escribir aquí, como contradicción, como paradoja, como frase comercial, como pensamiento inútil, quizás, como mentira, que algunos de mis mejores errores, primero fueron aciertos.

Aunque la verdad que nunca podrá ser mentira, el acierto que nadie trocará en equivocación, es que algunos de los mejores momentos de mi vida, los he vivido en ti, por ti, contigo.



COLLAGE

Ligeras cruzan las edades, hay quien las cuenta en días,
y a través de su lluvia y su ceniza
cada vez más difícil resulta el resistirse
al perezoso vivir animal de la costumbre.
No sé por qué los versos que ahora escribo
parecen versos clásicos, y total para decir
que si después de tanto tiempo aún hoy
aprieto tu recuerdo entiendo que
estoy condenado
a naufragar todos los días
con la vejez que da el saber
que aunque me he equivocado en todo
esto es algo que especialmente he hecho
en lo que más quería.

(Santiago Montobbio, Ética confirmada, 1990)

jueves, 4 de febrero de 2016

Mientras tanto




Mientras tanto

Quizá las cosas
tengan que ser así de escasas,
quizá la felicidad
sólo pueda ser disfrutada
con cuentagotas,
quizá sea necesario no tenerse
para que el amor arda,
quizá no haya veneno que mate
más despacio que la rutina.

Y el tiempo mientras tanto,
eso es la vida.

Quizá las cosas se rebelen,
la felicidad se me atragante,
el amor se convierta en ceniza
y el veneno me deje indemne,

pero el tiempo mientras tanto,
eso es la vida.