domingo, 24 de enero de 2016

Se esfumó



Se esfumó

Se me esfumó un poema.
Se fue con viento fresco,
evanescente, apenas sin dejar rastro.
Sólo un escalofrío húmedo
como un ente del otro lado
que te sopla a la oreja
y te clava ojos invisibles
y te lee sin palabras
la espina dorsal,
la corriente sanguínea,
los sueños, el metatarso,
los secretos menores y mayores,
el hueso sacro,
las ideas, las penas, las alergias,
hasta el centro de la médula
y la memoria y sus fallos.
No lo noté entonces.
Pero abrí la ventana,
miré a lo lejos,
ordené los cojines del cuarto,
encendí un incienso
y me quedé pensando
que algo había volado.
La temperatura bajó levemente.
Me dí cuenta con un tenue soplo
que dejó un nudo
hueco en mi garganta.

(Estela Aguilar y su hambre de letras)

Huella



Firma huella

De un modo único, personal, reconocible,
mis ojos recorren esta procesión de hormigas
que avanza sobre lo blanco,
o la inexplicable belleza de un cuadro
arrugado en una lejana galería.

Nadie más que yo puede repetir el trayecto
que mis dedos surcan en tu rostro,
sólo mi lengua, sólo tu pecho,
pueden establecer el mismo baile
o la misma travesía que gobierna
estas dos respiraciones entrecortadas.

Cada palabra que nos decimos
sólo podemos decirla nosotros,
por muy comunes que sean el significado
y la presión que los labios de los otros
ejercen sobre el vocabulario.

Sólo tú puedes leerme como me lees,
mirarme como me miras,
rozarme sin más esfuerzo
que el de mover los labios.

Tuya es la huella que me está dejando
este tiempo de tránsito y de frontera.
No hacen falta documentos que acrediten
el picor de esta esperanza ilusa,
el ardor de las horas confusas
y el humor que me revuelve la vida.
De tu ausencia y tuya
es la firma que llevo escrita.

viernes, 22 de enero de 2016

Inventarte



(Fragmentos de la película Ruby Spark)

(Textos entresacados de Alguna mentira que te fascine)

Dejarlo


DEJARLO
Dejar el tabaco
tiene su momento.
Buscar la jugada perfecta,
sin dolor.
Se te ve muy bien.
Dime en qué farmacia
compras las pastillas esas
para dejarlo;
el amor, digo el tabaco.
El síndrome de abstinencia
me está matando.

(Estela Aguilar Jiménez, con su hambre de letras)

domingo, 17 de enero de 2016

Falta de vocabulario


(Escenas de la película -- Still Life)

Falta de vocabulario

Comencé una caricia el jueves por la tarde
JOSÉ CARLOS ROSALES

Qué ternura, o quizás no sea la palabra,
discutir sobre colores por teléfono,
planear la vida próxima, el siguiente agua,
rodar entrelazados sobre un texto
como si fuese una suave cuesta
o una cama,
caminar sin rumbo por la casa
buscando el rincón donde sentirse más cercanos,
mirar al infinito mientras se le habla
a las paredes.

Quizás ternura no sea la palabra
y haya que inventar un gesto alternativo,
un color luminoso, una nota musical nueva,
otro concepto de silencio.

Qué ternura, aunque quizás no sea la palabra,
combatir el frío de las noches
rozando espalda contra espalda,
bendecir alguna tarde desastrosa
con una caricia tuya impúdica y osada,
pulsar con locura el timbre de la alegría
y aparcar el mundo en el cruce de un beso
con la calle Ganivet.

Si al final resulta
que ternura no ha sido nunca la palabra,
perdóname esta falta mía de vocabulario
a la que tengo que agradecerle
que te vayas dejando enredar
en la médula de los poemas,
sobre el corazón de la memoria,
en el centro de mi vida.



CARICIAS CRUZADAS

Comencé una caricia el jueves por la tarde,
pero sonó el teléfono, llamaron a la puerta,
la caricia se quedó aplazada.

También otras caricias quedaron en suspenso
para seguir más tarde, después, al día siguiente:
las caricias se enredan, las que están acabando
con las que empiezan hoy, aquellas que se alargan
ocupando semanas con aquellas que duran
décimas de segundo.

Contigo las caricias empiezan, no se agotan,
nunca acaban, parecen
conversaciones que se cruzan,
palabras que nos llevan.

(José Carlos Rosales, Poemas a Milena, 2010)

Perfecta





Perfecta

De sobra sé que no es perfecta, que nada lo es. ¿Y qué importa? El ideal no existe; y si existe no me llega, no me hace temblar, no me conmueve.

Si supiera, si tuviese el don de esculpirla de la nada, no encontraría el modo de mejorarla con estas manos mías, con estos ojos propios, con este corazón envejecido y envalentonado.

Yo también soy mis errores, mis manos torpes, mi cuerpo moldeado por los genes y la pereza. Y estoy tan hecho de sueños como de fracasos, con tanto entusiasmo como decepción.

Aquí aparezco, tal vez, como si supiera de lo que hablo, como si todo rodara suavemente por una cuesta ligera y las palabras surgieran solas, seguidas, en una misma secuencia de plano contraplano.

Pero es pura coquetería la de ocultar los lunares de la espalda, el pellizco ansioso de una tarde de domingo y el asqueroso vicio de fumar a deshoras. Coquetería necesaria, pero que no me engaña. De sobra sé que no soy perfecto... ¿y qué importa?

Y como yo no lo soy, ella no puede serlo. Su imperfección no es un defecto, sino eso, exactamente eso que hace que ella sea como es. Eso que tanto me gusta.

sábado, 16 de enero de 2016

Mariposas en el estómago



Mariposas en el estómago

Soñar despierto, padecer alguna enfermedad benigna que se aloja en el alma para dejarla mullida y tenue. Enamorarse o, tal vez, inventarse un yo mejor que ese de todos los días cuando va espantándose de los espejos.

El mundo da una tregua breve de mediodía, alborotada sólo por las chicharras. A veces, todos los asistentes dejan su cargo a disposición del olvido, se ponen el corazón en la boca y besan con palabras nuevas, recién aprendidas.

Cada uno pone su pasado sobre la tierra que hay debajo de los pinos y esparcen, como si estuvieran hablando sólos, la longitud de un pensamiento que se comparte despacio: cambiar o ser el mismo, moverse o mover el mundo, hacerse otro o continuar la inercia de permanecer siempre en el mismo sitio. Dieciséis años ya eran muchos al principio. Cuarenta y siete, al final, no fueron tantos.

Y entonces sentí mariposas en el estómago. Tal vez soñar despierto, tal vez lo benigno y lo enfermo de sentirse entendido, tal vez acicalarse delante de esos ojos que se miran en ti como en un espejo.

Él tenía la cámara y fotografió el momento. Ese momento en que habíamos dejado de ser parientes cercanos para expandimos más allá, mucho más cerca, donde sólo el afecto puede conducir a los seres humanos.

El instante se esfumó en el aire, como una mariposa que agita sus alas en busca de otra sombra de julio. Quién sabe del caos y si tal vez aquella tarde llovió sobre Nueva York.

Pero a mí me quedaron mariposas en el estómago, las gafas de sol desatendidas sobre el pecho y una camiseta que me respiraba muy bajito, ocultando la anchura nueva de mi corazón antiguo.

Mírate



Mírate en mis ojos

Mírate en mis ojos, déjame mirarme en los tuyos.

Al fin y al cabo, nadie sabe quién es hasta que los demás no se lo dicen. Porque los ojos de los demás son el espejo en el que nos conocemos, en el que nos mentimos tan bien que casi parecemos de verdad.

Todo es reflejo, espejismo, apariencia. La única verdad es el diafragma en donde la luz se queda atrapada y el corazón de las personas es la más potente retina que sabe revelar lo profundo. Lo verdaderamente importante es transparente a nuestros ojos.

Haz fotos, encuadra y observa el mundo con ellas, deja rastro, pon tu mirada en lo pequeño. Pero cuando te canses de espejos, cuando quieras verte por dentro, amor mío, mírate en mis ojos.

Y deja que me mire en los tuyos si llega ese día en el que nadie me conozca. Guárdame ese secreto en tus ojos, invéntame frágil y tierno, como yo te guardo en los míos.

Así ya no tendré miedo a que lleguen, porque tienen que llegar, los tiempos fugaces de la desmemoria y las eternidades del último olvido, cuando ya nadie me pueda mirar.


domingo, 10 de enero de 2016

No sabía cuándo





No sabía cuándo

Me he dado cuenta esta mañana. Estaba seguro de que vendría, pero no sabía cuándo.

Lo sé por el modo que tienen las palabras de salirme cojeando de las teclas, por ese eco raro que me suena al final de cada frase. Lo sé por el murmullo sordo que no me deja en paz los pensamientos.

Ya lo sospechaba desde hace tiempo. Es la tristeza. Una tristeza ondulada y viscosa que no deja de gotear por el grifo de la cocina, que descarga la batería de los teléfonos, que baja la temperatura del cuerpo por debajo de las sábanas.

No tiene que ver con las ausencias, porque no son nuevas, porque ya estaban antes y, en los cojines del sofá, aún permanece su forma marcada. Pero la tristeza engorda todo y engorda las ausencias y convierte en túnel la señal parduzca que queda en las paredes cuando se quita un cuadro.

Tampoco es el rojo de los números que resulta de los balances, cuando nos damos cuenta de que lo único que querríamos ganar es lo que hemos dado por perdido. Entonces la tristeza engorda todo y engorda la merma y las rebajas hasta que ya no encontramos abrazos de nuestra talla.

Claro, que también ayuda el cambio de costumbres, cuando no sabes en que bolsillo tienes que guardar las manos que se te quedan frías al notar cómo tropieza el calendario con esas inciertas horas de ciertos días, y la noches parecen más silenciosas y más estrechas. Pero es que, además, la tristeza lo engorda todo y engorda la monotonía hasta que parecen nacer ya gastados los minutos que van pariendo los relojes de la tarde.

Es la tristeza la que me trae otro insomnio más, el mismo viejo insomnio, el antiguo compañero de palabras que no me deja dormir a tiempo completo en el lado izquierdo de la cama. Pero es que la tristeza engorda todo y engorda el insomnio hasta que ya no me permite soñar ni tan siquiera despierto.

La tristeza todo lo engorda. Tres kilos al mes. Me he dado cuenta esta mañana.

Estaba seguro de que vendría, imaginaba el cómo. Temía el porqué. Lo que no sabía, ni quería saber, era cuándo.



Huracán

¿Cuál es la gota exacta
que colma el vaso,
la palabra que agota la paciencia?

Puedes decir que sí durante años
negándote a ti mismo
y al final decir no,
afirmativamente.

Vendrá el dolor entonces,
pues nada hiere tanto como la soledad
ni hay huracán tan fiero
como el que nace de los monosílabos.

(Javier Bozalongo)

viernes, 8 de enero de 2016

Inflexión



(After You've Gone  -  cantado por Fiona Apple, que tiene una voz
 suavemente rota, como el poema)


INFLEXIÓN

De todos los allí segados por el tiempo
en los que alguna vez estuve,
ahora ya estoy al otro lado.

Los miro despacio, ausente,
desafiando el salto,
acusando el vacío agudo y pequeño,
el vértigo, este remolino
de haber vivido tan solo
aquello que consigo revivir.

Como el niño sacado a punta de reloj
de la tarde de juego en el parque
que ve, durante un instante,
a través de la ventana,
el pulular de otros niños
que siguen jugando como si él
no hubiera estado nunca,
entiendo lánguidamente
que recordar es hacer recuento
de todo lo que se ha perdido sin remisión.

Soy lo que se me ha ido,
la imprecisa retahíla
de eso que recuerdo que fui
-y que es mentira.

domingo, 3 de enero de 2016

Detrás de las metáforas


(Escena final de Si la cosa funciona)

TELÓN DE BOCA

DETRÁS de las metáforas
yace mi corazón apuntalado,
las arterias que sangran suicidios cotidianos,
amargas despedidas sin final de película.
Fotogramas que nunca llegaron a ocupar
la blanca gran pantalla,
decepciones sin Óscar ni esquela en el periódico.
Aquel daguerrotipo que la vida
se negara a mostrarme,
la luna de un espejo
del Callejón del Gato cuando apagan los focos;
la torpe figurante cuya escena
no apareció en los créditos
elige un carboncillo, toma asiento

y se mancha las manos.

(Anabel Caride con sus Nanas para hombres grises)

sábado, 2 de enero de 2016

2016 veces gracias por los días que vendrán


(M Clan --- Gracias por los días que vendrán)
Tiempo sin escribir

Ningún camino te lleva hacia mi casa, no pasan por aquí las vías de ningún tren. La parada del autobús, sí, está abajo, en una esquina; pero aunque llegases, no subirías.

Los telediarios no me escriben en sus noticias, ningún reportero está esperando en la puerta. Los vecinos no se saben mi nombre y el cartero nunca llama dos veces.

Desde aquí dentro, nunca sorprenderé a la vida espiándome. No tengo más remedio que salir a buscarla. Y de paso, me iré fijando en las rebajas.

El tiempo sin escribir es el tiempo de sentirse vivo, el tiempo de asesinar los silencios y espantar las oscuras golondrinas, no les vaya a dar por contradecirse con Bécquer y volver. El tiempo sin escribir conduce a la esperanza y al desastre, a la cuenta corriente deconstruida, al campo sin puertas y a la ciudad sin orificios.

He elegido vivir y, sin embargo, de tanto en tanto no puedo evitar la tentación de venir a suicidarme aquí, delante de estas letras. Pero no me mato del todo, tranquilos, solo un poco, y al cabo de un rato, vuelvo a salir.

El tiempo sin escribir es el tiempo de estar vivo y en silencio. Este otro silencio poblado de renglones es, solamente, una hoguera en la que quemarme las vanidades y guarecerme durante esos ratos en los que la vida se vuelve doméstica y tú estás ocupada y están cerrados todos los bares.

Alégrate por mí cuando vengan nuevos tiempos sin escribir en los que pueda recomponerme. Porque en cada silencio está el origen de la misma palabra que lo rompe.