viernes, 13 de enero de 2017

Despedida (y III)

A modo de resumen final y extracto de finiquito, un par de curiosidades.

Los más visitados de otros poetas:

En cuanto a mis textos, los más visitados son:


Lo más comentado:


Entre tanto, seguiré intentando resolver mi próxima...
Encrucijada

Qué hacer de nuevo con las manos,
cómo deshacerse del temblor.
A dónde dirigir los ojos
para no ver rotos los sueños.
Como sobrevivir a la hora de los teléfonos,
al impacto de los timbres,
a la hecatombe de las teclas.

¿Hay alguien ahí fuera
que me explique el modo de pensar sin memoria?

Cómo escribir sin mencionar el hueco,
sin asomarse al vértigo,
dónde habitar sin que acechen las sombras.
Qué camino empezar que no se tuerza,
que no acabe en círculos,
que no conduzca a Roma.

¿Cómo encontrar la piedra
con la que tropezar de nuevo?

A dónde huir del deseo,
en dónde refugiarse de los aromas.
Para qué cambiar una soledad por otra.
Cómo quitarse las manchas de otoño
de los labios.

Dónde comprar otra vida,
dónde alquilar otro invierno.
Para qué salir del laberinto,
cómo bajar la cuesta del olvido,
qué decirle al espejo.

¿Qué hago ahora conmigo?


Gracias por leerme.

Hasta siempre.

jueves, 12 de enero de 2017

Despedida (II)

Regalos

Yo no quiero abrazar peluches
a lágrima viva,
ni llorar en los cajones del olvido
la casualidad de los encendedores.
No quiero encerrar entre las páginas de un libro
ni fotos, ni tarjetas, ni mechones,
ni otra cosa que no sean palabras dichas
al oído.

No quiero regalos de recuerdo
ni envoltorios brillantes conteniendo
una hermosa y triste despedida.
Prefiero quedarme vacío y sin nada,
como vago y estéril recuerdo,
como justo castigo a la cobardía
de perder esta nada que lo es todo
y que me tiene tan atento
al tiempo y a la vida.


The lunch box

Quiero creer que sí, que hay trenes equivocados que te llevan al lugar correcto. De hecho creo que todos los trenes, equivocados o no, te llevan al sitio exacto.

Y son los errores de otros también, no sólo los propios, los que te remueven por dentro y te llevan a un momento insospechado que te cambia el mundo, aunque padezcas a cambio llenarte el estómago de fuego.

Si no tienes a quién contárselas, las cosas se olvidan. ¿Sabes? Es tan difícil... Unas veces porque faltan palabras, otras porque sobran cosas. Aunque lo más difícil siempre me ha parecido que consiste en acertar cómo contarlas.

Y aquí me tienes intentando decir no sé bien qué, algo, una de esas cosas que, sin esperarlo, te despeluznan para que tengas sueño y te susurran para que no te puedas dormir. Una de esas cosas que cuesta trabajo traducir a otra cosa que no sean metáforas de trenes o de condimentos, cosas que sólo son visibles cuando apartas el mundo que las atraviesa y lo simplificas todo hasta dejarlo en los huesos.

Pero es que no sé cómo contarlo y hasta es posible que no tenga a quién. Porque me gustaría escribir un bello texto sobre la "tergura", que es como una salsa agridulce y anaranjada que se le echa a la vida de primavera y que le da a todo un sabor... cómo decirlo... agradable, conocido, de tu peso...

Hay tantas cosas que decir, que se empieza por lo más sencillo, por comentar los suicidios o hablar de geografía, por encontrar las cintas perdidas en una caja. Porque contar siempre comienza por mirar adentro, a eso que uno no consigue sacar ni siquiera en las veladas románticas o en la vieja escena del dormitorio, cuando te vistes de madrugada más torpemente y más triste que cuando te desnudaste, al poco de llegar oscuro como un bandido.

No doy con el tono, ni con el ritmo, la música me huye cuanto más me empeño en perseguirla por los renglones torcidos. Ya sé yo que el mundo no es así de sencillo como escribir una nota breve a un desconocido, que hay ruido de fondo en los trenes abarrotados y en el desamor cotidiano, que todo lo que decimos puede ser usado en nuestra contra cada vez que nos perjudique un veredicto, que cada palabra es el filo de las dos caras que acabamos viendo en cada espejo.

Me temo que no sé decirlo, que no sé explicar por qué la ternura y la amargura empiezan de distinto modo, pero acaban en lo mismo. Que no consigo encontrar la metáfora precisa para contar que una flor que se abre en la India puede provocar un huracán después de un concierto de Danza Invisible...

¿Será verdad que si no tienes a quién contárselas, las cosas se olvidan? Hay que contarlas y exponerse a que te ofenda que me parezcas fría, hay que contarlas y arriesgarse a la lástima de que te quedes justo después de que sea mejor que cada uno duerma en su cama, hay que contarlas y lanzarse a la ferocidad de las explicaciones infinitas...

O quizás sea mejor no contarlas para que se olviden.

miércoles, 11 de enero de 2017

Despedida (I)

Deudas pendientes

Si no hubiera nacido Serrat, si no se hubiese atrevido a cantar delante de una muchedumbre desconocida, yo no sería como soy.

El mundo que transitamos emite señales continuamente. Señales que encontramos o nos encuentran, que percibimos o que ignoramos en el tumulto de indecisiones con el que pasa la vida.

Algunas, sobre todo las que, por un cierto azar de cercanía, reconocemos enseguida, nos dejan marca permanente. Un acuse de recibo que se le devuelve a la vida, a veces, en el mismo instante y, a veces, mucho después de que acabe la urgencia de un conflicto y empiece la del siguiente.

Nos deforman o nos conforman, nos reconfortan o nos inquietan. Nos reforman y nos transforman, pero no les damos crédito hasta que -¡qué pronto pasa el tiempo!- son tan evidentes que no reparamos en ellas.

Si Lorca y Juan Ramón no hubieran sido poetas, si no supiera quiénes son Mortadelo, Forges, Mafalda o Julio Verne; si no conociera el nombre de la rosa, que el coronel no tiene quien le escriba, que hay una edad prohibida y que no es poco que amanezca, hoy no me gustaría este cielo color gris invierno que asoma por entre la niebla.

Aunque puede que este lejano razonamiento no te parezca acertado. Porque la distancia con la que se piensan las causas emborrona un poco la claridad de los efectos. Así que me acercaré un poco más con otro ejemplo.

Si tú no fueses como eres, yo no sería como soy. Si no me hubieses mirado nunca, nunca habría visto lo que ahora veo en ti a todas horas. Si tú no quisieras leerme, yo jamás habría podido escribir lo que he escrito.

Esta es otra de las tantas deudas que tengo contigo. Y quedan por venir algunas más, esparcidas en instantes en los que aún ni siquiera sabes que estarás y yo ni siquiera sé si seguiré siendo el mismo.

Sólo me queda decirte que no las olvido.


Preguntas

Después de tantas despedidas, después de la montaña rusa, después de agotado el sol. Después de este intercambio en zigzag de corazones y picas, después de tantos vaivenes, después de tantas idas y venidas, se desató el error. Debió ocurrir en un cambio de guardia, cuando el adolescente interior se sale de la garita a amasar el humo y a estirar los dedos sobre las teclas.

Entonces cometí un desliz imperdonable al preguntarle, con un humor absurdo al que ahora no le veo la gracia, si tenía previsto olvidarme.

-De momento, no -contestó, y enseguida cambió de asunto.

Sobrevino de golpe el nudo, sonaron las alarmas de luz naranja y el reloj se interpuso para darme un respiro que no podía ocultar que encerraba una excusa imposible. ¡Qué puñetera manía suya la de la sinceridad! ¿Qué le hubiera costado mentirme?