martes, 29 de noviembre de 2016

Corazón y otras vísceras (y IV)

Puede que ese día

Puede que ese día no haya empezado bien y estorben las reuniones, los minutos se detengan entre lágrimas agridulces o se aceleren con los nervios. Es posible que sea un día de esos en los que las despedidas pesan más que el alma, que se va bajando a los pies.

Llegarás cansada con un cansancio turbio, acarreando pasados que buscan sombra. Llegarás cansada con un cansancio disciplinado por entre las semanas y con la boca seca de tener que respirar por ella. Y yo llegaré cansado también, con un cansancio ondulado que rezuma las vueltas del insomnio, con un cansancio tortuoso por la boca del estómago hecha un nudo de inquietud.

El calor habrá desecho el apetito pero no el deseo, que se irá abriendo camino hacia la punta de mis dedos, que buscará la llave de tu lengua para destapar suspiros. Quizás estemos más a gusto en la cama cuando te tiendas con los ojos cerrados, quizás estemos más a gusto a tientas cuando te vaya subiendo el vestido.

Tal vez ese día no haya empezado bien y esa arena que se escapa de las manos se nos haya vuelto tan viscosa que no nos permita pasar a limpio el borrador de un acto de amor que habremos empezado. Y sonreiremos un lamento por el fracaso y anotaremos sudor en el reverso de la ley del deseo.

Puede que ese día no haya empezado bien y que yo te quite los zapatos con torpeza mientras explota la tarde con su fresa ácida. Puede que tú te enroques en el flanco de la ventana para poner mansedumbre sobre las sábanas humedecidas.

Quizás tengas sueño y tu cuerpo pida abandonarse a mis brazos para el descanso, quizás yo tenga un sueño que se cumple despierto y mis brazos pidan abandonarse a tu cuerpo. Puede que cinco minutos no sean suficientes para encontrar la diferencia entre una multitud pequeña de besos digitales y la sola y larga caricia de una piel que se funde con otra por los dedos.

Seguramente habrá después que restituir el mundo a lo cotidiano, volver a componer el puzle de una cordura que nunca vale lo que cuesta. Seguramente después resumiremos todos los besos en un abrazo final que no sea el último. Seguramente, la vida estará impaciente esperando en la puerta con el motor en marcha y habrá que abrocharse la intuición y agarrarse a las palabras para no permitir que las mentiras nos atropellen.

Puede que ese día no haya empezado bien, puede que su transcurso no sea inocuo. Puede que ese día, que no empezó bien, como tantos otros, sólo haya tenido un rato de cielo. Puede que ese día sea tan mentira como cualquier otro, tan leve como un paso perdido que se da en la arena del rompeolas.

Pero ese día llevará dentro esta verdad que te escribo, esa que sólo las caricias pueden mantener en pie y que no tiene sitio en donde caerse muerta.




EN PIE


Sigo en pie

por latido

por costumbre

por no abrir la ventana decisiva

y mirar de una vez a la insolente

muerte

esa mansa

dueña de la espera



sigo en pie

por pereza en los adioses

cierre y demolición

de la memoria


no es un mérito

otros desafían

la claridad

el caos

o la tortura



seguir en pie

quiere decir coraje


o no tener

donde caerse

muerto.



(Pablo Neruda)

Despedidas y estrépitos (I)

Cuentos derrotados: Pirata

Hace ya mucho tiempo que no hablo con ella. Cuando huímos de aquel país encantado decidimos no volver la vista atrás, olvidar el polvo de hadas y camuflarnos entre la gente de nuestro tiempo.

No fue dificil. Nadie nos hizo mucho caso. No hubo preguntas ni tuvimos que inventar excusas. La gente está acostumbrada a desconocer a sus vecinos y nosotros, nos empeñamos en no dar señales de aviso.

Al principio hablabamos todas las noches. Uno necesita puntos de referencia para no perderse entre la muchedumbre anónima y nuestras conversaciones me ayudaban a recordar quien fui. Y saber quién has sido, no sólo reconforta, sino que te abre la puerta que conduce a saber quién eres y quién quieres ser.

Pero el tiempo, siempre el tiempo, nos fue distanciando y los contactos dejaron de ser frecuentes. Ella había comenzado a encontrarse con su nueva vida, se sentía cómoda por momentos y no le acosaba la necesidad de verme, ni de contarme sus días, ni de buscarme en sus noches.

Sin más razón que la desgana, sin más lazos que los que el azar fue desatando, sin más motivo que lo urgente de las cosas inútiles, sencillamente y sin darnos cuenta, dejamos de hablarnos. No hubo tristeza. No apareció la nostalgia a socorrer nuestros recuerdos. El último hilo que nos unía se convirtió en polvo sutil, sin dar tiempo, ni aliento, a ninguna despedida.

Ahora sé que el amor se extingue, irremediablemente devorado por el vértigo de olas incansables, repletas de dejadez y de olvido. Ahora entiendo porqué la memoria nos aclara el camino deshaciéndose de los restos de los naufragios. Ahora comprendo, que la vida comienza cada instante y en cada instante empieza una vida, que no puedes llevarte contigo. Porque no hay nada eterno, ni siquiera el olvido.

Yo, ya no soy quien era. Ni ella tampoco. Pero sé, que una vez hace un tiempo incalculable, nos quisimos con un amor insólito y desproporcionado. Un amor minúsculo y profundo. Un amor del que no queda ni nombre, ni rastro, ni destino. Un amor tan intenso, que más parece un olvido.

Ella, ya no se llama Campanilla. A mí, todavía, me siguen llamando Garfio, mis amigos.

(Instanteca, diciembre 2006)


Besémonos

Besémonos pronto, amor,
que nos escurra la urgencia
de las despedidas,
que se nos salten las lágrimas,
que se dispare el corazón
hacia un sitio sin entrada
y sin salida.

Besémonos de prisa,
en algún lugar inconveniente,
sin razón ninguna
y sin motivo aparente,
delante de toda la gente
o en un sitio reservado
y a medida.

Besémonos sin esperanza,
sin que nos sirva de consuelo,
sin pesar en la balanza
lo que ganamos y lo que perdemos,
besémonos pese al miedo,
besémonos por la espalda.

Pero besémonos, amor,
besémonos antes de que sea tarde,
antes de que nos cierre los labios la vida,
antes de que el mundo nos lo prohíba
con otra pandemia de indiferencia
maquillada de costumbre saludable
o de miedo a la gripe porcina.

(Instanteca, abril 2009)
Prohibición de besos

sábado, 26 de noviembre de 2016

La hoja roja


Mi amiga la lluvia, que es la que lo trae todo y la que todo se lo lleva, me manda un aviso.

Ha dejado en mi puerta, aprovechando el susurro del viento, esta hoja roja. El mensaje y Delibes están claros: ya me queda poco.

Ahora, este Eloy en que me convierten la mezcla de años y letras, se pregunta: ¿Qué se me está acabando?

El otoño, el amor, la vida... El corazón, la angustia, el insomnio... El agua, la risa, el desencanto...

Hay algo que se me está acabando, y no quiero saber qué es.

miércoles, 23 de noviembre de 2016

Corazón y otras vísceras (III)

Suele suceder de noche

Suele suceder de noche, con todo a oscuras, apagado el pensamiento, cuando el silencio ayuda y una leve claridad que no sabes de donde viene se cuela por entre alguna rendija.

Ves sombras, mentiras que se mueven y cambian de forma al paso de los coches por la calle, al ritmo del corazón de la mesilla que te resuena en la cabeza como un martillo. Quieres dar la luz pero no puedes, notas un frío extraño que se aloja en el estómago y notas el peso de la noche en la garganta.

Entonces sacas el niño que llevas dentro para que te esconda cerrando los ojos, metiendo la cabeza del avestruz bajo la almohada y te aferras al dolor de cabeza que te trajo a la cama, al disparo de la tensión, al ahogo de una rabia que te inunda o a la ginebra que tomaste en el garito.

Con los ojos cerrados, no sé si el miedo o la angustia o la furia o la tristeza o el desamparo o las sombras o el cansancio de los días o las gotas o las ganas de llorar, te vencen. Pero el caso es que te vencen, uno o todos te vencen, siempre eres tú el que pierde.

Y al abrirlos, al instante siguiente, un instante que la derrota ha encogido hasta hacerlo desaparecer como otra sombra, la luz entra por la ventana y todo se inunda de realidad, todo se aclara confusamente, mientras apenas recuerdas, asombrado, que fuiste tan tonto como la angustia que te asfixiaba, tan iluso como el miedo que te invadió.

Y, para que no se entere nadie, ni siquiera tú mismo, coges la pesadilla, la vida que te dejaste doblada sobre la silla, un café, el horario que cumplir y un desencanto, y te lo echas todo al estómago de un solo sorbo, como haces cada día, y te lo tragas sin rechistar.

Te gustaría poder echártelo a las espaldas, pero ahí ya llevas la mochila, el lunar que nunca te ha tocado nadie y el juicio sumarísimo de los demás.

Suele suceder de noche, que al día siguiente huyes sin mirar atrás.

(La vida es insomnio, 2010)


Noria

Al poner el pie en el suelo, desde ese mismo instante, la echó de menos. Sin embargo, le gustó que la tierra le recibiera sin moverse. El estómago agradeció ese momento quedándose quieto dentro de la barriga.

Respiró como si allá arriba hubiese otra clase de aire, más liviano y menos inerte. Pero estaba acabando de comprender, con el primer apoyo en tierra firme, que era un aire amniótico e insustituible.

Se detuvo a parpadear mirando hacia atrás y recordando el vértigo que nublaba la vista, el miedo que le paralizaba los dedos y la asfixia aquella que agrandaba las pupilas. Notó que el corazón había dejado de corretearle cosquillas por el cuerpo y que todo estaba tan extrañamente tranquilo que parecía sueño.

Pero, al mismo poner un pie en el suelo, en el preciso instante en que el sosiego endulzó los vértices del pasado, destapó lo incierto del futuro; y echó tanto de menos todo aquel sinvivir de la barquilla, que deseó volver a subirse.

Yo también cambio la cordura y todo el sosiego que me quede, por otros tres minutos de ticket.

(La vida es insomnio, 2010)

EL JUEGO EN QUE ANDAMOS

Si me dieran a elegir, yo elegiría
esta salud de saber que estamos muy enfermos,
esta dicha de andar tan infelices.
Si me dieran a elegir, yo elegiría
esta inocencia de no ser un inocente,
esta pureza en que ando por impuro.

Si me dieran a elegir, yo elegiría
este amor con que odio,
esta esperanza que come panes desesperados.

Aquí pasa, señores,
que me juego la muerte.

(Juan Gelman, El juego en que andamos, 1958)

martes, 22 de noviembre de 2016

Corazón y otras vísceras (II)

Lista

Sin detalles: suavidad, rojo, penumbra, melodía, amor.

Después se van ensamblando los fotogramas poco a poco. Cinco palabras los traen engarzados, empaquetados para traslado. Al fin y al cabo, escribir siempre es una mudanza.

En cada mudanza algo se altera, la atmósfera se transforma en vida embellecida cuando depositamos en la nueva estancia la lista de las cosas que no se pueden olvidar: amor, suavidad, rojo, penumbra, melodía.

Quizá sea el recuerdo aquello que más se disfruta cuando, con las paredes ya limpias, volvemos a colocarlo en su sitio: melodía, amor, suavidad, rojo, penumbra.

Pero yo prefiero los detalles, los otros, los que pone la imaginación por encima de la memoria, cuando la penumbra se hace melodía, como si el amor contuviese una música suave que va tiñendo de rojo los bordes.

Quizás fuera rojo el principio de la penumbra, quizás cada melodía es un amor que avanza hacia la suavidad. Quizás no sólo cuente el conjunto, quizás la realidad siempre se nos desmenuza en palabras que el olvido congela en una lista.

Pero dentro del corazón, la vida se nos queda con todo detalle: suavidad, rojo, penumbra, melodía, amor.

Y mucho. Como tú dijiste.

(La vida es insomnio, 2011)



Retrato

Ando buscando otra luz en la que bañarte,
acércate a la ventana, vamos, destensa el pasado,
pierde la vista en aquel horizonte.

Quieta, así, tranquila, quiero capturar
en el poema ese brillo que tienen tus ojos
cuando me dices lo que no me dices,
cuando después lo niegas todo.

Relaja las manos, como cuando acaricias,
desabróchate otro botón, deja que el corazón
se te adivine por el borde de la camisa,
humedécete los labios.

Quieta, así, gira un poco la esperanza
pero sin mover los hombros,
baila mientras te miro, detén el reloj y el escorzo,
sonríe como cuando iluminas las tardes,
muéstrame un poco más del cuello que espera un beso,
entorna la distancia para que no duela,
cruza un poco las piernas por debajo de la mesa,
déjame mirar más adentro.

Quieta, así, no te muevas, calma,
que quiero pintarte en un poema
y estoy buscando la mezcla de palabras
que rima con la textura de tu piel,
ando detrás del color que te imprime la risa
sobre un paisaje de otoño.

Eso es, eso, así, quieta.
Por favor, ahora no muevas el corazón,
déjame que te pinte así en este poema,
como si me quisieras al leerlo,
como si, escribiéndolo,
yo te quisiera...

(La vida es insomnio, 2011)


Posees el gozo de su risa
pero debes saber que partirá.
Te inunda su alegría
te ilumina su rotunda carcajada
con una luz muy dulce,
pero no ignores que se irá.
Ella fluye,
ella es un líquido que detesta estancarse
ella es un pájaro que anida y emigra,
ella se irá.
Ella se irá y te dejará una marca de amor
que solamente curarás con su regreso efímero.
Entonces la verás de paso
y será como tropezar con el sol de la mañana
descubrir de nuevo su alegría,
nadar en ella
plácido
hasta un próximo encuentro inesperado.


(Darío Jaramillo Agudelo, Libros de poemas, 2001)


miércoles, 9 de noviembre de 2016

Corazón y otras vísceras (I)

Tratado de cardiología

El corazón es, como víscera, un amasijo inconmovible de músculo y sangre. Un engranaje perfecto que impulsa la vida a borbotones, estrujándose en el esfuerzo de enviar mensajes rellenos de química.

Como lugar, es la cruz que se apunta en el centro del mapa, el punto infinito en el que se cruzan todas las trayectorias y todas las líneas paralelas de la vida. Es la estación por la que pasan todos los trenes, deseando quedarse unos, deseando otros que te quedes.

El corazón, como tiempo, es el instante preciso, el precioso momento en que da saltos la vida. Es el rayo que no cesa y que no deja de cesar apoyándose en la energía de las contracturas.

Como palabra, es la primera y la última de cada verso, el verbo que descansa implícito entre tú y yo, el eslabón perdido en la cadena de los sueños. Es el golpe de voz más pequeño y el que tiene un eco más grande.

Ella estaba tecleando, precisamente, todo lo que yo le leía en las manos. Pero, en un descuido, el viento electrónico dejó un trozo al descubierto:
——Sólo arriesgo el corazón ——me dijo—. ¿Para qué me sirve si no?

El corazón, como forma, es la aparente simetría de los espejos, la inexacta mitad de un deseo, el perímetro interior de todo lo que importa. La hoja roja que anuncia caos, el vilo estrangulado en el puño. El dibujo vacío olvidado en el árbol.

Y como azar, el corazón es la bolita que siempre está girando en la ruleta, buscando casilla en la que parar. Pero si, antes de que empiece a rodar, no se apuesta la vida en ello, no hay razón para jugar y sólo sirve, cada tictac, para contar el tiempo.

(Instanteca, noviembre 2008)


Sin fin

Se despierta, como te despierta la lluvia que se deja caer sin avisar en una nube de primavera, con pinchazos de agua fría en la cabeza, con ese escalofrío en el corazón que una hora antes la tibieza de la tarde hacía impensable… Y entonces, recuerda.

Recuerda aquel otro instante, aquella otra lluvia de besos, aquel otro escalofrío que la tibieza de un cuerpo abrazado le enredó en la cabeza, aquel aviso de la primavera que le subió a una nube el corazón… Y entonces, se despierta.

Así pasa estos días sin fin, estas tardes de lluvia impensable, de frío que cae sin aviso, despertando, recordando, de pinchazo en escalofrío y enredando la primavera entre las nubes de su cabeza y la tibieza del corazón.

(Instanteca, noviembre 2008)



Abril y húmedo

Abril llovía.
Alfileres diminutos
se clavaban en el aire.
Tus labios eran mariposas
revolteando mis mejillas.
Mi voz de grillo susurraba sombras,
encogidas en la esquina
de este corazón húmedo,
mientras tus ojos, luciérnagas,
pululaban luz y silencio
como si tú misma fueras
el espejo mudo
de un relámpago.

Vuelan tus ojos, ahora libélulas,
en pos del aire, hacia otro lado.
De tus mariposas sólo queda
un tenue rastro de crisálidas
esparcidas por mi rostro.
Donde antes cantaron grillos,
ahora se esbozan palabras
deshaciendose en un nudo
visceral y ronco.
Y aunque nunca es la misma lluvia,
ni cae a gusto de todos,
cada vez que me llueven
alfileres diminutos,
mi corazón permanece
encogido, abril y húmedo.

(Instanteca, enero 2009)

lunes, 7 de noviembre de 2016

Esquinas, rincones, portales (y IV)

Ángulo muerto

El ángulo estaba muerto
desde mucho antes
de que la atrajera hacia la esquina.
—Ven —le dije,
tomándola de la mano.
En mis brazos duró un suspiro,
lo que se tarda apenas
en emitir un quejido
y envolverlo en llanto.

El ángulo estaba muerto,
estoy seguro, lo había comprobado
con mis propios ojos.
Entonces, ¿qué? ¿quién? ¿cómo?
¿Por qué se escapó el aire?
¿De dónde aquel sollozo?

El ángulo estaba muerto
y yo, ahora lo sé con certeza,
me quedé dentro, por dentro,
muriéndome un poco
detrás de la puerta.




Andén

Había
mucho humo aquella tarde
en el café
-siempre hay mucho humo-
pero ellos
se miraban a los ojos
como buscando un apagón
para besarse.

Lástima
que ese tren
no los llevara a ninguna parte.

Lástima
que los túneles de aquel viaje
fueran tan cortos.



Mentira piadosa

Desde detrás de la puerta
has llegado intensamente tangible
en tu envoltorio de piel y saliva,
elevando la temperatura de la esquina
en la que nos abrazamos.

Confieso que he confundido
tu lengua con la mía, que la geografía
de tu pecho se ha desdoblado en mis dedos
y que he reconocido
ese silencio de bocas juntas
que se dispersa sobre mí como gotas de vida.

¡Qué pronto te acabas!
Entre tanta confusión de aliento y caricias,
el otro mundo, ese que siempre limita al norte
con un cierto rumor de muchedumbre,
me ha desvestido de ti frente al espejo
y con una ráfaga de prisa
se ha llevado tus labios hacia el sueño siguiente.

Tu olor es una mentira piadosa
que expande mi agradecimiento
tu perfume es una falsedad necesaria,
un engaño al que deberle el consuelo y la mentira
de creer en la certeza de lo vivido.

¡Pero qué pronto te acabas!
Con qué rapidez me deshaces el cuerpo
en partículas de memoria,
qué deprisa te esfumas en el aire
y, sin embargo,
cuánto me cuesta salir de tu aroma
lentamente
hacia la soledad de la tarde.

domingo, 6 de noviembre de 2016

Esquinas, rincones, portales (III)

Guión de cámara

Disolvencia y plano detalle que se acerca con el zoom al cigarro encendido, y sigue su movimiento ascendente hasta descubrir unos labios.

Se abre lentamente el objetivo y el rostro del que espera (un tipo mediocre, con una barba de tres días que le da un aspecto envejecido y descuidado). El rostro se relaja en el dibujo del humo al que ahora sigue la cámara con un plano picado hacia arriba hasta que se disuelve en su viaje azul y amarillo.

Es un día espléndido, la cámara registra el calor en los destellos de un sol redondo y pleno sobre los cristales de los edificios. Y después de girar alrededor, en una panorámica rápida que presagia novedades en la trama, vuelve al plano corto de su rostro que achica los ojos, como mirando lejos, y esboza una sonrisa pícara.

Plano contra plano, el coche se acerca calle arriba y el hombre relaja los ojos y suaviza la sonrisa hasta parecer adolescente. Una "steady" se asoma a la ventanilla del coche que aparca y sigue a la chica mientras coloca un quitasol en el parabrisas, cierra la puerta y cruza la calle mirando a todas partes pero con los ojos puestos en un único sitio. El plano medio siguiente, recoge el saludo frío que se profesan en mitad del mediodía de la noche americana.

Cambia el plano a vista de pájaro, para seguirlos con un travelling por la acera que los lleva a la puerta de la casa. Baja la grúa con la cámara hasta entrar en la cerradura al mismo tiempo que la llave y fundirse en negro.

Despierta la imagen dejándose mecer por el movimiento de las piernas, soplando con el aire que mueve la falda negra. Plano de conjunto cuando llegan a otra puerta que se cierra sobre el silencio de otro plano medio.

A partir de aquí, cuando entran, la secuencia se construye sobre un plano subjetivo, que se acerca al rincón en el que ella reposa la espalda. Se acerca la cámara y aparecen en plano dos manos que le acarician la cara y la acercan hasta un primerísimo plano de ojos entornados y boca entreabierta. Y, después, fundido en negro sobre sus labios.

Después de la elipsis, él aparece en una esquina de la panorámica de la ciudad que le va barriendo a distancia. Disolvencia y plano detalle que se acerca con el zoom al cigarro encendido, que deja el humo congelado en el aire, como si la historia estuviese esperando el momento de continuar...

-¡Corten! -dijo la voz del director surgida de las sombras-. Me gusta tanto la toma que la vamos a repetir.

(La vida es insomnio, noviembre, 2012)


Cita

La vida se viste de chandal
y el silencio de mis pies fríos
es un niño asustado que atraviesa las puertas
y se esconde dentro del sofá.

Un niño que mira todas las cosas
con el asombro de la primera huida,
tropezando en las esquinas con las voces
de aquellos fantasmas difíciles
que se inventa habitando las ruinas.

Sólo los perros saben romper una tarde
cuando aun está sin planchar
del mismo modo que un temblor de teléfono
puede irrumpir con la voz de una mujer desconocida
sobre la lámpara azul del salón adormecido.

La oscuridad se pliega ante la exacta geometría
de una escalera que siempre está inquieta,
las paredes aturullan el camino de los suspiros
y un ruido de fondo de platos sucios
desploma el mundo sobre un papel.

Entonces un hueco del estómago
arranca el chandal y me extirpa
del amor a las chimeneas encendidas
y, desafiando lo inhóspito de noviembre,
esos zapatos en los que consigo meterme
me llevan pisando con fuerza prestada
hacia el otro lado del mundo.

Atrás siempre queda una palabra
que no debería hacerse esperar.

(La vida es insomnio, noviembre, 2012)

sábado, 5 de noviembre de 2016

Páginas en blanco

Qué pavor
releer nuestro libro
y encontrarlo repleto
de páginas en blanco.

Qué dolor
al desplegar el mapa
de este camino de ir a todas partes
recorriendo el viaje
que nunca hicimos.


Qué tristeza
la de combatir
por los sueños que aún nos quedan,
si sólo nos quedan
aquellos
en los que nunca hemos coincidido.

(sin publicar, mayo, 2011)



ENCUENTRO

Estaba pensando ahora que es muy hermoso encontrarse. Darse cuenta un día, una noche, o poco a poco, de que el azar llena de brillos esos otros ojos con los que gusta cruzarse. Sorprenderse pensando en alguien y en lo que estará haciendo ahora.

Decir hola y ruborizarse, decir hasta luego queriendo decir no te vayas. Esperar visita en la música de las ventanas; o ver un hombro desnudo que se estremece de risa e imaginarse el resto de lo que se esconde más abajo.

Es muy hermoso sentirse bien tratado, despertar del sueño cada mañana para seguir en él. Unir el primer pensamiento con el último en el mismo rostro conocido, y tenerlo cerca después. Es hermoso pronunciar un nombre y estremecerse en el intento. Es muy bonito encontrarse, primero sin irse buscando y, después, buscándose.

Ahora que vivo entre la niebla, quiero dejar escrito en algun sitio imborrable, que es muy hermoso encontrarse, aunque después pase lo que tenga que pasar, que siempre consiste en desencontrarse.

Aunque, bien pensado, no hacía falta dejarlo escrito. No se me olvidará.

Unos consejos de nuestro patrocinador

Vendo humo

Llevo toda la mañana esperando que suenen las alarmas, que el día se espese y se doble por la mitad de la tostada o que los teléfonos resuenen más allá de las perchas ansiosas de sellos.

Estoy esperando el virus, la náusea, el delirio. He deseado un agobio de oxígeno, una tromba de melancolía que retumbe en los cristales, una noche interminable de decepción.

Pero no ha sido la tragedia, sino la lluvia, la que me ha entreabierto el corazón  hacia las persianas y no he dudado en atender a su agua sin pasar de largo hacia el mediodía. Y he intentado sentirme solo, y triste de mar y herido de incertidumbre.

He visto que no puedo y, precisamente, porque no hay dos vidas iguales, porque no puedo dedicarte esos mismos minutos que tú me dedicas, he tenido que inventarme estos otros, distintos. Unos minutos que te devuelvan el vello de punta y te hagan marcar teléfonos en las sábanas y brindar con ojalás que se perdieron en la memoria.

Tienes razón, sólo vendo humo, lo sé. Y me gusta hacerlo y me gusto haciéndolo y lo sé. Y tú ya hace mucho que te diste cuenta. Lo que no sabes, lo que no puedes creerte, es que, mi humo, no... Mi humo no se lo vendo a cualquiera.

Sólo a quien, como tú, sabe tornearlo como garabatos y deshacerlo en aire.

(la vida es insomnio, noviembre, 2011)





EL AIRE HUELE A HUMO

A Gabriel Celaya y a Amparo Gastón,
Que tanto le quiso y le quiere todavía.
J.A.G.

¿Qué hará con la memoria
de esta noche tan clara
cuando todo termine?
¿Qué hacer si cae la sed
sabiendo que está lejos
la fuente en que bebía?

¿Qué hará de este deseo
de terminar mil veces
por volver a encontrarle?

¿Qué hacer cuando un mal aire
de tristeza la envuelva
igual que un maleficio?

¿Qué hará bajo el otoño
si el aire huele a humo
y a pólvora y a besos?

¿Qué hacer?¿Qué hará? Preguntas
a un azar que ya tiene
las suertes repartidas.

(José Agustín Goytisolo, 1992)



Oferta

Trabajo fijo, vecinos amables, cara de buen chico, fama de no haber roto nunca un plato y barriga con cicatriz.

Un puñado de letras, algún que otro poema bueno y muchos cuentos. Apariencia de calma, angustia interior, nervios en el estómago; principios ilusos, pero todavía aprovechables, manos que saben sudar suavemente y miedo por todos los poros.

Pereza, nostalgia, sensación de vacío y canciones aprendidas de memoria. Un hueco infinito en el pecho, un corazón adormecido, ganas de volar revueltas con vértigo... y humor absurdo, pero fino.

Le gustan el chocolate, la complicidad de los gestos y el vino. También le gusta la magia, pero no es practicante. Busca algún futuro, ahora, tan a destiempo, con un sexo sentido. Piel suave y mucho vello. No le gusta afeitarse los días que nadie le toca, que son muchos.

Miope, pero sabe mirar a lo lejos. Tiene la vista cansada de las pantallas y los dedos turbios de remover el azúcar en la taza. Le gusta mucho jugar, especialmente con las palabras. Escucha bien a los demás, pero se oye regular a sí mismo.

Y padece insomnio, pero ya no le hace sufrir no poder dormir. Lo que más teme en este mundo es perder la memoria y las ganas de soñar. La muerte de los demás le asusta más que la suya propia.

No baila, porque suda mucho y se siente feo con todo el mundo vestido de guapo. No es bueno para el trabajo pesado y no sabe ni colgar un cuadro.

Tiene querencia a las tablas, le gusta ser optimista, no le importa parecer tonto -para irse haciendo el cuerpo por si acaso lo fuera- y está más despierto de noche que de día.

Y con este equipamiento, tengo en el almacén desde hace tiempo a un tipo que adora los imposibles, pero que nunca los consigue, por definición. Lo vendo barato, está de oferta.

Me vendo barato porque ya no me sirvo, porque hay que dejar sitio y quitarse las telarañas. Me vendo barato porque ahora, ya, quiero ser otro mejor y, en tanto que ande conmigo encima, nunca lo conseguiré.

(la vida es insomnio, julio, 2012)


Pintor que me has pintado
en este cuadro vago de la vida,
tan bien, que casi
parezco de verdad; ¡ay, pínta-
me nuevamente, y mal, de modo
que parezca mentira!

(Juan Ramón Jiménez, Ceniza de Rosas, 1912)

viernes, 4 de noviembre de 2016

Viaje

Viajar deshaciendo los nudos es hacer garabatos
en un aire lleno de humo y ventiscas,
desterrar la transparencia de las ventanas
con el ritmo de la lluvia en el desierto,
aliñar la conciencia con vinagre,
caminar sin moverte de tí mismo.

Viajar desmembrando las telarañas de la memoria
significa sufrir los mosquitos
de un viejo pantano de rodillas inmersas
en otro fango más espeso; o arder
en llamas antiguas con los soplos
de un aire nuevo, arrugarse
frente al paso de los días
y rogarle al color de las pastillas
que traigan un sueño.

Pero después, cuando la madeja se deje
atravesar por la luz, cuando el guiño
se convierte en meta y la memoria
barra los mosquitos de la piel intacta,
cuando las cenizas curen las rodillas
y el aire estire las noches templadas
como luz que se derrama de una farola,
podremos tirar las pastillas al pantano
y serán los otros mundos invisibles
los que viajen partiendo de mí
hacia tu trayectoria.

(sin publicar, julio 2011)




PUNTO DE PARTIDA

Tú vienes de otra parte, yo vivo en otra época,
y ahora estamos en tierras que, al ser tierras de nadie,
nos sugieren espacio y aventuras, regreso.

Tú quisieras quedarte, yo pensaba emigrar,
pero sólo miraba los horarios o el rumbo
de los barcos que nunca fondearon aquí.

Me sentaré a tu lado, me dormiré contigo,
pues quedarse contigo es marcharse muy lejos:
tu mirada me aparta de este clima cerrado,
tus palabras me dicen aquello que no dije.

(José Carlos Rosales, Poemas a Milena, 2010)

martes, 1 de noviembre de 2016

Esquinas, rincones, portales (II)

Lo que no se ve en los poemas

Tienen los poemas la dichosa costumbre
de salir en los libros completamente limpios,
sin que nadie aprecie, sin que pueda encontrarse
en ellos lo mundano de su existencia.

Por eso, nadie sabrá el tiempo estirado o detenido
que tardé en llegar a la siguiente estrofa,
ni el torrente de emociones que no quise
abreviar en sílabas delicadas o en palabras rotas
por el cansancio y mi torpeza.

Nadie entenderá el desprecio que sentí
por las rimas que no me conmovieron
y que extirpé de entre los renglones
después de haberlas hecho jirones
de vocabulario en el pensamiento.
Ni la pesadumbre de borrar lo escrito,
ni la certidumbre de no tener talento,
ni el principio de aquel otro poema
que correrá la misma suerte de olvido.

No se descubre en estos versos la tos,
la imperiosa llamada del resfriado que me sacude,
ni la sequedad de los ojos prestados
a la atención de las pantallas.
Es imposible contemplar en este poema
el patetismo del chandal y las pantuflas,
las migas de pan esparcidas en el escritorio,
el color del vino y sus manchas diversas,
la pesadez de párpados del insomnio.

Para nada quiero ya el tiempo que pasé
limpiando este poema a los ojos del mundo.
Sólo sé que aquí lo dejo,
en donde encontrar otras miradas que quieran
pasarlo de nuevo a sucio.




INTROITO

Mi juventud lograda en tantos años,
mi rebeldía, mi inocencia intacta
las perdí en el instante
en que tomé la grave decisión
de medir estos versos
y entregártelos libres de ceniza,
sin las manchas que poco a poco, lento,
el paso de los días va dejándonos;
sin aquellas palabras que me llevo,
que arrastro y me hacen ser umbrío, necio,
y transido de vida.

(Mario Vega, Al umbral de las horas)