jueves, 22 de diciembre de 2016

Matemáticas (y III)

Cuatro palabras

Esto son cuatro palabras. A las que añado, no sé si por inercia o por una fuerza interior que me lo dicta, otras veinte.

Sólo digo tres y avanzo pasitos por otro renglón, hasta que alcanzo la idea evidente tras la número diecinueve.

No me gusta contar los instantes. Seis palabras para decir lo más importante, siete para dejarlo claro y once para que no quepa duda. Cuatro para esta pausa.

No me gusta contar palabras, prefiero que sean ellas las que me cuenten a mí.

Cien palabras para un instante. Cien palabras, dichoso número. Hubiera preferido que desearas mil.


Soy una hipótesis

Por mi condición de hombre, preguntas por el canalla, temes al mentiroso, te guardas de mis silencios y te escondes en ese lado femenino al que nunca llego. Te burlas suavemente, a veces, de mi falta de destreza y, otras veces, de la fuerza que no tengo.

Y yo, sin embargo, sé que no puedo con la carga de arrastrar mis ruinas, que convierto en bengalas mis pupilas dilatadas por la fiebre, que me agazapo en tus palabras para darte el espacio convenido. Y yo, sin embargo, vivo en tu lado masculino.

Por mi condición de solitario, estiras el hilo hasta que cruje el poliuretano, te abalanzas en pastillas sobre mis noches en vela, haces tartamudear los teléfonos en los semáforos impacientes y exhibes el confort de tu paraguas de manos justo después de cada lluvia que me cae.

Y yo, sin embargo, te agarroto los pentagramas de la deriva, engarzo libélulas en tus mejillas inmaculadas y voy devanándote madejas infinitas de versos, mojados en la tesitura de voz de un alcohólico sin nombre.

Por mi condición de desparejado, te desligas de los pliegues caóticos de las sábanas de la vigilia, te vendas los ojos fosforescentes en los porteros automáticos de la tarde y me escondes los vaivenes del buzón con las ofertas de la semana.

Y yo, sin embargo, apenas llego a la entrada de los anillos, en vano me diluyo en la sopa cotidiana de la pereza y me escindo en caminatas contra el colesterol que no resuelven ni el anuncio del sudor ni la parsimonia de las pestañas.

Por mi condición de tipo con letras, me miras como a una metáfora rota por el abuso, me tocas las rimas hasta que se desafina el mensaje, me enciendes el destino con un vaso de agua. Me espantas la lujuria embotellada en pronombres y me encandilas los poemas con la luz de las pantallas.

Y yo, sin embargo, tecleo mansamente los sueños de cuarenta y siete peces de acuario, recito las vísceras de los doce candelabros que se han ido apagando poco a poco en la cena y remuevo progresivamente las trescientas sesenta y cinco tazas de soledad con leche que me ha tocado digerir en la escena del hombre tranquilo.

Y yo, que dejé de ser una incógnita para convertirme en incertidumbre, a fuerza de estar en las condiciones en las que me ves, ahora soy una hipótesis. Una intrincada hipótesis genérica que busca descansar en un teorema.

Para demostrarme la vida palmo a palmo, tanto me busco como contraejemplo en los días sin conciencia, que llego a las noches por reducción al absurdo y al espanto.

Y tú, sin embargo, no me preguntas nunca por ti, que eres las alas rotas de mi condición de pájaro. Condición de pájaro que no sabe soplarle con ausencia a tantas velas, en un solo cumpleaños.

martes, 20 de diciembre de 2016

Matemáticas (II)

Cuentas

Estaba haciendo cuentas, siempre se le dieron bien, desde muy niño. Los números no tienen alma, sólo un orden estricto, y él maneja bien las cosas sin espíritu.

Estaba haciendo cuentas, sumando las columnas, con una mano en el debe y con otra en el haber. Pero estaba distraído o es que aquellos números cambiaban de sitio cada dos por tres.

Estaba haciendo cuentas, empezando una y otra vez, porque perdía la cuenta y se le trababan los dedos cuando pasaba de diez. Y vuelta a empezar.

Estaba haciendo cuentas, casando minuciosamente las dos filas, llevándose una con él, repartiendo la vida entre el deber y el haber. Pero no coinciden las sumas, siempre queda algo por poner.

Estaba haciendo cuentas, intentando igualar los montones. Pero los números nunca contienen el alma de lo que se puso en ellos y, por eso, cuando cuenta con los mismos dedos que tocaron el cielo, siempre le toca perder.


Cuenta atrás

Cinco maletas sobre la cama parecen desplegar un adiós sereno cuando decidimos clasificar en ellas los recuerdos. Las palabras caben en una, los gestos en otra y en la tercera el equipaje de sueños que trajimos de nuestros viajes hasta el fondo de los ojos. Otra para las huellas que quedaron en la piel y en el corazón. Aunque dudo que en la última quepan los detalles completos de todo eso que nunca quisimos llamar amor.

Cuatro esquinas tiene la suerte, cuatro esquinas que hemos rozado, pero en ninguna hubo espacio suficiente para retener lo que tuvimos en las manos. Cuatro esquinas, cuatro labios, cuatro vidas y un solo mundo, forman un laberinto despiadado del que cuesta mucho salir aun sabiendo exactamente por dónde anda el hilo que dejamos abandonado.

Tres colores son los que invaden el dibujo de sombras que hay trazado en las retinas. El negro de la noche de tus ojos, el rojo ansioso de tus labios y el azul celeste de las nubes etéreas que modelamos y de las que tan difícil es salir indemne.

Dos finales tienen todas las cosas, dos finales contrarios. Que, en el fondo, son el mismo, porque recuerdo y olvido siempre se acaban uniendo en el infinito con la ausencia que los ha provocado, la que les da y les quita sentido.

Una noche de éstas acordaremos, no importa quién dé el primer paso, que hay que empezar a huir hacia fuera, en lugar de seguir esperando. Que el mundo, a veces, encuentra a quienes salen a buscarlo, pero nunca a los que se quedan quietos. Una última lágrima te consiento, sólo una: la de saber que sólo se pierde lo que no se puede guardar.

Nada… Y después, nada… Azar… Porque tú ya sabes que no hay camino. Que se hace camino al azar.


Número quince

Con el móvil pegado a la oreja, a resguardo del frío que conquista la tarde cuando el sol huye acobardado, espero respuesta…
-Ya estoy en lo de la tinta, dime…
-Me hace falta el cartucho número quince de HP -contesto mientras pienso ” ¡Qué suerte que estuvieras en la tienda! Así me ahorro un viaje” …
-¡Uf! A ver. Sí, aquí están… espera… diecisiete, cuarenta y dos, veintiuno, veintidós… no estos de aquí son cincuentas… Pues no… ¿Te compro mejor el diecisiete? Es ”trú color” …
-¡No, no! Si el que busco es el quince, que tiene sólo negro.
-¿Prefieres el treinta y dos? También es de color.
-¡Nooo! Es que es para una impresora que sólo acepta el cartucho número quince.
-¡Ay, mira, no sé! ¡Pues el treinta! Ese sí está aquí. Además, durará más… digo yo…
-¡Déjalo! Déjalo y no me traigas ninguno, es igual.
-¡Bueno, bueno, no te cabrees conmigo! Encima que te hago el favor…

No pasaría esta escena, del anecdotario no escrito, ese que todos llevamos de cabeza, al pasadizo secreto de este laberinto, de no ser porque, después de sucedido, me ha recordado las muchas veces que nos empeñamos, hasta la angustia incluso, en darle a los demás exactamente lo que no necesitan.

Porque, seguramente, somos capaces de querer a quienes nos aprecian. Pero es bastante raro que acertemos cuando y, sobre todo, cómo. Por otro lado, ¿qué pedirle a los demás cuando ni siquiera nosotros sabemos lo que nos falta?

Es muy posible que, lo más sensato, sea darles, sencillamente, lo que tenemos, lo que sabemos dar. Y que ellos nos vayan orientando. Así podría ser todo mucho más simple, pero ¡qué frío es el orgullo y cómo quema el fracaso!

Para curiosos, y para amantes del melodrama, añadiré que, al final, hubo cartucho. Pero no he podido verle el número… Venía envuelto en un abrazo.

miércoles, 14 de diciembre de 2016

Matemáticas (I)

Blanco y negro

Dicen las estadísticas
las verdades más frías
y las mentiras más candentes.
En ellas se refugia
la ignorancia de las cosas
escrita con números rígidos.
Se aturden milimétricamente las certezas
con palabras esdrújulas y genuflexas
que adoran al dios minúsculo
que nos quiere idénticos a todos.
El alma se reduce a dígitos,
a fotogramas ínfimos de una vida extensa,
a indicios de un silencio consabido
que nadie pronuncia,
al término medio inexistente
en lo implícito de las conciencias.

Y puede ser que acierten,
que la mezquindad del mundo
sea la leche más mamada,
que no seamos más que números
que bailan en una tabla
y que el corazón de los hombres
haya sucumbido a las matemáticas.

Puede ser que acierten con su catalejo
y que yo, viviendo a simple vista,
y mirándote como te miro, absorto,
no entienda la desviación típica
ni la frecuencia con la que los otros
puedan sentir lo mismo que yo siento.

O será que es que no comprendo,
por culpa de este absurdo romanticismo
con el que miro hacia el brillo de tus ojos
—o será que no quiero entenderlo—,
que los colores del mundo que veo contigo
puedan estar escritos en blanco y negro.


Cien

La besó. Cerró los ojos y la besó. La beso cien veces pequeñas, cien veces grandes, cien veces contando hasta doce y luego doce veces contando hasta cien.

La abrazó cien veces por cada lado y el mundo se apagó cien veces. Entonces sintió en cien hombros su cabeza y cómo su cien veces calor iba derritiendo el vacío que le congelaba por dentro. Sus brazos rodearon cien veces su cuerpo, cien veces sus brazos y un sólo cuerpo que abrazar tan desde dentro que cien veces se le olvido respirar.

La acarició con un dedo lentamente, trepó por su vientre hasta la suavidad de sus senos y quiso quedarse en ellos cien veces. Cien veces recorrió con los labios el perfil de su cuello cien veces suave, cien veces tierno. Con su cien veces lengua quiso quedarse en la humedad de la huella que fue dejando al descubierto en su piel.

Quiso meterse en ella cien veces por su oreja, cien veces por sus labios, cien veces por su pelo. Cien veces quiso moldear sus piernas, cien veces quiso no dejar de tocar el cielo. Ella decía o reía besos, suspiraba o entornaba caricias, pulsaba o retenía el tiempo.

Entonces él la beso. La besó cien veces, sabiendo que eran las últimas cien lenguas de este año cien veces difícil y cien veces año. Pero aunque se escanció en cien besos grandes y en cien besos minúsculos, ninguno de ellos fue el último, ni le agotó la sed.

Aún le quedan cien labios que abrir y cien ojos que cerrar en el próximo beso.

martes, 13 de diciembre de 2016

Costumbre

No estábamos seguros.
Y aquel esfuerzo por parecerlo
fue dibujando la traición más desolada,
como si nos hubiéramos perdido de vista
mirándonos a los ojos,
acaso tropezando con la piedra misma.

Como niños que juegan a inventar colores
y acaban manchando de ocre
el porvenir de los pinceles,
inventamos un modo de irse alejando,
una manera de apartar lentamente
a quien te conoce tan palmo a palmo
que cualquier roce de su cuerpo significa
desvelar el esqueleto de tu historia.


Recuerdo haber cantado miedo y vino
en el sótano de algunas noches
en las que la duda era un pájaro
y el corazón consistía
en pasear descalzos por el parque.

Ignorábamos entonces
que el calor que desprenden
dos cuerpos desacertados abrazándose
como al salvavidas de un naufragio,
no necesitaba arreglo alguno
porque ser imperfectos y turbios
no significa estar rotos.

Pero no estábamos seguros.

Así que suponerlo todo
se convirtió en una ciudad muy pequeña,
casi deshabitada, con un cine muy estrecho
en donde proyectaban la fe de aquellas películas
en las que éramos subtituladamente felices
al mismo tiempo que lo contrario.

Y ahora que el tiempo ha corrido
en lugar de seguir andando,
continuo sin saber, sin estar seguro,
sin haber perdido esta viscosa costumbre
de esforzarme en parecerlo,
a pesar de que hace ya muchos insomnios
que el olvidado para qué.

lunes, 12 de diciembre de 2016

Conocimiento del medio (y III)

Trasplante

¿Se puede vivir con el corazón de otro,
notar como fluye en nosotros su sangre,
ver con sus ojos abiertos y mirarse
a distancia pero por dentro?

¿Se puede sentir una herida ajena
que parece hecha con dolores propios?
¿Se puede tener una vida en otra cabeza,
en el centro de otro cuerpo,
respirando en otro soplo?

¿Puedes contagiarme la realidad tuya?
¿Puedo contraerla, padecerla,
que luche contra mis defensas
y, una vez debilitada o muerta,
devolvértela inocua?

Sí, se puede, es preciso que se pueda.
Pero no hay que inventarse un trasplante,
ni colocar sensores electromagnéticos
alrededor del corazón o de las cabezas.

Basta con vivir muy cerca, tan juntos
que a ratos nos estorbemos,
a tan poca distancia que no distingamos
quien de los dos ve lo que vemos.

Tan cerca, que las pesadillas y los sueños
nos tapen con la misma sábana.
Así podré contagiarte mis sueños,
podrás contraerlos, padecerlos,
que luchen contra tus defensas
y, una vez debiltados o muertos,
devolvérmelos inocuos
o cumplidos.


Esqueleto

Este esfuerzo de armonizar palabras,
encontrar el acento,
subrayar el silencio y enhebrar el énfasis,
conmoverse y verse como desde fuera de la escena
para luego volver a entrar dentro,

este añadirte a los versos en la intención disparada,
en la letra consabida, en la atracción que quizá
ejerzan sobre el otro universo posible,

este modo de regar las cosas pequeñas
con miradas que se parecen a los tuyas,
de querer cortar el agua y romperla
en mil pedazos de plata y lluvia,

esta manía de esculpir para siempre
encuentros fugaces, de llamar a las cosas
por su otro nombre desconocido,
de remover la sopa de la vida
antes de dejarla reposar en el fondo del plato,

esta necesidad de encontrar renglones
de la talla precisa, de manejar palabras
que me aplastan, que me vienen grandes
o que me encogen sobre ti,

este ímpetu desordenador de instantes,
como si quisiera armar el puzle de otra caja,

este modo desenfocado de levantar acta de la distancia,
de tomarse los días como un breviario
y correr sobre las noches un tupido desvelo,

este palpar lo real en el deseo
de lo imaginario, esta confusa fritura de conceptos
en témpura de nubes, este caos
que siempre está al borde del riguroso orden alfabético,

esta, en fin, silueta del destierro
que te está esperando aquí escrita,
no tiene nada que ver con la poesía.

Es mi esqueleto.

viernes, 9 de diciembre de 2016

Conocimiento del medio (II)

Porcelana

Allí extendida sobre la mesa,
campo mojado que espera lluvia
con los ojos cerrados,
tú estuviste primavera.

¡Cuánta ternura de labios!

La pregunta era respuesta,
el calor tenía poco espacio
y el aire, qué sé yo el aire,
tibio, dulce, respirado.

¡Cuánta ternura de labios!

Arcilla con amor de tierra,
caricias de horario artesano
en el torno de tu lengua
y en el calor de mis manos.

¡Cuánta ternura de labios!

Tendida allí, sobre la hierba,
temblando encima del calendario.
Alrededor, qué poca primavera,
pero en tus vértices ¡cuánto verano!


XVIII

Me despierto tal vez
y alguien
desnudo como yo
está a mi lado,
con una inesperada soledad
y los ojos en deuda con la noche,
hablándome de ti,
preguntando la historia de tu ausencia.

(Luís García Montero, Diario Cómplice, 1987)



La impertinencia de las hojas secas

Amanecen en el patio, secas, reposando después de un vuelo breve, casi un baile con el viento.

Entonces, armado de escoba y en armonía con la pendiente, las barro lentamente, dejo que jueguen un poco antes de meterlas en el recogedor.

Otras, las más, otras que cayeron a la tierra huyendo de la escoba, se dejan seducir por el rastrillo y se acercan a mis pies tímidamente.

Con las manos, las reúno en puñados que crujen -si no fuese porque me creerías loco, diría que crujen con la risa de las cosquillas- y las obligo a compartir el mismo olvido que a las otras.

Se suda, por el calor y porque yo sudo con poco, y después de la tarea apetece subir a lo alto de la escalera y encender un cigarro. El humo hace garabatos en el pensamiento y sabe a gloria ese escalofrío de la brisa que se levanta como queriendo llevarse las gotas de sudor.

Todo límpio, tranquilo, fresco el cuerpo a la sombra, quizás felicidad. Y vuelvo el rostro a contemplar la obra realizada y... ¡Será posible! Una imprecación, una incredulidad hecha parpadeo.

Nuevamente, hojas secas desparramadas por el patio, como notas de un pentagrama. Y como un Sísifo moderno, con un enfado que se va convirtiendo en ternura, vuelvo a retomar la misma tarea que acababa de terminar.

En el fondo, me conmueve la impertinencia de las hojas secas. Parecen remordimientos de la naturaleza que se posan en la conciencia del suelo. Porque son como las ausencias, como el silencio, como la soledad.

No hay manera de quitarlas del todo.

jueves, 8 de diciembre de 2016

Conocimiento del medio (I)

Sigue lloviendo

Pero no ha dejado de llover aunque el sol invada el cielo. Sigue cayendo, la siento todavía volar mansamente, gota a gota, penetrando por todos los resquicios del pensamiento, mojándome lo ya húmedo, impidiendo lo seco.

Miro a través de la ventana y no la veo. Apenas un pequeño resto de palabras, como un reguero que se resiste a huir o que no se atreve a volver. Pero la oigo palpitar en todas partes, cayendo desde no sé qué cielo, tomando formas diversas al contacto con el suelo, andando de puntillas tras de mí.

No ha dejado de llover por más que lo digan los telediarios. Llueve sin agua, llueve sin nubes, llueve siempre. Lleva mucho tiempo lloviéndome en cada silencio, justo antes de cada palabra que pienso y, también, justo después de no decirla.

¡Me gusta tanto la lluvia! Que salga el sol si quieres, que salga si no la luna; pero que no deje de llover, que me caiga todo el agua encima. Ya no quiero estar seco porque me ahogaría.

(Sin publicar, diciembre 2009)


Incendio

En mis sueños hace mucho calor
y cuando, al cabo,
me levanto y me visto
sin saber el color que tendrá el cielo,
salgo buscando,
en todos los ojos que miro,
los ojos que llevo en mi sueño.

Incluso ahora que escribo,
sí, precisamente ahora mismo,
en estos bordes que comparten
el insomnio, la vigilia y un incendio,
no puedo dejar de pensar ni un instante
en este calor ni en este sueño.
Y lo peor es que esta llama
que me quema tan desde dentro
no puede sofocarse con agua,
sólo se apaga ardiendo.

(Instanteca, diciembre 2008)


Hierve el agua

¿Cuántas veces tiene que repetirse un sueño para que suceda? No sé, nunca he sabido, sigo sin saberlo, si la energía y el deseo que se entregan al anonimato de lo que uno imagina en los sueños pueden, de alguna manera, modificar la realidad y sustituirla por otra.

Ella está de espaldas y, al poner mi mano en su hombro, se gira y me abraza. Su cabeza se reclina en mi pecho y entre todos los brazos surge el ocho, el infinito.

En cada borbotón estamos más cerca; en cada ruido que prorrumpe, la respiración se acompasa. El universo toma su temperatura y el paisaje se aleja hasta desaparecer.

En cada gota que cae, sobra más el aire que nos separa. En cada bocanada, se difuminan en el contacto los límites de los cuerpos. En cada borbotón, el tiempo se ralentiza hasta hacer olvidar el futuro que viene.

Ninguno de los dos dice nada y la vida parece un soplo, un aliento que roza las caras. Nadie dice nada, nada, porque no hay nada que decir. Y mientras, hierve el agua.

¿Cuántas veces tiene que repetirse un sueño para que suceda? No sé, nunca he sabido, sigo sin saber. Pero he descubierto contigo que hay cosas que con una sola vez que sucedan, con una sola, se repiten para siempre en los sueños.

Y cada vez que hierve el agua.

miércoles, 7 de diciembre de 2016

Despedidas y estrépitos (y IV)

Vecindario

Anuncia el vómito de las pantallas
un fin del mundo cada día.
Subo el volumen de mi esencia cobarde
para no escuchar más soledad que la mía,
pero entra a golpes catódicos el ruido de fondo
y su histeria de cuchillos en el descampado.

Afuera no duerme nadie
en una guerra de mundos que nunca termina,
porque nadie puede escapar de esta pulsión infinita
de sapos que devoran culebras,
de locos que se devanan los sesos en la escalera
cuando el viento palpita en el alma de las persianas.

No puedo dormir esta noche moribunda
de cristales rotos y patadas en la puerta.
Porque me llegan las voces de las madres rotas,
el llanto asfixiante de los niños oscuros,
y el corazón me tirita con el ladrido
de los perros que arañan la luna.

(Instanteca, diciembre 2007)



Odio las columnas

Serían las ganas de salir de debajo de la tierra, el estrés de ir con el tiempo justo, la despreocupación de haber hecho lo más difícil o la inquietud de una tarde de frío en la vegija.

Sería el odio ancestral de las columnas, la luz mortecina de los subterráneos o el espanto de que el regalo inútil que buscaba costaba sesenta euros.

El caso es que antes de entrar por la puerta contraria, repase mentalmente la maniobra que tenía que hacer; y era sencilla, lo difícil había sido meter el vehículo en donde lo metí.

Sería que se me fue el demonio al cielo pensando que había perdido el tiempo, sería que vivo en otra vida por dentro de la cabeza, pero el caso es que aquello sonó a desastre y a rozadura.

En realidad no importa por lo que fue ni de quien es la culpa. Dos mil quinientos kilómetros después de comprarlo, he estrenado el coche en una columna anónima que, por supuesto, no quiero ni volver a ver.

Nada grave. Pintura roja y tirar de seguro. No te lo cuento para darle importancia a un hecho que no la tiene, sino para explicar con un ejemplo una sensación que hace mucho tiempo que tengo.

Cuando la columna se posó en la puerta, paré el coche ante ese pequeño ruido y miré por el retrovisor. Entonces comprendí la situación: la otra columna, el coche de al lado, las dimensiones del vehículo...

Entendí que, hiciera lo que hiciera, maniobrase de cualquier manera, iba a hacer algún estropicio en alguno o en todos los lados. Y es muy difícil moverse sabiendo que vas a hacer daño, que algún corazón quedará siniestrado, que tú mismo te arrancarás la piel.

Pero, después de pensarlo un rato, salí. Salí porque quedarse es morir en el intento, quedarse es sufrir a plazos y pudrirse por dentro, salí, a pesar de la dentera que da ir arañándolo todo al moverse. Salí.

Salí confiando en mi abuela... en que todo tiene apaño menos la muerte.

(La vida es insomnio, enero 2011)

martes, 6 de diciembre de 2016

Despedidas y estrépitos (III)

Tiempos feroces

Del estrépito de atascos y sirenas
a las calles engalanadas,
de las uvas de la suerte
hasta un escombro masacrado de Siria,
de los nombres amados, marcados a fuego
en calendarios impasibles
ante el dolor de los huesos,
hacia la lotería sin calvo
como último reducto de la esperanza.

De la rapiña legalizada y elegante
y la cotización del langostino tigre
en los supermercados de moda,
del viernes negro, de los lunes raros,
de las tardes de villancicos que murmuran
mantras en el hilo musical
de las grandes superficies inhabitables,
hacia los reyes magos electrónicos
y las felicitaciones por Whatsapp
como último reducto de la ternura.

De la lista ordenada y reincidente
de todos mis delitos cometidos,
de cada punto final que sólo pueden
embellecer viejas letras,
de esta soledad menos esperanzada
que la infinita ausencia anterior,
hasta el perro de esta angustia
que solo sabe ladrarme tus ojos
como último reducto del corazón.

Pero el espectáculo debe continuar.
Habitábamos tiempos feroces
y, por si fuera poco,
nos viene encima la navidad.


Despedidas y estrépitos (II)

La piel deshabitada

Hay caminos que el corazón recorre sin retorno, viajes del sentimiento que sólo tienen billete de ida, cambios minúsculos o gigantescos que no tienen vuelta atrás.

"La piel deshabitada" es una obra que pone voz a criaturas sobrecogidas y que habla de los encuentros como regalo, del amor como objeto de felicidad y sufrimiento, del esfuerzo de nadar río arriba para evitar las cataratas.

Es una obra extensa en la que da tiempo a analizar a quienes le rodean; a vestirse y desnudarse varias veces, empuñando las ausencias a veces como heridas y a veces como espada. Los personajes de la obra bailan entre palabras y canciones, sienten la impotencia y el arrebato, mudan de costumbres y de pieles.

De ahí el título, porque todos los episodios juntos parecen una colección de pieles que se han quedado deshabitadas y que sólo la memoria y un sentimiento profundo pero extraño, consiguen revivir todos los días durante unos minutos robados a la vida real, esa que nos mantiene locos y cuerdos, tiernos y huraños, nostálgicos y entusiasmados.

"La piel deshabitada" es un principio que no encuentra nudo y que vive aterrado por el desenlace. "La piel deshabitada", estimados espectadores, puede ser cualquiera, ésta misma que aquí les dejo, la que no se toca durante meses.

Y puede pasarle también a ustedes.

(La vida es insomnio, diciembre 2012)

Han sido casi 400 textos, publicados durante algo más de tres años, aunque escritos durante mucho tiempo más. He recibido casi 300 comentarios que se han quedado aquí grabados, y otros tantos, o quizás más, en conversaciones de cigarro o de cerveza.

Este insomnio que ha sido la vida, ha sido visitado por unos doce mil pares de ojos aunque, posiblemente, la mitad de las miradas hayan sido mías.

La entrada con más visitas es la que se titula Intención literaria, no sé bien por qué. Esto de los gustos es complicado. Me resultaría muy difícil decidir cuál es la creación de la que más orgulloso me siento.

Ocurre, cuando se escribe y se relee lo escrito un tiempo después, que más que la calidad de las metáforas o de la sintaxis, uno se fija en las emociones que tuvo (y contuvo) cuando escribió.

Y ordenar emociones es muy difícil, porque se encabalgan unas sobre otras, se potencian a ratos y a ratos se atenúan, en función de las propias del momento en que se vuelven a leer los textos.

Pero yo sé que me dejo aquí el esqueleto, aunque nadie me lo haya visitado nunca. Como creo que se me ha acabado el tiempo mientras tanto y estoy, completamente seguro ya, de saber acerca del ridículo y de cuánto lo agradezco.

También sé, y no me duele, que cuando me vaya, ya nunca habré estado aquí.

martes, 29 de noviembre de 2016

Corazón y otras vísceras (y IV)

Puede que ese día

Puede que ese día no haya empezado bien y estorben las reuniones, los minutos se detengan entre lágrimas agridulces o se aceleren con los nervios. Es posible que sea un día de esos en los que las despedidas pesan más que el alma, que se va bajando a los pies.

Llegarás cansada con un cansancio turbio, acarreando pasados que buscan sombra. Llegarás cansada con un cansancio disciplinado por entre las semanas y con la boca seca de tener que respirar por ella. Y yo llegaré cansado también, con un cansancio ondulado que rezuma las vueltas del insomnio, con un cansancio tortuoso por la boca del estómago hecha un nudo de inquietud.

El calor habrá desecho el apetito pero no el deseo, que se irá abriendo camino hacia la punta de mis dedos, que buscará la llave de tu lengua para destapar suspiros. Quizás estemos más a gusto en la cama cuando te tiendas con los ojos cerrados, quizás estemos más a gusto a tientas cuando te vaya subiendo el vestido.

Tal vez ese día no haya empezado bien y esa arena que se escapa de las manos se nos haya vuelto tan viscosa que no nos permita pasar a limpio el borrador de un acto de amor que habremos empezado. Y sonreiremos un lamento por el fracaso y anotaremos sudor en el reverso de la ley del deseo.

Puede que ese día no haya empezado bien y que yo te quite los zapatos con torpeza mientras explota la tarde con su fresa ácida. Puede que tú te enroques en el flanco de la ventana para poner mansedumbre sobre las sábanas humedecidas.

Quizás tengas sueño y tu cuerpo pida abandonarse a mis brazos para el descanso, quizás yo tenga un sueño que se cumple despierto y mis brazos pidan abandonarse a tu cuerpo. Puede que cinco minutos no sean suficientes para encontrar la diferencia entre una multitud pequeña de besos digitales y la sola y larga caricia de una piel que se funde con otra por los dedos.

Seguramente habrá después que restituir el mundo a lo cotidiano, volver a componer el puzle de una cordura que nunca vale lo que cuesta. Seguramente después resumiremos todos los besos en un abrazo final que no sea el último. Seguramente, la vida estará impaciente esperando en la puerta con el motor en marcha y habrá que abrocharse la intuición y agarrarse a las palabras para no permitir que las mentiras nos atropellen.

Puede que ese día no haya empezado bien, puede que su transcurso no sea inocuo. Puede que ese día, que no empezó bien, como tantos otros, sólo haya tenido un rato de cielo. Puede que ese día sea tan mentira como cualquier otro, tan leve como un paso perdido que se da en la arena del rompeolas.

Pero ese día llevará dentro esta verdad que te escribo, esa que sólo las caricias pueden mantener en pie y que no tiene sitio en donde caerse muerta.




EN PIE


Sigo en pie

por latido

por costumbre

por no abrir la ventana decisiva

y mirar de una vez a la insolente

muerte

esa mansa

dueña de la espera



sigo en pie

por pereza en los adioses

cierre y demolición

de la memoria


no es un mérito

otros desafían

la claridad

el caos

o la tortura



seguir en pie

quiere decir coraje


o no tener

donde caerse

muerto.



(Pablo Neruda)

Despedidas y estrépitos (I)

Cuentos derrotados: Pirata

Hace ya mucho tiempo que no hablo con ella. Cuando huímos de aquel país encantado decidimos no volver la vista atrás, olvidar el polvo de hadas y camuflarnos entre la gente de nuestro tiempo.

No fue dificil. Nadie nos hizo mucho caso. No hubo preguntas ni tuvimos que inventar excusas. La gente está acostumbrada a desconocer a sus vecinos y nosotros, nos empeñamos en no dar señales de aviso.

Al principio hablabamos todas las noches. Uno necesita puntos de referencia para no perderse entre la muchedumbre anónima y nuestras conversaciones me ayudaban a recordar quien fui. Y saber quién has sido, no sólo reconforta, sino que te abre la puerta que conduce a saber quién eres y quién quieres ser.

Pero el tiempo, siempre el tiempo, nos fue distanciando y los contactos dejaron de ser frecuentes. Ella había comenzado a encontrarse con su nueva vida, se sentía cómoda por momentos y no le acosaba la necesidad de verme, ni de contarme sus días, ni de buscarme en sus noches.

Sin más razón que la desgana, sin más lazos que los que el azar fue desatando, sin más motivo que lo urgente de las cosas inútiles, sencillamente y sin darnos cuenta, dejamos de hablarnos. No hubo tristeza. No apareció la nostalgia a socorrer nuestros recuerdos. El último hilo que nos unía se convirtió en polvo sutil, sin dar tiempo, ni aliento, a ninguna despedida.

Ahora sé que el amor se extingue, irremediablemente devorado por el vértigo de olas incansables, repletas de dejadez y de olvido. Ahora entiendo porqué la memoria nos aclara el camino deshaciéndose de los restos de los naufragios. Ahora comprendo, que la vida comienza cada instante y en cada instante empieza una vida, que no puedes llevarte contigo. Porque no hay nada eterno, ni siquiera el olvido.

Yo, ya no soy quien era. Ni ella tampoco. Pero sé, que una vez hace un tiempo incalculable, nos quisimos con un amor insólito y desproporcionado. Un amor minúsculo y profundo. Un amor del que no queda ni nombre, ni rastro, ni destino. Un amor tan intenso, que más parece un olvido.

Ella, ya no se llama Campanilla. A mí, todavía, me siguen llamando Garfio, mis amigos.

(Instanteca, diciembre 2006)


Besémonos

Besémonos pronto, amor,
que nos escurra la urgencia
de las despedidas,
que se nos salten las lágrimas,
que se dispare el corazón
hacia un sitio sin entrada
y sin salida.

Besémonos de prisa,
en algún lugar inconveniente,
sin razón ninguna
y sin motivo aparente,
delante de toda la gente
o en un sitio reservado
y a medida.

Besémonos sin esperanza,
sin que nos sirva de consuelo,
sin pesar en la balanza
lo que ganamos y lo que perdemos,
besémonos pese al miedo,
besémonos por la espalda.

Pero besémonos, amor,
besémonos antes de que sea tarde,
antes de que nos cierre los labios la vida,
antes de que el mundo nos lo prohíba
con otra pandemia de indiferencia
maquillada de costumbre saludable
o de miedo a la gripe porcina.

(Instanteca, abril 2009)
Prohibición de besos

sábado, 26 de noviembre de 2016

La hoja roja


Mi amiga la lluvia, que es la que lo trae todo y la que todo se lo lleva, me manda un aviso.

Ha dejado en mi puerta, aprovechando el susurro del viento, esta hoja roja. El mensaje y Delibes están claros: ya me queda poco.

Ahora, este Eloy en que me convierten la mezcla de años y letras, se pregunta: ¿Qué se me está acabando?

El otoño, el amor, la vida... El corazón, la angustia, el insomnio... El agua, la risa, el desencanto...

Hay algo que se me está acabando, y no quiero saber qué es.

miércoles, 23 de noviembre de 2016

Corazón y otras vísceras (III)

Suele suceder de noche

Suele suceder de noche, con todo a oscuras, apagado el pensamiento, cuando el silencio ayuda y una leve claridad que no sabes de donde viene se cuela por entre alguna rendija.

Ves sombras, mentiras que se mueven y cambian de forma al paso de los coches por la calle, al ritmo del corazón de la mesilla que te resuena en la cabeza como un martillo. Quieres dar la luz pero no puedes, notas un frío extraño que se aloja en el estómago y notas el peso de la noche en la garganta.

Entonces sacas el niño que llevas dentro para que te esconda cerrando los ojos, metiendo la cabeza del avestruz bajo la almohada y te aferras al dolor de cabeza que te trajo a la cama, al disparo de la tensión, al ahogo de una rabia que te inunda o a la ginebra que tomaste en el garito.

Con los ojos cerrados, no sé si el miedo o la angustia o la furia o la tristeza o el desamparo o las sombras o el cansancio de los días o las gotas o las ganas de llorar, te vencen. Pero el caso es que te vencen, uno o todos te vencen, siempre eres tú el que pierde.

Y al abrirlos, al instante siguiente, un instante que la derrota ha encogido hasta hacerlo desaparecer como otra sombra, la luz entra por la ventana y todo se inunda de realidad, todo se aclara confusamente, mientras apenas recuerdas, asombrado, que fuiste tan tonto como la angustia que te asfixiaba, tan iluso como el miedo que te invadió.

Y, para que no se entere nadie, ni siquiera tú mismo, coges la pesadilla, la vida que te dejaste doblada sobre la silla, un café, el horario que cumplir y un desencanto, y te lo echas todo al estómago de un solo sorbo, como haces cada día, y te lo tragas sin rechistar.

Te gustaría poder echártelo a las espaldas, pero ahí ya llevas la mochila, el lunar que nunca te ha tocado nadie y el juicio sumarísimo de los demás.

Suele suceder de noche, que al día siguiente huyes sin mirar atrás.

(La vida es insomnio, 2010)


Noria

Al poner el pie en el suelo, desde ese mismo instante, la echó de menos. Sin embargo, le gustó que la tierra le recibiera sin moverse. El estómago agradeció ese momento quedándose quieto dentro de la barriga.

Respiró como si allá arriba hubiese otra clase de aire, más liviano y menos inerte. Pero estaba acabando de comprender, con el primer apoyo en tierra firme, que era un aire amniótico e insustituible.

Se detuvo a parpadear mirando hacia atrás y recordando el vértigo que nublaba la vista, el miedo que le paralizaba los dedos y la asfixia aquella que agrandaba las pupilas. Notó que el corazón había dejado de corretearle cosquillas por el cuerpo y que todo estaba tan extrañamente tranquilo que parecía sueño.

Pero, al mismo poner un pie en el suelo, en el preciso instante en que el sosiego endulzó los vértices del pasado, destapó lo incierto del futuro; y echó tanto de menos todo aquel sinvivir de la barquilla, que deseó volver a subirse.

Yo también cambio la cordura y todo el sosiego que me quede, por otros tres minutos de ticket.

(La vida es insomnio, 2010)

EL JUEGO EN QUE ANDAMOS

Si me dieran a elegir, yo elegiría
esta salud de saber que estamos muy enfermos,
esta dicha de andar tan infelices.
Si me dieran a elegir, yo elegiría
esta inocencia de no ser un inocente,
esta pureza en que ando por impuro.

Si me dieran a elegir, yo elegiría
este amor con que odio,
esta esperanza que come panes desesperados.

Aquí pasa, señores,
que me juego la muerte.

(Juan Gelman, El juego en que andamos, 1958)

martes, 22 de noviembre de 2016

Corazón y otras vísceras (II)

Lista

Sin detalles: suavidad, rojo, penumbra, melodía, amor.

Después se van ensamblando los fotogramas poco a poco. Cinco palabras los traen engarzados, empaquetados para traslado. Al fin y al cabo, escribir siempre es una mudanza.

En cada mudanza algo se altera, la atmósfera se transforma en vida embellecida cuando depositamos en la nueva estancia la lista de las cosas que no se pueden olvidar: amor, suavidad, rojo, penumbra, melodía.

Quizá sea el recuerdo aquello que más se disfruta cuando, con las paredes ya limpias, volvemos a colocarlo en su sitio: melodía, amor, suavidad, rojo, penumbra.

Pero yo prefiero los detalles, los otros, los que pone la imaginación por encima de la memoria, cuando la penumbra se hace melodía, como si el amor contuviese una música suave que va tiñendo de rojo los bordes.

Quizás fuera rojo el principio de la penumbra, quizás cada melodía es un amor que avanza hacia la suavidad. Quizás no sólo cuente el conjunto, quizás la realidad siempre se nos desmenuza en palabras que el olvido congela en una lista.

Pero dentro del corazón, la vida se nos queda con todo detalle: suavidad, rojo, penumbra, melodía, amor.

Y mucho. Como tú dijiste.

(La vida es insomnio, 2011)



Retrato

Ando buscando otra luz en la que bañarte,
acércate a la ventana, vamos, destensa el pasado,
pierde la vista en aquel horizonte.

Quieta, así, tranquila, quiero capturar
en el poema ese brillo que tienen tus ojos
cuando me dices lo que no me dices,
cuando después lo niegas todo.

Relaja las manos, como cuando acaricias,
desabróchate otro botón, deja que el corazón
se te adivine por el borde de la camisa,
humedécete los labios.

Quieta, así, gira un poco la esperanza
pero sin mover los hombros,
baila mientras te miro, detén el reloj y el escorzo,
sonríe como cuando iluminas las tardes,
muéstrame un poco más del cuello que espera un beso,
entorna la distancia para que no duela,
cruza un poco las piernas por debajo de la mesa,
déjame mirar más adentro.

Quieta, así, no te muevas, calma,
que quiero pintarte en un poema
y estoy buscando la mezcla de palabras
que rima con la textura de tu piel,
ando detrás del color que te imprime la risa
sobre un paisaje de otoño.

Eso es, eso, así, quieta.
Por favor, ahora no muevas el corazón,
déjame que te pinte así en este poema,
como si me quisieras al leerlo,
como si, escribiéndolo,
yo te quisiera...

(La vida es insomnio, 2011)


Posees el gozo de su risa
pero debes saber que partirá.
Te inunda su alegría
te ilumina su rotunda carcajada
con una luz muy dulce,
pero no ignores que se irá.
Ella fluye,
ella es un líquido que detesta estancarse
ella es un pájaro que anida y emigra,
ella se irá.
Ella se irá y te dejará una marca de amor
que solamente curarás con su regreso efímero.
Entonces la verás de paso
y será como tropezar con el sol de la mañana
descubrir de nuevo su alegría,
nadar en ella
plácido
hasta un próximo encuentro inesperado.


(Darío Jaramillo Agudelo, Libros de poemas, 2001)


miércoles, 9 de noviembre de 2016

Corazón y otras vísceras (I)

Tratado de cardiología

El corazón es, como víscera, un amasijo inconmovible de músculo y sangre. Un engranaje perfecto que impulsa la vida a borbotones, estrujándose en el esfuerzo de enviar mensajes rellenos de química.

Como lugar, es la cruz que se apunta en el centro del mapa, el punto infinito en el que se cruzan todas las trayectorias y todas las líneas paralelas de la vida. Es la estación por la que pasan todos los trenes, deseando quedarse unos, deseando otros que te quedes.

El corazón, como tiempo, es el instante preciso, el precioso momento en que da saltos la vida. Es el rayo que no cesa y que no deja de cesar apoyándose en la energía de las contracturas.

Como palabra, es la primera y la última de cada verso, el verbo que descansa implícito entre tú y yo, el eslabón perdido en la cadena de los sueños. Es el golpe de voz más pequeño y el que tiene un eco más grande.

Ella estaba tecleando, precisamente, todo lo que yo le leía en las manos. Pero, en un descuido, el viento electrónico dejó un trozo al descubierto:
——Sólo arriesgo el corazón ——me dijo—. ¿Para qué me sirve si no?

El corazón, como forma, es la aparente simetría de los espejos, la inexacta mitad de un deseo, el perímetro interior de todo lo que importa. La hoja roja que anuncia caos, el vilo estrangulado en el puño. El dibujo vacío olvidado en el árbol.

Y como azar, el corazón es la bolita que siempre está girando en la ruleta, buscando casilla en la que parar. Pero si, antes de que empiece a rodar, no se apuesta la vida en ello, no hay razón para jugar y sólo sirve, cada tictac, para contar el tiempo.

(Instanteca, noviembre 2008)


Sin fin

Se despierta, como te despierta la lluvia que se deja caer sin avisar en una nube de primavera, con pinchazos de agua fría en la cabeza, con ese escalofrío en el corazón que una hora antes la tibieza de la tarde hacía impensable… Y entonces, recuerda.

Recuerda aquel otro instante, aquella otra lluvia de besos, aquel otro escalofrío que la tibieza de un cuerpo abrazado le enredó en la cabeza, aquel aviso de la primavera que le subió a una nube el corazón… Y entonces, se despierta.

Así pasa estos días sin fin, estas tardes de lluvia impensable, de frío que cae sin aviso, despertando, recordando, de pinchazo en escalofrío y enredando la primavera entre las nubes de su cabeza y la tibieza del corazón.

(Instanteca, noviembre 2008)



Abril y húmedo

Abril llovía.
Alfileres diminutos
se clavaban en el aire.
Tus labios eran mariposas
revolteando mis mejillas.
Mi voz de grillo susurraba sombras,
encogidas en la esquina
de este corazón húmedo,
mientras tus ojos, luciérnagas,
pululaban luz y silencio
como si tú misma fueras
el espejo mudo
de un relámpago.

Vuelan tus ojos, ahora libélulas,
en pos del aire, hacia otro lado.
De tus mariposas sólo queda
un tenue rastro de crisálidas
esparcidas por mi rostro.
Donde antes cantaron grillos,
ahora se esbozan palabras
deshaciendose en un nudo
visceral y ronco.
Y aunque nunca es la misma lluvia,
ni cae a gusto de todos,
cada vez que me llueven
alfileres diminutos,
mi corazón permanece
encogido, abril y húmedo.

(Instanteca, enero 2009)

lunes, 7 de noviembre de 2016

Esquinas, rincones, portales (y IV)

Ángulo muerto

El ángulo estaba muerto
desde mucho antes
de que la atrajera hacia la esquina.
—Ven —le dije,
tomándola de la mano.
En mis brazos duró un suspiro,
lo que se tarda apenas
en emitir un quejido
y envolverlo en llanto.

El ángulo estaba muerto,
estoy seguro, lo había comprobado
con mis propios ojos.
Entonces, ¿qué? ¿quién? ¿cómo?
¿Por qué se escapó el aire?
¿De dónde aquel sollozo?

El ángulo estaba muerto
y yo, ahora lo sé con certeza,
me quedé dentro, por dentro,
muriéndome un poco
detrás de la puerta.




Andén

Había
mucho humo aquella tarde
en el café
-siempre hay mucho humo-
pero ellos
se miraban a los ojos
como buscando un apagón
para besarse.

Lástima
que ese tren
no los llevara a ninguna parte.

Lástima
que los túneles de aquel viaje
fueran tan cortos.



Mentira piadosa

Desde detrás de la puerta
has llegado intensamente tangible
en tu envoltorio de piel y saliva,
elevando la temperatura de la esquina
en la que nos abrazamos.

Confieso que he confundido
tu lengua con la mía, que la geografía
de tu pecho se ha desdoblado en mis dedos
y que he reconocido
ese silencio de bocas juntas
que se dispersa sobre mí como gotas de vida.

¡Qué pronto te acabas!
Entre tanta confusión de aliento y caricias,
el otro mundo, ese que siempre limita al norte
con un cierto rumor de muchedumbre,
me ha desvestido de ti frente al espejo
y con una ráfaga de prisa
se ha llevado tus labios hacia el sueño siguiente.

Tu olor es una mentira piadosa
que expande mi agradecimiento
tu perfume es una falsedad necesaria,
un engaño al que deberle el consuelo y la mentira
de creer en la certeza de lo vivido.

¡Pero qué pronto te acabas!
Con qué rapidez me deshaces el cuerpo
en partículas de memoria,
qué deprisa te esfumas en el aire
y, sin embargo,
cuánto me cuesta salir de tu aroma
lentamente
hacia la soledad de la tarde.

domingo, 6 de noviembre de 2016

Esquinas, rincones, portales (III)

Guión de cámara

Disolvencia y plano detalle que se acerca con el zoom al cigarro encendido, y sigue su movimiento ascendente hasta descubrir unos labios.

Se abre lentamente el objetivo y el rostro del que espera (un tipo mediocre, con una barba de tres días que le da un aspecto envejecido y descuidado). El rostro se relaja en el dibujo del humo al que ahora sigue la cámara con un plano picado hacia arriba hasta que se disuelve en su viaje azul y amarillo.

Es un día espléndido, la cámara registra el calor en los destellos de un sol redondo y pleno sobre los cristales de los edificios. Y después de girar alrededor, en una panorámica rápida que presagia novedades en la trama, vuelve al plano corto de su rostro que achica los ojos, como mirando lejos, y esboza una sonrisa pícara.

Plano contra plano, el coche se acerca calle arriba y el hombre relaja los ojos y suaviza la sonrisa hasta parecer adolescente. Una "steady" se asoma a la ventanilla del coche que aparca y sigue a la chica mientras coloca un quitasol en el parabrisas, cierra la puerta y cruza la calle mirando a todas partes pero con los ojos puestos en un único sitio. El plano medio siguiente, recoge el saludo frío que se profesan en mitad del mediodía de la noche americana.

Cambia el plano a vista de pájaro, para seguirlos con un travelling por la acera que los lleva a la puerta de la casa. Baja la grúa con la cámara hasta entrar en la cerradura al mismo tiempo que la llave y fundirse en negro.

Despierta la imagen dejándose mecer por el movimiento de las piernas, soplando con el aire que mueve la falda negra. Plano de conjunto cuando llegan a otra puerta que se cierra sobre el silencio de otro plano medio.

A partir de aquí, cuando entran, la secuencia se construye sobre un plano subjetivo, que se acerca al rincón en el que ella reposa la espalda. Se acerca la cámara y aparecen en plano dos manos que le acarician la cara y la acercan hasta un primerísimo plano de ojos entornados y boca entreabierta. Y, después, fundido en negro sobre sus labios.

Después de la elipsis, él aparece en una esquina de la panorámica de la ciudad que le va barriendo a distancia. Disolvencia y plano detalle que se acerca con el zoom al cigarro encendido, que deja el humo congelado en el aire, como si la historia estuviese esperando el momento de continuar...

-¡Corten! -dijo la voz del director surgida de las sombras-. Me gusta tanto la toma que la vamos a repetir.

(La vida es insomnio, noviembre, 2012)


Cita

La vida se viste de chandal
y el silencio de mis pies fríos
es un niño asustado que atraviesa las puertas
y se esconde dentro del sofá.

Un niño que mira todas las cosas
con el asombro de la primera huida,
tropezando en las esquinas con las voces
de aquellos fantasmas difíciles
que se inventa habitando las ruinas.

Sólo los perros saben romper una tarde
cuando aun está sin planchar
del mismo modo que un temblor de teléfono
puede irrumpir con la voz de una mujer desconocida
sobre la lámpara azul del salón adormecido.

La oscuridad se pliega ante la exacta geometría
de una escalera que siempre está inquieta,
las paredes aturullan el camino de los suspiros
y un ruido de fondo de platos sucios
desploma el mundo sobre un papel.

Entonces un hueco del estómago
arranca el chandal y me extirpa
del amor a las chimeneas encendidas
y, desafiando lo inhóspito de noviembre,
esos zapatos en los que consigo meterme
me llevan pisando con fuerza prestada
hacia el otro lado del mundo.

Atrás siempre queda una palabra
que no debería hacerse esperar.

(La vida es insomnio, noviembre, 2012)

sábado, 5 de noviembre de 2016

Páginas en blanco

Qué pavor
releer nuestro libro
y encontrarlo repleto
de páginas en blanco.

Qué dolor
al desplegar el mapa
de este camino de ir a todas partes
recorriendo el viaje
que nunca hicimos.


Qué tristeza
la de combatir
por los sueños que aún nos quedan,
si sólo nos quedan
aquellos
en los que nunca hemos coincidido.

(sin publicar, mayo, 2011)



ENCUENTRO

Estaba pensando ahora que es muy hermoso encontrarse. Darse cuenta un día, una noche, o poco a poco, de que el azar llena de brillos esos otros ojos con los que gusta cruzarse. Sorprenderse pensando en alguien y en lo que estará haciendo ahora.

Decir hola y ruborizarse, decir hasta luego queriendo decir no te vayas. Esperar visita en la música de las ventanas; o ver un hombro desnudo que se estremece de risa e imaginarse el resto de lo que se esconde más abajo.

Es muy hermoso sentirse bien tratado, despertar del sueño cada mañana para seguir en él. Unir el primer pensamiento con el último en el mismo rostro conocido, y tenerlo cerca después. Es hermoso pronunciar un nombre y estremecerse en el intento. Es muy bonito encontrarse, primero sin irse buscando y, después, buscándose.

Ahora que vivo entre la niebla, quiero dejar escrito en algun sitio imborrable, que es muy hermoso encontrarse, aunque después pase lo que tenga que pasar, que siempre consiste en desencontrarse.

Aunque, bien pensado, no hacía falta dejarlo escrito. No se me olvidará.

Unos consejos de nuestro patrocinador

Vendo humo

Llevo toda la mañana esperando que suenen las alarmas, que el día se espese y se doble por la mitad de la tostada o que los teléfonos resuenen más allá de las perchas ansiosas de sellos.

Estoy esperando el virus, la náusea, el delirio. He deseado un agobio de oxígeno, una tromba de melancolía que retumbe en los cristales, una noche interminable de decepción.

Pero no ha sido la tragedia, sino la lluvia, la que me ha entreabierto el corazón  hacia las persianas y no he dudado en atender a su agua sin pasar de largo hacia el mediodía. Y he intentado sentirme solo, y triste de mar y herido de incertidumbre.

He visto que no puedo y, precisamente, porque no hay dos vidas iguales, porque no puedo dedicarte esos mismos minutos que tú me dedicas, he tenido que inventarme estos otros, distintos. Unos minutos que te devuelvan el vello de punta y te hagan marcar teléfonos en las sábanas y brindar con ojalás que se perdieron en la memoria.

Tienes razón, sólo vendo humo, lo sé. Y me gusta hacerlo y me gusto haciéndolo y lo sé. Y tú ya hace mucho que te diste cuenta. Lo que no sabes, lo que no puedes creerte, es que, mi humo, no... Mi humo no se lo vendo a cualquiera.

Sólo a quien, como tú, sabe tornearlo como garabatos y deshacerlo en aire.

(la vida es insomnio, noviembre, 2011)





EL AIRE HUELE A HUMO

A Gabriel Celaya y a Amparo Gastón,
Que tanto le quiso y le quiere todavía.
J.A.G.

¿Qué hará con la memoria
de esta noche tan clara
cuando todo termine?
¿Qué hacer si cae la sed
sabiendo que está lejos
la fuente en que bebía?

¿Qué hará de este deseo
de terminar mil veces
por volver a encontrarle?

¿Qué hacer cuando un mal aire
de tristeza la envuelva
igual que un maleficio?

¿Qué hará bajo el otoño
si el aire huele a humo
y a pólvora y a besos?

¿Qué hacer?¿Qué hará? Preguntas
a un azar que ya tiene
las suertes repartidas.

(José Agustín Goytisolo, 1992)



Oferta

Trabajo fijo, vecinos amables, cara de buen chico, fama de no haber roto nunca un plato y barriga con cicatriz.

Un puñado de letras, algún que otro poema bueno y muchos cuentos. Apariencia de calma, angustia interior, nervios en el estómago; principios ilusos, pero todavía aprovechables, manos que saben sudar suavemente y miedo por todos los poros.

Pereza, nostalgia, sensación de vacío y canciones aprendidas de memoria. Un hueco infinito en el pecho, un corazón adormecido, ganas de volar revueltas con vértigo... y humor absurdo, pero fino.

Le gustan el chocolate, la complicidad de los gestos y el vino. También le gusta la magia, pero no es practicante. Busca algún futuro, ahora, tan a destiempo, con un sexo sentido. Piel suave y mucho vello. No le gusta afeitarse los días que nadie le toca, que son muchos.

Miope, pero sabe mirar a lo lejos. Tiene la vista cansada de las pantallas y los dedos turbios de remover el azúcar en la taza. Le gusta mucho jugar, especialmente con las palabras. Escucha bien a los demás, pero se oye regular a sí mismo.

Y padece insomnio, pero ya no le hace sufrir no poder dormir. Lo que más teme en este mundo es perder la memoria y las ganas de soñar. La muerte de los demás le asusta más que la suya propia.

No baila, porque suda mucho y se siente feo con todo el mundo vestido de guapo. No es bueno para el trabajo pesado y no sabe ni colgar un cuadro.

Tiene querencia a las tablas, le gusta ser optimista, no le importa parecer tonto -para irse haciendo el cuerpo por si acaso lo fuera- y está más despierto de noche que de día.

Y con este equipamiento, tengo en el almacén desde hace tiempo a un tipo que adora los imposibles, pero que nunca los consigue, por definición. Lo vendo barato, está de oferta.

Me vendo barato porque ya no me sirvo, porque hay que dejar sitio y quitarse las telarañas. Me vendo barato porque ahora, ya, quiero ser otro mejor y, en tanto que ande conmigo encima, nunca lo conseguiré.

(la vida es insomnio, julio, 2012)


Pintor que me has pintado
en este cuadro vago de la vida,
tan bien, que casi
parezco de verdad; ¡ay, pínta-
me nuevamente, y mal, de modo
que parezca mentira!

(Juan Ramón Jiménez, Ceniza de Rosas, 1912)

viernes, 4 de noviembre de 2016

Viaje

Viajar deshaciendo los nudos es hacer garabatos
en un aire lleno de humo y ventiscas,
desterrar la transparencia de las ventanas
con el ritmo de la lluvia en el desierto,
aliñar la conciencia con vinagre,
caminar sin moverte de tí mismo.

Viajar desmembrando las telarañas de la memoria
significa sufrir los mosquitos
de un viejo pantano de rodillas inmersas
en otro fango más espeso; o arder
en llamas antiguas con los soplos
de un aire nuevo, arrugarse
frente al paso de los días
y rogarle al color de las pastillas
que traigan un sueño.

Pero después, cuando la madeja se deje
atravesar por la luz, cuando el guiño
se convierte en meta y la memoria
barra los mosquitos de la piel intacta,
cuando las cenizas curen las rodillas
y el aire estire las noches templadas
como luz que se derrama de una farola,
podremos tirar las pastillas al pantano
y serán los otros mundos invisibles
los que viajen partiendo de mí
hacia tu trayectoria.

(sin publicar, julio 2011)




PUNTO DE PARTIDA

Tú vienes de otra parte, yo vivo en otra época,
y ahora estamos en tierras que, al ser tierras de nadie,
nos sugieren espacio y aventuras, regreso.

Tú quisieras quedarte, yo pensaba emigrar,
pero sólo miraba los horarios o el rumbo
de los barcos que nunca fondearon aquí.

Me sentaré a tu lado, me dormiré contigo,
pues quedarse contigo es marcharse muy lejos:
tu mirada me aparta de este clima cerrado,
tus palabras me dicen aquello que no dije.

(José Carlos Rosales, Poemas a Milena, 2010)

martes, 1 de noviembre de 2016

Esquinas, rincones, portales (II)

Lo que no se ve en los poemas

Tienen los poemas la dichosa costumbre
de salir en los libros completamente limpios,
sin que nadie aprecie, sin que pueda encontrarse
en ellos lo mundano de su existencia.

Por eso, nadie sabrá el tiempo estirado o detenido
que tardé en llegar a la siguiente estrofa,
ni el torrente de emociones que no quise
abreviar en sílabas delicadas o en palabras rotas
por el cansancio y mi torpeza.

Nadie entenderá el desprecio que sentí
por las rimas que no me conmovieron
y que extirpé de entre los renglones
después de haberlas hecho jirones
de vocabulario en el pensamiento.
Ni la pesadumbre de borrar lo escrito,
ni la certidumbre de no tener talento,
ni el principio de aquel otro poema
que correrá la misma suerte de olvido.

No se descubre en estos versos la tos,
la imperiosa llamada del resfriado que me sacude,
ni la sequedad de los ojos prestados
a la atención de las pantallas.
Es imposible contemplar en este poema
el patetismo del chandal y las pantuflas,
las migas de pan esparcidas en el escritorio,
el color del vino y sus manchas diversas,
la pesadez de párpados del insomnio.

Para nada quiero ya el tiempo que pasé
limpiando este poema a los ojos del mundo.
Sólo sé que aquí lo dejo,
en donde encontrar otras miradas que quieran
pasarlo de nuevo a sucio.




INTROITO

Mi juventud lograda en tantos años,
mi rebeldía, mi inocencia intacta
las perdí en el instante
en que tomé la grave decisión
de medir estos versos
y entregártelos libres de ceniza,
sin las manchas que poco a poco, lento,
el paso de los días va dejándonos;
sin aquellas palabras que me llevo,
que arrastro y me hacen ser umbrío, necio,
y transido de vida.

(Mario Vega, Al umbral de las horas)

martes, 18 de octubre de 2016

Esquinas, rincones, portales (I)

Deshaucio

La luz de la lámpara ensordecida
en aquella noche sin ventanas.

O el tumulto de un roce.

Las palabras, que vuelven o se escapan,
de tantas veces como estuvieron dichas.

Las lágrimas y las risas,
el cuarto del incendio, la nieve
que chorreaba aquella tarde de marzo
entre tus besos llenos de frío.

El olor a carne recién amada
y el desencanto posterior.

La parte del color del trigo
que todavía me asalta la memoria,
las noches de insomnio, la soledad
cuando se va deshaciendo la madrugada
en cigarros y duermevela.

Todo lo que siempre llega tarde
y todo lo tarde que llegamos siempre.

Unos cuantos litros respirados de aire
en las proximidades de los besos,
las manos que se buscan, los ojos
que traen un sueño mientras otro es el sueño
que los cierra en la lejanía.

Diversos números de teléfono olvidados.
Aquel aroma tuyo a dulce melancolía.

Todo lo que he sido, todo lo que soy,
todo lo que tengo
está en eso que ya no es mío:
este es el inmenso desahucio
a que nos va sometiendo la vida.

Aunque más tristeza la de quien pueda
vivir sin necesitar algún olvido
que espantar en las canciones de moda,
que echarse a los poemas.

(La vida es insomnio, diciembre 2011)



De la nostalgia

Recuerdo solamente que he olvidado el acento de las más amadas voces,
y que perdí para siempre el olor de las frutas de la infancia,
el sabor exacto del durazno,
el aleteo del aire frío entre los pinos,
el entusiasmo al descubrir una nuez que ha caído del nogal.
Sortilegios de otro día, que ahora son apenas letanía incolora,
vana convocatoria que no me trae el asombro de ver un colibrí entre mi cuarto,
como muchas madrugadas de mi infancia.
¿Cómo recuperar ciertas caricias y los más esenciales abrazos?
¿Cómo revivir la más cierta penumbra, iluminada apenas con la luz de los Beatles,
y cómo hacer que llueva la misma lluvia que veía caer a los trece años?
¿Cómo tornar al éxtasis de sol, a la luz ebria de mis siete años,
al sabor maduro de la mora,
a todo aquel territorio desconocido por la muerte,
a esa palpitante luz de la pureza,
a todo esto que soy yo y que ya no es mío?

(Darío Jaramillo Agudelo, Poemas de amor, 1986)

viernes, 7 de octubre de 2016

Inolvidables

A primera vista

La probatura inicial no tuvo mucho misterio, suele ocurrir en todos los primeros encuentros. Nunca creí en las cosas a primer oído. Intercambiamos la voz, es cierto, pero nada más. Ni quise dejar, ni descubrí ningún mensaje escondido.

Después de mucho tiempo, lo volvimos a intentar. Mirando, abriendo bien los ojos, apartando las pestañas incluso. Aunque nunca creí en las cosas a primera vista, tu mirada me escondió el primer secreto compartido.

Más tarde, nos propusimos seguir el rastro de las letras que el azar puso junto al camino. Nunca creí en las cosas a primera lectura, pero hubo versos infinitos que dibujaron el quicio de una puerta entre dos mundos muy diferentes.

Entablamos reflejos y espejismos, acometimos viajes y regresos. Activamos hechizos duraderos que hacían hervir la sangre con un fuego conspicuo. No creo en las cosas a primera magia, pero construimos un manojo de castillos que flotaban.

Abordamos entonces, con el corazón convertido en coraza, el recóndito desequilibrio de las manos y la electricidad estática de los murmullos. Alfareros improvisados, promovimos sobre el barro el abordaje de otros labios en un empréstito de aires. No creo en las cosas al primer tacto, pero aún me palpita en la piel el eco de tus dedos taconeando.

No renunciamos, tampoco, a probar la pesada sutileza de la ausencia, ni el mar contenido en la marea de aquel vaivén, cuando venías queriendo irte, pero te ibas pensando en volver. Nunca he creído en las cosas al primer movimiento, pero reconozco que estuve mucho tiempo durmiendo en la estación.

Nunca he creído -y sigo sin creer- en las cosas que ocurren al primer algo, al primer nada. Pero creeré siempre en el poder pequeño e incansable de la constancia. Y en el de la imaginación.

(Instanteca, octubre 2008)


Patos y benjamines

Estaba el pobre temblando de olvido, pinchado y solo. Fue lo primero que hice al entrar, buscarlo, y, al verme, saco su naranja más intenso para saludarme.

El amarillo, en cambio, estaba apagado, lleno de polvo, camuflado entre la oscuridad que reinaba. Levanté la persiana y con la luz, cobraron vida de nuevo las imágenes que estaban allí guardadas.

El último te quiero andaba colgado en la puerta, la silla que se cabalga chirrió los goznes como intentando, una vez más, sostener nuestro peso imaginario.

Entonces busqué el encargo. Aparté el árbol y la casa, me hice hueco en la soledad del rincón y abrí el armario. No estaba visible a primera vista, así que moví bolsas y revisé los estantes hasta encontrar lo que buscaba.

Y como suele suceder siempre, buscando una cosa, se encuentra otra. Allí estaba el más pequeño, perdiendo burbujas detrás de una bolsa, vestido de luto como si anduviese penando una culpa que no tiene.

Es rigurosamente cierto lo que le dije a ella la otra noche. El amor no se queda en las cosas, los abalorios del pasado no están untados con la esencia de los ausentes. Las personas inolvidables, eso lo creo firmemente, no lo son gracias a la química de la memoria.

No. La memoria es la más traidora y la mejor amiga, un veneno mortal y al mismo tiempo, su antídoto. Pero la memoria es sólo un punto de conexión de la trama infinita en la que  vivimos. A los inolvidables, los llevamos dentro, por dentro, desde dentro. Y es que nosotros somos como somos, porque ellos fueron como fueron.

Aun estando completamente convencido, no pude resistir la nostalgia de ver solos (o de sentirme yo) los patos y los benjamines, y los eché en la mochila para tenerlos en casa.

Un día triste, de los muchos que tienen que llegar en todas las vidas que vivamos, el pato y yo, metidos en la bañera, brindaremos con benjamín para matar tu ausencia. Aunque ya sé que no estás en ellos y tu ausencia no morirá por eso.

(septiembre 2011)

lunes, 3 de octubre de 2016

Preposiciones, posiciones y suposiciones del mes en curso

Preposiciones deshonestas

A cuatro patas
ante el morbo del espejo.
Bajo el cobertor arrugado
cabe encontrar un trozo de cielo.
Con tu espalda atrapada
contra la pared fría,
de rodillas en el suelo,
desde el primer beso
en el sofá que chirría,
entre tus piernas desplegadas,
hacia fuera y hacia dentro,
hasta el fondo del estruendo
para llegar a la pulpa del gemido.
Por encima de la ropa,
según se erizan tus pezones
sin miedo a la mordedura,
so pretexto de una piel que se desnuda,
sobre la alfombra de las doce,
tras la puerta que se cierra.
Durante horas abiertas,
mediante el amor y su roce,
como un dulce vaivén
deshonesto, infiel,
húmedo y salobre.

(La vida es insomnio, octubre 2012)



Dentro

Suelo escribir en la soledad de mi ordenador, en el mismo sillón, al lado de la misma ventana. No sé si es una de tantas manías absurdas en sí mismas, pero en las que creemos con fe de catecismo.

Como tocarse las llaves en el bolsillo antes de tirar de la puerta o apagar y encender la luz cinco veces. O ponerse la camisa roja de la suerte o sacar siempre primero el pie izquierdo de la ducha. Manías impenitentes que un día empezaron por alguna causa que ahora ya no recordamos.

Cuando escribo, procuro sentarme allí, en el sitio de las musas, en donde siempre escribo. Como si hubiera algo más de ellas en ese asiento que en ninguna otra parte del mundo.

Ahora que tengo un ratito, con la tranquilidad de quien se siente en casa, he pensado que, si hay algún sitio en que las huellas se me aparezcan sin recato y sin interrupción, es precisamente en este tiempo y en este espacio.

Así que me he puesto aquí, en este rincón del universo en el que tal vez podamos coincidir alguna vez, para dejar que salgan palabras, que me hagan cosquillas en los dedos al teclearlas e intentar componer con ellas un pensamiento que nos acerque un poquito.

Pero me estoy dando cuenta que no es éste el sitio en el que las presencias son más fuertes. Ni tampoco el otro sillón, ni la esquina del ángulo muerto, ni la sombra del árbol, ni ningún portal.

El sitio en el que más te siento, en el que estás siempre, lo llevo dentro.

Pero no sé cómo se llama.

(octubre, 2010)



Condena

Aquel que desea la felicidad, esta condenado a buscarla. Quien la encuentra, a perderla. Quien la pierde, a recordarla. Y quien es capaz de recordarla, puede sentirse afortunado, porque, al menos alguna vez, caminó de su mano.

Aún siento su tacto sobre mi piel de vez en cuando. Quizá no se haya ido del todo de mi lado… todavía.

(Instanteca, octubre 2006)

jueves, 29 de septiembre de 2016

Fin de mes

Juego de niños
Y algunos niños idiotas han encontrado por las cocinas
pequeñas golondrinas con muletas
que sabían pronunciar la palabra amor.
F.G.LORCA


“E-cinco” dijiste la primera vez; como si nada, lo primero que vino a tu mente, cosas del azar. Yo me sentí tocado nada más empezar este juego de secretos, cavilando el roce de las miradas desatadas que nos propinamos sin querer.

“E-seis”, continuó tu maniobra, y me volviste a tocar. Yo estaba contento porque, en el fondo, a todos nos gusta ser descubiertos en otras manos suaves y blancas. Después de eso, ya se sabe que con un solo beso se alteran las brújulas y se redibujan las cartas de navegación.

Bastó poco para que afinases la puntería con un ”E-siete”. Me dejaste herido de muerte, hundido sin remisión en tus ojos, deseando que tu abordaje me durara para siempre.

Hice trampa, ahora puedo confesártelo, y, sin que tú me vieras, moví mi corazón un poquito para que pudieras darle más fácilmente. Y en verdad que no hubiera hecho falta, porque hay algo en tus ojos que me adivina el rumbo, desde el principio; como hay algo en tu boca que mueve todos los vientos a tu favor.

Pero ahora que es mi turno de estar hundido, ahora que tu recuerdo me tiene ahogada la voz, te escondes detrás del tablero y, a todos los números y letras que digo, siempre me respondes con lo mismo: agua, agua, agua...

Y nunca acierto a tocarte el corazón.

(Instanteca, septiembre 2008)






CONSEJOS

Sabe esperar, aguarda que la marea fluya
—así en la costa un barco— sin que al partir te inquiete.
Todo el que aguarda sabe que la victoria es suya;
porque la vida es larga y el arte es un juguete.
Y si la vida es corta
y no llega la mar a tu galera,
aguarda sin partir y siempre espera,
que el arte es largo y, además, no importa.

(Antonio Machado, Campos de Castilla, 1907-17)

viernes, 23 de septiembre de 2016

Otoño

Arrecia el pasado

Arrecia el pasado. Como un mar hecho de naufragios, cada cierto tiempo devuelve los restos de alguna de aquellas travesías que se quedaron a medio camino entre lo imposible y la tenue levedad de palabras disparadas al aire.

Todo parece igual cuando, esa misma memoria que embellecía rostros, no produce extrañeza en las arrugas. Uno se pregunta si el recuerdo de cada persona envejece con ella aun en la distancia o somos nosotros los que envejecemos tanto que le sacamos treinta años de ventaja.

Llega el momento de la tormenta, cuando uno, delante de esos restos depositados en la orilla, se juzga a sí mismo estrenando, en cada palabra, una misericordia nueva, una mentira adecentada, un complejo convertido en virtud.

Arrecia el pasado cuando la culpa siempre la tuvieron otros. O el azar, o la desdicha de no ser de ningún lado después de haber vivido tanto tiempo en todas partes.

Todo parece igual cuando el dolor antiguo todavía se transforma en lágrimas. Lágrimas lentas, esbozadas apenas en unos ojos que ya no distingo si son los mismos que fueron o son otros tan cansados como los míos.

Llega el momento de la tormenta y el recuerdo deja la carne ajena que habitó durante hora y media, para volver a su funda de niebla, a su estante de humo, a su rincón de luz pretérita y embellecida.

Arrecia el pasado. El futuro sigue empecinándose en ir llegando sin ruido y sin aviso. Cuando tus manos, aquellas que me conocieron tan de cerca, siguen el otro camino y se despiden nuevamente, como entonces, sin el consuelo de un abrazo que echar de menos.

Arrecia el pasado y, de repente, cuando ya empiezo a tener el paraguas preparado, escampa el mundo cruzando hacia el otro lado de la calle armado con un "¡claro que te llamaré!".

Y vuelvo a escribir sobre lo mismo que escribo siempre mientras, afuera de mí, en ese lugar que ya no importa que haya caído tímidamente en el otoño, arrecia el presente.

(La vida es insomnio, septiembre 2012)



POEMA DEL NO

Me decías que no. Por tu mirada
pasaban barcos lentamente. Había
gaviotas en tus ojos, en tus blandos,
oscuros ojos grandes,
donde iba cayendo la amargura
como un anochecer de altas sirenas
en los puertos del Sur.
Me decías que no serenamente.
Era un no original, que ya existía
antes que tú, que hablaba por sí mismo
mientras que tú, impotente, absorta, fijos
en mí tus ojos, lo sentías vivo,
palpabas su raíz por tus adentros.
Era un no adivinado,
mudo, pesadamente silencioso.
Tu duro cuerpo tibio
me decía que no, sin causas, iba
replegándose, como
si volviese a la infancia. Tú no eras.
Me decías que no, y en tu mirada
cabalgaba un dolor que yo diría
maternal. Un dolor implorando
comprensión. Un no de contenida
pesadumbre, pero total, abierto,
levemente asomado
a las playas del llanto.
Me decías que no lejana, sola,
terriblemente sola, maniatada,
sin un porqué donde apoyarte, pero
era no, era no, sin gritos, no...

Los puertos, las sirenas,
los barcos en la noche, todo iba
perdiéndose, alejándose.
Yo, delante de ti, triste, abatido.

(Rafael Guillén)


Otoño

El otoño es un cansancio de árboles adormecidos, un hueco parduzco por donde se cuela ese viento hecho de voces malheridas que vagan sin rumbo y vienen de otras primaveras de la memoria.

Ese viento se cuela en las palabras que me dices, las hace tintinear en los oídos y, después de agarrarse a un tácito pacto de consuelo, caen a la tierra como sin vida, planeando en un vuelo estéril contra la gravedad.

Se mete el otoño en los pensamientos, agarrota las caricias y desabriga los cuerpos de aquella luz que tenían cuando la pregunta del deseo no tenía respuesta conocida.

Entre nosotros se ha interpuesto un otoño de horarios imposibles, de silencios inhóspitos y temibles miradas ausentes. Se nos está atravesando el otoño de los destiempos, ese en el que nos vemos cada vez más lejos, cada vez más quietos, más deshojados.

Llega el viento como enemigo. Un viento que ha perdido el brillo de la esperanza, un viento que hace que las palabras pasen de puntillas y que se cuela en los besos que sólo saben a alivio. Un viento que no obtiene más respuesta que borrar las interrogaciones del deseo y rellenar los abrazos perdidos con el alma de una duda.

(La vida es insomnio, octubre 2010)



Oración pagana

Sopla recio a mi espalda,
viento oscuro y tenaz del desarraigo,
confúndeme los pasos y sitúa mi norte
donde no halle el amparo de esta mansa morada.
Quiero arder en la noche como un fuego sin dueño
mientras la noche dure,
y que el santo egoísmo
de quien busca el placer y renuncia al soborno
con que compra el resguardo voluntades
me atraviese de espinas por pretender la rosa.
Yo le entrego al diablo cuanto tengo por mío,
y que él lo malvenda,
y sólo pido a cambio caminar a su lado.
De la paz pusilánime que en el orden anida
no mendigo limosna: que el desconcierto traiga
su cizaña a la casa que mis manos levanten.
Porque sólo en el roto corazón de lo turbio
he encontrado la luz verdadera del fuego,
que las sombras me lleven,
y yo lleve conmigo, cuando sea la hora,
la clara vecindad de la tiniebla ardida
de mi noche a la noche.

(Vicente Gallego, Santa deriva, 2002)

martes, 20 de septiembre de 2016

Huida

Huida

Podría parecer que huyo, que el horizonte se me aleja por todos lados sin acercarse por ninguno. Que, una vez perdido un rumbo, me da igual cualquier fuga siempre y cuando no me traiga de regreso. Que me escabullo de humo y me deshilvano para no dejarme tocar.

Puede que huya, que mire atrás con agotamiento, que me espanten las sombras que antes me refrescaban del sol. Que empuñe los renglones para protegerme del precipicio, que me agarre a las rimas como si bailase el último vals.

Estoy huyendo, cada vez más deprisa, a saltos que me disparo al aire, descartando los sitios a los que ir y rompiendo los sitios en los que quedarme. Huyo de lo posible para, en lo posible, dejar todo atrás y poder huir hacia adelante en medio de la tormenta. Huyo como si desapareciera desde dentro.

Huyo de mí mismo a todo correr, me borro la boca, me quito las manos, me parto en poemas pequeñitos que tirar a la ceniza. Huyo de cada historia empezada antes de que le llegue el fin y haya que zafarse de un corazón rebosante.

Huyo de mí y, al volver atrás la cabeza, veo que me he perdido de vista y que nadie me sigue. Y entonces, despavorido, huyo aún más de mí, saltando de dos en dos los escalones que me llevan hasta el miedo de llegar a alguna parte y dejar de querer huir.

Huyo tan a fondo, tan deprisa, me ausento tan profundamente, me escapo con tanta fuerza que, al final, siempre sigo aquí, en el otro camino.

(La vida es insomnio, septiembre 2010)



EN EL CAMINO

Han pasado diez años y es un día de invierno.
Tú caminas por las avellanedas.
y vas junto a esos sauces amarillos que avanzan
por los ríos con luna.

No será como ahora, no tendrás veinte años;
la nieve irá acercándose a tu casa
y el aire verde moverá en tus ojos
sus bosques de cristal y de silencio.

Recuérdalo, hubo un río.
Los árboles vivían
en el imán del agua.
Por la noche, escuchábamos gotear en las sombras
la canción de los búhos.

Y, luego, la corriente se llevó nuestras caras.
No sabemos a dónde. No sabemos por qué.

Aún estamos aquí.
Pero, de pronto,
han pasado diez años
y tú y yo somos dos desconocidos.

(Benjamí Prado, Un caso sencillo, 1986)

miércoles, 14 de septiembre de 2016

Maneras elegantes de decir que no

Según como fluya la vida, iremos desgranando todas las margaritas que tenemos en las manos. Según como fluya, entenderemos la paridad de muchas y contribuiremos inexorablemente al deterioro de las otras.

Quizá toquemos alguna vez un sueño, justo antes de que nos explote en las manos. Según fluya la vida, lloverá tímidamente en las primaveras o vendrán gotas frías en otoño.

Los misterios se acabarán resolviendo a destiempo, las dudas se cambiarán por otras nuevas con más prestaciones de fábrica, los secretos se convertirán en historia que contar delante de una cerveza. Según como fluya la vida, tomaremos café para alargar un poco más las escasas visitas o nos despediremos con un beso rápido y discreto que evite que alguien nos vea suspirar.

Se aclarará una parte del paisaje y se oscurecerá el otro hemisferio. Se doblarán todos los mapas por las líneas confusas que no llevan a ningún tesoro; elegiremos entre tomar u ofrecer veneno, cambiaremos de talla y de certezas, seguiremos escogiendo extraños modos de no parecer ridículos.

Según como fluya la vida, el azar nos tomará de la mano o del cuello. Resistiremos o nos dejaremos caer, y vendrán días pretéritos para alegrarnos los ojos o para humedecerlos. Haremos planes que se cumplirán con su puntito de infidelidad manifiesto o tendremos que cambiarlos por otros más domésticos.

Según fluya la vida iremos viendo si el dichoso porvenir es tan amable de presentarse a las citas o nos sigue dejando plantados; según fluya la vida, empezaremos a entender que no eran sino éstos los días venideros que esperábamos ansiosamente devenir.

Le dije que no podíamos dejar tantos meses hasta el siguiente encuentro, que tendríamos que vernos antes. Parpadeó levemente. Durante una respiración dirigió la vista hacia el infinito ese en el que hallamos todas las respuestas difíciles y, cuando la encontró, le dibujó a la tarde una sonrisa amable:
-Claro... según -hizo una imperceptible pausa- como fluya la vida.

Así pues, sin más dilación ni más literatura, dejemos que fluyan suavemente la vida y sus elegantes maneras de decir que no. Dejemos que rezume el azar sus trampas y sus obsequios, que el tiempo mane sus terribles o maravillosas estafas. Dejemos que circule el mundo en el que nos ha tocado sentirnos vivos, dejemos que las palabras y los silencios se vayan derramando sobre esta inmensa partitura que nunca parece estar derecha.

Dejemos que fluya la vida de modo que nos consienta acompañarla y discurrir con ella. Y si no puede ser, que, al menos, nos permita, preferiblemente con ayuda, salir fluyendo.

Fluir, fluir hacia delante, fluir sin que nadie nos persiga... No es un verbo tan extraño. Lo hemos conjugado todos alguna vez.



Persistencia del olvido

Recuerdo una ciudad como recuerdo un cuerpo.

Caía ya la luz sobre las calles
ya caía en tu cuerpo
-en un hotel oscuro, o en no sé
qué habitación sin muebles de no sé
qué ciudad- la luz agonizante
de velas encendidas.

Un temblor
de velas, o un temblor de árboles,
en el otoño sucedía -no lo sé-
en la ciudad que no recuerdo
-ya esa desmemoriada sensación
de haber estado allí, ignoro adónde,
con alguien que no sé,
quizás en la ciudad que siempre olvido.

Tal vez era la lluvia: mi pasado
ocupa un escenario de calles desoladas.
Sin duda era la lluvia golpeando
los cristales de un taxi, con alguien a mi lado,
con alguien que ha perdido
sus rasgos con el tiempo.

O era yo
-no lo sé-, tal vez yo mismo
reflejado en cristales mojados por la lluvia.
Quizás era en verano, no recuerdo,
y era otra ciudad la que ahora olvido.
Una ciudad con bares junto al mar,
donde tú nunca estabas.

No sé bien
qué ciudad era aquélla en que la luz
tenía la apariencia de una flor abrasada,
pero tus manos frías estaban en mis manos,
tal vez en algún cine con palcos de oro viejo,
en su caliente oscuridad.

Una ciudad
se vive como un cuerpo,
se olvida como él.

Posiblemente
ahora evoco ciudades que existieron
al lado de esos cuerpos que existieron
en ciudades que existen tal vez en el olvido.
Que deben existir, pero no sé.

(Felipe Benítez Reyes)